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«Mi padre, Steve Jobs». Lisa Brennan-Jobs cuenta su conflictiva relación con el magnate

Especial

Tal parece que la inteligencia emocional del magnate creador de Apple era diametralmente opuesta a la inteligencia de sus productos. Es una conclusión posible sobre un hombre que en su lecho de muerte, llegó a decirle a su hija, a la que se negó a reconocer muchos años, que «olía como inodoro».

Podría ser que toda la dedicación que poseía fuera a parar a su multimillonaria empresa, que apenas ayer alcanzó el récord histórico de ser la primera en cotizarse en un billón de dólares en la Bolsa. O eso es lo que parece darse a conocer a través de su hija Lisa Brennan-Jobs, que publicará un libro de memorias el próximo mes de septiembre, y del que la revista Vanity Fair publicó un fragmento.

En el texto, la mujer de 40 años narra cómo fue su relación con Steve Jobs, la que puede ser calificada de nada menos que distante y fría. Es el recuento de años difusos y a menudo hirientes, de una unión paterno-filial sostenida en múltiples desencuentros, decepciones y frases malintencionadas.

Lo que mal empieza…

Jobs, durante un juicio en 1980 en el que se le exigía el pago de la pensión alimenticia para Lisa, llegó a negar rotundamente su paternidad diciendo, bajo juramento, que era estéril.

Lisa Brennan-Jobs nació el 17 de mayo de 1978, cuando sus padres, Steve Jobs y Chrishann Brennan, tenían 23 años. Crishann dio a luz en la granja de un amigo en Oregón y Jobs acudió tres días después del nacimiento, aunque les dijo a todos que no era hija suya: «Hasta mis 2 años, mi madre complementaba lo que recibía de prestaciones sociales con trabajos de limpieza o de camarera. Mi padre no ayudaba», cuenta la mujer.

Años después, cuando el caso judicial concluyó en diciembre del 80 con la confirmación de su paternidad a través de pruebas de ADN, Jobs fue obligado a cubrir los gastos del seguro social, además de abonar una pensión mensual de unos 500 dólares: «Cuatro días después, Apple salió a bolsa y, de un día para otro, mi padre estaba valorado en más de 200 millones de dólares», apunta.

Cuenta que luego de nacer, Jobs y Chrishann la llevaron a un campo y revisaron en un libro de nombres para bebé algo que les gustara. Su madre propuso «Lisa» y él estuvo de acuerdo. Al día siguiente, se fue.

Años más tarde, cuando pequeña, le preguntó a su madre por qué había dejado que él participara en la selección de su nombre cuando ni siquiera reconocía que fuera su padre. «Porque era tu padre», le dijo.

Mientras su madre estaba embarazada, Jobs trabajó en un prototipo de lo que se convertiría en su primera computadora personal, que llamó «Lisa». La mujer en su adolescencia, durante el periodo de secundaria en el que se dividía entre la casas de su madre y de él, le preguntó si la había llamado así en su honor. Pero Jobs contestó, con un tono frío y desdeñoso: «No».

… (no tan) Mal acaba

Hacia los últimos años del magnate, su relación pareció mejorar un poco, a pesar de que nunca hubo un acercamiento total: «Me había quitado la idea de una gran reconciliación, esa que ocurre en las películas», escribe.

Cuando Jobs cayó enfermo a causa de un cáncer de páncreas, Lisa lo visitó con frecuencia hasta su muerte el 5 de octubre de 2011. Describe su cuerpo frágil de los últimos días: «Sus piernas eran delgadas como sus brazos, y estaban encogidas, como las de un saltamontes».

Ella acudía a su casa para llevarse pequeños objetos, solo como recuerdo; durante 3 meses, iba por las tardes a verlo al hospital, en donde le daba masajes en sus pies y conversaban. Un día, antes de despedirse, entró al baño y se roció con un spray perfumado. Salió y lo abrazó: «pude sentir sus costillas y su espina dorsal», anota.

Mientas salía, él la llamó: «Lis?»; Lisa volteó y él lanzó una frase: «Hueles a inodoro».

Anécdotas

El fragmento publicado en Vanity Fair es abundante en anécdotas. En una de ellas, Lisa recuerda que le gustaba decirles a sus compañeros y compañeras de escuela que era hija de Steve Jobs; «¿Quién es?», le preguntaban. «Es famoso. Inventó el computador personal. Vive en una mansión y maneja un Porsche descapotable. Compra uno nuevo cada vez que se lo arañan». Había escuchado esto de su madre, y solía pensar que era completamente real.

Sin embargo, cuando más adelante pasaba días en su casa, una noche mientras su padre conducía uno de esos Porsche, ella le preguntó si se podía quedar con él cuando ya no lo necesitara.

Su padre contestó en un tono amargo: «Claro que no». Lisa escribe: «entendí que tal vez no era verdad el mito de los arañazos. Para entonces ya sabía que no era generoso con el dinero, la comida o las palabras; la idea de los Porsche parecía una divina excepción», sostiene. Pero su padre, para agregar algo más contundente aún, dijo: «No recibirás nada. ¿Entiendes? Nada. ¡No recibirás nada!».

«Esas noches cenábamos, estábamos en la piscina, veíamos películas viejas… él no hablaba» rememora sobre el resto de los días que pasaban juntos.

Lisa dice que para su padre, su propia existencia fue una decepción y una fuente de vergüenza. Escribe que ella era «una mancha para su espectacular carrera, ya que nuestra historia no encajaba con la narración de grandeza y virtud que podría haber querido para sí mismo». «Mi existencia arruinó su racha», escribe.

A los 27 años, lo acompañó a una comida con Bono, el vocalista de U2, en un yate en el Mediterráneo. Durante la charla, el músico le preguntó a Jobs si había nombrado al computador «Lisa» por ella.

Steve dudó un momento. Lisa se encogió en su silla, esperando la bofetada verbal.

«Si, se llama así por ella», dijo.

Brennan-Jobs no recibió lo que esperaba. Sin embargo, igualmente la desconcertó. «¿Por qué ahora, luego de tantos años?», se preguntó. «¿Qué ha cambiado?».

Probablemente, en las siguientes páginas del libro, titulado «Small Fry», Lisa diga si encontró la razón.

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