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Cultura

Loving Vincent, una obra de arte animado vintage con 6 mil 500 litros de pintura al óleo

Imagen: Cortesía Cineteca Nacional

Durante su vida Vincent van Gogh con trabajos vendió una pintura, El viñedo rojo; los siete años que duró la realización de la película Loving Vincent (2017) dejaron 65 mil cuadros, en los que trabajaron 125 artistas de todo el mundo, entre ellos una joven mexicana, quienes recrearon parte de la vida y personajes del pintor holandés, con animación al óleo.

En el filme se gastaron alrededor de 6 mil 500 litros de pintura, según las notas de la producción y de Mayra Hernández Ríos, la mexicana que trabajó en ella.

La cinta, escrita y dirigida por la polaca Dorota Kobiela y su esposo inglés Hugh Welchman, costó apenas 5.5 millones de dólares, cifra insignificante frente a los 200 millones en que salió a los estudios Pixar un año atrás Finding Dory (Buscando a Dory),

Loving Vincent comenzó como la historia de amor de Kobiela por Van Gogh; pintora ella también en Polonia, víctima de depresiones como el genio impresionista, que encontró en las cartas de éste a su hermano Theo la fuerza para sobreponerse a su propia tragedia personal.

Cortesía: Cineteca Nacional

Originalmente, el trabajo de pintar cada cuadro al óleo había quedado en manos de artistas polacos, pero en la medida que el tiempo se agotaba, Kobiela y Welchman globalizaron la producción de su película y convocaron a artistas de todo el mundo. De entre unos cinco mil aspirantes, la mexicana Mayra Hernández Ríos, se ganó uno de cotizados 125 pinceles.

La historia, de ficción aunque basada en una profunda investigación que permite a ambos directores plantear una hipótesis sobre la muerte de Van Gogh, arranca un año después del deceso, cuando el joven Armand Roulin debe entregar la última carta que el pintor escribió a su hermano; hijo del cartero retratado por Van Gogh, emprende así un viaje pictórico a través del tiempo gracias al cual llega a entender al artista por la mirada de sus modelos.

Luis González Zarazúa, profesor de historia del arte y de animación digital en las universidades Iberoamericana y Panamericana, señala que, en la época actual en que la animación está tan fuertemente dependiente de las computadoras, Loving Vincent (Cartas de Van Gogh), es un retorno al origen de las primeras técnicas de animación. “Pero lo hace con una visión cinematográfica evolucionada por más de un siglo, creando una nueva estética que, sin desmerecer en la trama, abre un nuevo camino para la animación”, señala.

Cortesía: Cineteca Nacional

El maestro en Narrativa y Producción digital considera en ese sentido muy interesante cómo la película retorna a los orígenes absolutos de la animación para luego innovar.

Recuerda en entrevista para lahoguera.mx que los primeros dibujos animados surgieron en 1900 a través de la intención de Thomas Alva Edison de copiar los efectos en las películas del George Méliès, aunque el padre del cine francés los usa sólo como efecto para embellecer sus filmes.

Edison contrata para este fin a Stuart Blackton, a quien los estadounidenses consideran el padre del dibujo animado (ignorando la obra de Méliès), agrega. “Blackton es así el primero en hacer pequeñas historias completamente animadas a mano (gis sobre pizarra) como se puede apreciar en su obra de 1906, Humorous Phases of Funny Faces. Living Vincent retoma esa animación hecha a mano cuadro por cuadro”, expone el académico.

Agrega que en aquellos inicios las animaciones se hacían en blanco y negro, ya que no existía la tecnología para revelar en color, pero esto no le importó a Winsor MaCay, para demostrar su capacidad creativa e innovadora, en 1911 creó la primera animación colorada a mano cuadro por cuadro llamada Little Nemo in Slumberland.

Aunque la paleta de color es limitada, y se ha perdido la saturación, con los años fue una obra insólita, que le ganó la admiración de todos los animadores contemporáneos. En el caso de Loving Vincent no sólo se pintó a color cada cuadro, sino que se usó la teoría del color impresionista para hacer al óleo cada uno de los cuadro 65 mil cuadros, superando la hazaña de MaCay quien había logrado hacer 10 mil cuadros a color”, explica fascinado.

Cortesía: Cineteca Nacional

El trabajo de los primeros animadores trataba de mantener la simplicidad y evadía la complejidad de hacer fondos a sus figuras, como hizo notar Windsor MacCay, quien fue el primero en animar juntos la figura del personaje y el fondo para crear ambientes.“El ejemplo claro lo tenemos en su corto animado Gertie the Dinosaur, de 1914”.

González Zarazúa explica que a partir de las proezas estéticas de MaCay, otros animadores posteriores buscaron maneras de lograr efectos similares simplificando partes del proceso. “John Randolph Bray, caricaturista del Detroit Evening News, entrevistó a MacCay y decidió inventar la técnica de las celdas en donde el figura principal y fondo se pintan por separado para no repetir los fondos en cada cuadro”, detalla el profesor universitario.

Agrega que Paul Terry perfeccionó el uso de celdas para separar las partes del cuerpo y así no repetir figuras que no tenían animación, como el torso de algunos personajes. “Así se podría el animador concentrar en el movimiento exclusivo de brazos o piernas. Max Fleischer inventó el rotoscopio para filmar actores y luego copiar sus movimientos cuadro por cuadro. En Loving Vincent se hizo el rotoscopiado de los actores, pero no se trabajó en celdas, al parecer era importante tener el movimiento natural, pero no buscaban simplificar ninguna parte del trabajo”, expone el historiador de arte, museógrafo y también animador.

Al respecto, la mexicana Mayra Hernández Ríos, la única artista latinoamericana que participó en la producción y animación de Loving Vincent, explicó en entrevista que se pintó al óleo y a mano cuadro por cuadro cada personaje simultáneamente con el fondo.

Cortesía: Cineteca Nacional

La joven de 28 años, apenas los cumplió el pasado 10 de noviembre, cuenta en entrevista que fue la única latinoamericana entre los 125 artistas de todo el mundo que se ganó un lugar en el equipo de Kobiela y Welchman para elaborar los más de 65 mil cuadros que requirió la producción de apenas 5.5 millones de dólares. Se postuló junto a otros cinco mil artistas aspirantes a escala global, pasó a una eliminatoria de tres días en Polonia y después, a un taller de entrenamiento de tres semanas. Y la contrataron para un trabajo de dos años.

Mayra estudió japonés casi un año en Okasaki, Nagoya, para comprender más la animación local; curso la carrera cuatro años en Reino Unido, primero en el Camberwell College of Arts de Londres y luego en el Edinburgh College of Art de la capital de Escocia. Para Loving Vincent se mudó a Polonia, pues los 125 artistas que animaron a Van Gogh, sus cuadros y sus personajes se concentraron en Gdansk y Wroclaw (las secuencias en blanco y negro), aunque también en Atenas, Grecia.

Su amor por la animación y Vincent van Gogh comenzó desde muy temprana edad después de ver los cuadros del pintor holandés y el clasico animado El hombre que plantaba árboles, de Frédérick Back. Entre sus inspiraciones nombra a la surrealista Remedios Varo.

Representar su amor hacia Van Gogh, comenta, fue la ambición de Kobiela y Welchman, pero también la ambición de los pintores y animadores que participaron en Loving Vincent e incluso de los actores y actrices que prestaron al filme sus voces y su parecido físico con los personajes de sus cuadros, como los del Doctor Gachet y su hija Marguerite. La película es uno de los platos fuertes de la 63 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional y puede verse a partir de este domingo 19 de noviembre en ese espacio, en salas del Centro Cultural Universitario, en Cinemex a partir del 24 de noviembre y en los estados.

El equipo donde participó Mayra filmó a los actores 12 días, el video después pasó a los artistas que lo tomaron como base para mimetizar a los actores con personajes de los cuadros de Van Gogh. Las pinturas más difíciles eran aquellas para las secuencias de paneos, con movimiento. “Hacíamos una pintura cada dos horas, se borraban o limpiaban con una espátula y después se volvían a pintar; hacíamos uno o dos segundos por semana. Las figuras y el fondo se pintaban juntas. Todo fue al óleo, aunque al final en algunos casos se hicieron retoques con Photoshop y otros medios”, narra la joven.

Cortesía: Cineteca Nacional

Los artistas vivían juntos, desayunaban juntos, convivían y conversaban sobre el proyecto, y así formaron un mejor vínculo entre ellos, notorio en la uniformidad anímica del filme. El reto para Mayra fue de paciencia. Trabajaban alrededor de un mes en una misma toma, recreado al mismo personaje una y otra vez, con gran cuidado en no distorsionar colores.

Nosotros hacíamos la paleta de colores, pero tenía que coordinarse. Como era un grupo de artistas trabajando en la misma escena, el color debía ser exacto”, agrega Hernández Ríos. Otro de sus retos, concluye, fue trabajar como mexicana en el extranjero, por la cantidad de requisitos que debes reunir. Además, al ser una producción independiente no había mucho dinero de por medio. “Te pagaban cuadro por cuadro. Muchos artistas tuvieron que poner de sus bolsillos para poder estar ahí, pintando, animando, por amor, a Van Gogh”, refiere. El resultado: una obra de arte; Loving Vincent, arte sobre arte.

La película, celebrada en los festivales internacionales donde ya se ha presentado, pinta una ficción situada un año despúes de la muerte de Van Gogh el 29 de julio de 1890 en Auvers-sur-Oise, en Francia. Armand Roulin (Douglas Booth), el hijo del célebre cartero que entregaba la correspondencia entre Vicent y Theo, a instancias de su padre debe entregar la última carta escrita por el pintor a su hermano antes del suicidio, pero éste ha muerto ya también. En su misión, una suerte de thriller policíaco un tanto naif, el joven viaja a París y luego a Auvers-sur-Oise donde teje una trama que apunta a un posible asesinato del artista.

Además de Booth, participaron los actores Robert Gulaczyk (Van Gogh), Eleanor Tomlinson (Adeline Rayoux), Jerome Flynn (Doctor Gachet), Saoirse Ronan (Marguerite Gachet), John Sessions (Père Tanguy) y Helen McCrory (Louise Chevalier), entre otros.

Cortesía: Cineteca Nacional

González Zarazua refiere que la película de Kobiela y Welchman le pareció altamente demandante en lo visual, ya que cada fragmento de piso, pared, tela o luz de lámpara se mueve y palpita constantemente, lo cual hace al filme difícil de ver. “En un principio eso me parecía una distracción que impedía seguir la narrativa. Después de 15 minutos descubrí que los ojos se acostumbraban a ello y pude perfectamente seguir tanto la estética como su historia, y me parecieron fascinantes ambas. La cantidad de estímulos en la mente nos llevó horas para procesar, y comentar sus diferentes aciertos. Es una experiencia extraordinaria porque la película se ve en una hora, pero se extiende y entiende por varias horas”, afirma.

También le parece un acierto que el guión no juzga nunca la ética o moral del artista. “Las opiniones expuestas son en palabras de testigos. Casi nunca son hechos sino opiniones y como tales se mantienen subjetivas. Unos opinan maravillas del artista y otros lo condenan pero la película no toma partido por ninguna de las opiniones”, expone el académico universitario.

Otro acierto es el hecho que para quienes ignoran la vida del artista, obtendrá los aspectos básicos y esenciales de su biografía; para los expertos en historia del arte o de este artista en particular, tiene reinterpretaciones novedosas de la información que invitan a la reflexión o discusión sobre su vida y las relaciones cercanas a él. Para aquellos que no tengan especial interés por el artista, aún así podrán disfrutar de una técnica novedosa que por primera vez es usada en una cinta de esta extensión”, concluye González Zarazúa.

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