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Nación

«¡Justicia!»: Una ola de desesperación arrolla a AMLO

"¡Justicia!": Una ola de desesperación arrolla a AMLO
Foto: Carlos Montesinos

Casi 500 familiares de víctimas de la violencia esperaban a Andrés Manuel López Obrador con pancartas, fotos, mantas, cartulinas. El presidente electo subió discretamente al podio, contrastando con sus últimas citas en las que todo se detiene para él, en medio de una protesta.

Desde el inicio fue un evento distinto a todos a los que ha asistido Andrés Manuel desde la «ola» electoral que le dio la victoria el primero de julio. Ya no había cánticos de celebración, solo gritos dolorosos de justicia por parte de quienes «desgarraron la tierra» buscando a sus familiares.

El ambiente, ya tenso, estalló cuando Javier Sicilia pidió un minuto de silencio. Andrés Manuel, Olga Sánchez Cordero y Alejandro Encinas se pusieron de pie y, estoicos, guardaron silencio mientras la gente gritaba en protestaba. Reclamando que sus familiares «no están muertos, están desaparecidos».

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Sicilia intentó mantener el programa, pero fue silenciado por gritos de «tú no sabes lo que estamos pasando», a lo que solo sonrió de manera aturdida. Tras recitar unas palabras, el poeta regresó a su sillón donde agachó la cabeza, cubriéndose con su sombrero de la rebelión que se desataba en el público.

Una rutina amorfa permeó el resto del evento. Las ponentes de las propuestas de las víctimas, a su vez cabezas de organizaciones de búsqueda, presentaban parte de sus propuestas, las cuales quedaron en segundo plano. Acto seguido, alguien más gritaba entre el público presentando su caso.

Un hombre de Guerrero se puso de pie creyendo que sería la última oportunidad de hablar con Andrés Manuel «porque me van a matar». Temblando, pidió ayuda para que el asesinato de su hija no quede impune. «Señor presidente, no le dé la mano a quienes nos están matando.»

Un puñado de papeles, su evidencia, se agitó sobre su cabeza. Sicilia hizo gestos para que se lo entregaran. Varias hojas cayeron al suelo a la vez que el hombre se desvanecía. Mientras el guerrerense era atendido, Andrés Manuel se perdió en el puñado de papeles, con la cabeza caída.

Otra mujer llamó su atención para decirle cuanto «le rogué a Dios para que ganaras». Andrés Manuel escuchó su historia, la desaparición de un hijo en Tamaulipas, de pie, con las manos en los bolsillos y el cuello erguido. La mujer amenazó con «arrodillarme para que te ruegue», a lo que respondió negando nerviosamente con la cabeza.

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Así transcurrió el diálogo. Andrés Manuel se alejaba cada vez más de las ponentes, a quienes al principio despidió con abrazos y palabras de aliento, mientras que después solo podía darles un apretón de mano. Por otro lado, cada intervención de las víctimas lo hacían saltar, reaccionar, preguntarle a sus secretarios. Buscar, algo.

Las protestas crecían, cada vez eran más. Más gritos, reclamos, consignas, señalamientos contra policías, alcaldes, gobernadores. «¡Pónganse a trabajar!» demandaron en lugar de diálogo. Gritaron por feminicidios. Por asesinatos. Por secuestros. Por desapariciones. Por hijos e hijas. Por hermanos y hermanas. Por padres y madres. Por cientos solo en un estado.

Veracruz es una fosa.

Tamaulipas es una fosa.

Coahuila es una fosa.

Guerrero es una fosa.

Michoacán es una fosa.

Jalisco es una fosa.

Antes de tomar el podio Andrés Manuel se perdió. Con la mueca desencajada, acariciándose una oreja, con la mirada a varios kilómetros de ahí, en otro punto del país que será su responsabilidad en uno meses.

Así Andrés Manuel fue arrollado por las súplicas, las exigencias, las demandas, la desesperación. Así escuchó como alguien le dijo «señor presidente, usted puede cambiar todo esto».

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