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Cultura

La Novena de Beethoven en tiempos del Covid

La Novena de Beethoven en tiempos del Covid
Foto: Museo Estatal de Hermitage

El 16 de diciembre pasado comenzó oficialmente el festejo del 250 aniversario del natalicio de Ludwig van Beethoven. El año de Beethoven, por desgracia, coincidió con la aparición del nuevo coronavirus SARS-CoV2, responsable de la pandemia provocada por la enfermedad Covid-19 que obligó a la cancelación física de todas las actividades en el mundo relacionadas con las artes escénicas y, en específico, de aquellas para recordar la obra del genio de Bonn, entre ellas la interpretación de sus nueve sinfonías y otras obras capitales por parte de las orquestas Filarmónica de la UNAM (Ofunam), Filarmónica de la Ciudad de México y Sinfónica de Minería. Sobre la obra sinfónica de Beethoven, justo este 7 de mayo se conmemora el 196 aniversario del estreno en Viena de la joya de la corona, la Sinfonía número 9 en Re menor opus 125, Coral, o simplemente la Novena, cuya soprano original, la Condesa Rossi, Henriette Sontag, por esas coincidencias del destino, murió en Ciudad de México el 17 de junio de 1854, víctima de una epidemia de cólera en la capital. Para recordarla en esta efeméride, vale recuperar este artículo publicado originalmente hace dos años en la sección cultural de Milenio.
 

LA MUERTE DE LA SEÑORA SONTAG Y LA NOVENA DE BEETHOVEN

El domingo 18 de junio de 1854, El Universal, “periódico político y literario” de la Ciudad de México, publicaba tal vez su nota más trascendente ese día, en el ámbito de la cultura occidental (en su página 3, de cuatro), y era un obituario con viñeta fúnebre y el siguiente encabezado: “Muerte de la Sra. Sontag”.
 
Gertrud Walpurgis Sonntag, mujer de belleza y refinamiento abrumadores, como puede mirarse en el retrato que le hizo Paul Delaroche en 1831 ataviada con el vestuario de Donna Anna para la ópera Don Giovanni, de Wolfgang Amadeus Mozart, y que cuelga en el Museo L’Hermitage, nació el 3 de enero de 1806 en Koblenz, hoy Alemania, y murió de cólera en la capital mexicana, tras seis días de agonía, el 17 de junio de 1854, a los 48 años. Su carrera de cantante y actriz puede resumirse en sus dos clímax: fue ni más ni menos la soprano de dos estrenos de Beethoven: la Missa Solemnis y la Novena.

La “Sra. Sontag” se convirtió así en el primer contacto que tuvo el país con la obra orquestal más célebre de la historia que, 30 años antes del deceso de la soprano, Ludwig van Beethoven había estrenado y dirigido en Viena el 7 de mayo de 1824, para cimentar la leyenda de la Novena.
 
La Sinfonía número 9 en Re menor opus 125, Coral, o simplemente la Novena, que Beethoven comenzó a componer hace dos siglos, en 1818, un año después de que lo contratará para ello la Sociedad Filarmónica de Londres, fue la primera obra sinfónica con voz humana.
 
Desde su estreno se convirtió en icono global. Esteban Buch, autor de una de las investigaciones capitales para entender la trascendencia más allá de la música de esta sinfonía que volvía locos a directores como Herbert von Karajan, Claudio Abbado o Leonard Bernstein, lo sintetiza en su libro La Neuvième de Beethoven (Gallimard, 2001).

“…se ve combinada con una auténtica retórica de los géneros musicales que evoca el universo militar, el universo religioso y, por último, el ritual del himno -tanto sacro como profano- por medio del cual los hombres celebran en coro el hecho de estar juntos. ‘Todos los hombres serán hermanos’, dice el verso más célebre de esa obra donde, por primera vez, la voz humana irrumpe en el seno de la música sinfónica”, escribe Buch en su libro traducido por Acantilado (La novena de Beethoven. Historia política del himno europeo). Justo una de esas voces inaugurales fue la de la soprano y condesa Rossi.

Con el nombre artístico de Henrietta Sontag (¿quién demonios podría soportar llamarse Walpurgis?) hizo eso sí lo que el bautismo irónicamente le destinó: hechizó desde los 17 años con su voz a Europa y América. Su debut fue en Praga en 1823 con el protagónico de Euryanthe, de Carl María von Weber, y más tarde pasó a la historia con sus colegas: la contralto Caroline Unger, el tenor Anton Haizinger y el bajo Joseph Seipelt, cantando en el estreno de la Novena en el Theater am Kärntnertor de Viena, con Beethoven al frente de la orquesta, ya sordo, y el Kapellmeister Michael Umlauf, auxiliándolo junto al atril.

Obra de arte hasta para quienes odian al arte, Buch llama a la Novena “una suerte de fetiche sonoro de Occidente”, reivindicado por tirios y troyanos.

 
“Los músicos románticos la convirtieron en símbolo de su arte. Bakunin soñaba con destruir el mundo burgués y salvar solo la Oda a la alegría del borrón y cuenta nueva. Los nacionalistas alemanes admiraron la fuerza heroica de esa música, y los republicanos franceses reconocieron en ella la triple divisa de 1789. Los comunistas oyeron en ella el evangelio de un mundo sin clases; los católicos, el Evangelio a secas; los demócratas la democracia. Hitler celebraba los cumpleaños con la Oda a la alegría; sin embargo, se opusieron a él con esta música hasta en los campos dc concentración. La Oda a la alegría suena con regularidad en los Juegos Olímpicos; sonaba no hace mucho en Sarajevo. Ha sido el himno de la república racista de Rodesia, es hoy el himno de la Unión Europea”, escribe Buch.

El ultimo movimiento, con la Oda a la alegría, lo retomaron novelistas como Anthony Burgess o cineastas como Stanley Kubrick, en su adaptación de la Naranja Mecánica del inglés, y el soviético Andrei Tarkovski en Nostalgia, para mostrar la violencia o la desesperanza humana.

Esa Oda a la alegría fue la versión musical que Beethoven hizo del poema de Friedrich Schiller An die Freude, publicado por el poeta en 1786 en la revista Rheinische Thalia en homenaje a su amigo Christian Gottfried Körner. Beethoven, desde muy joven, había intentado poner música al poema. Curiosamente, el verso más famoso “Todos los hombres serán hermanos”, no estaba en el original; años después, Schiller lo escribió para sustituir el de “Los mendigos serán hermanos de los príncipes”.
 
De sobra es conocida la anécdota del estreno, de que al terminar la sinfonía con la apoteosis coral, la contralto Caroline Unger se paró e hizo girar a Beethoven para que pudiera ver los aplausos entusiastas del público, que el compositor ya no podía escuchar. Menos conocida es la historia de Sontag que pasó a mejor vida en México, víctima del cólera, después de una gira con una compañía italiana de ópera.

El ultimo movimiento, con la Oda a la alegría, lo retomaron novelistas como Anthony Burgess o cineastas como Stanley Kubrick, en su adaptación de la Naranja Mecánica del inglés, y el soviético Andrei Tarkovski en Nostalgia, para mostrar la violencia o la desesperanza humana.
 
Esa Oda a la alegría fue la versión musical que Beethoven hizo del poema de Friedrich Schiller An die Freude, publicado por el poeta en 1786 en la revista Rheinische Thalia en homenaje a su amigo Christian Gottfried Körner. Beethoven, desde muy joven, había intentado poner música al poema. Curiosamente, el verso más famoso “Todos los hombres serán hermanos”, no estaba en el original; años después, Schiller lo escribió para sustituir el de “Los mendigos serán hermanos de los príncipes”.
 
De sobra es conocida la anécdota del estreno, de que al terminar la sinfonía con la apoteosis coral, la contralto Caroline Unger se paró e hizo girar a Beethoven para que pudiera ver los aplausos entusiastas del público, que el compositor ya no podía escuchar. Menos conocida es la historia de Sontag que pasó a mejor vida en México, víctima del cólera, después de una gira con una compañía italiana de ópera.

El último papel de la “Sra. Sontag”, según la Enciclopedia Británica, fue Lucrezia Borgia, en la ópera homónima de Gaetano Donizetti; otras fuentes señalan que se despidió en México como Lucia de Lammermoor, del mismo músico lombardo, y otras más como Desdémona, en el Otello de Gioacchino Rossini, compositor que celebró “la pureza” de su voz de soprano y la llamaba para los roles de Rosina, en Il barbiere di Siviglia, Elena, en La donna del Lago, e Isabella, en L’italiana in Algeri.  
 
Rival y amiga de la legendaria María Malibrán, se casó en secreto en 1828 con el conde Carlo Rossi de Cerdeña, para convertirse en la Condesa Rossi, como se le conoció ya en México contratada por el director del teatro Santa Anna, el francés René Masson. De acuerdo con la revista en línea Musik und Gender, el 1 de abril de 1854 Henriette Sontag zarpó de Nueva Orléans rumbo al puerto de Veracruz, en una travesía de cuatro días, y siguió su viaje en una carreta de correos hacia la capital. Hizo su debut mexicano en el teatro Santa Anna, el 21 de abril de 1854 con La Sonnambula, de Vincenzo Bellini.

Según el artículo, el clima mexicano le hicieron bien a la soprano, tanto para su voz como para su salud. Y antes de pensar en partir, ya planeaba una futura gira en México. Por desgracia, contrajo cólera el 11 de junio; un día simplemente se desvaneció en Tlalpan y murió tras una agonía de seis días.
 
El cortejo fúnebre se llevó a cabo dos días después hacia el panteón de San Fernando donde fue enterrada; el 28 de noviembre de 1854, sus restos fueron exhumados para el traslado a Europa y el 3 de mayo de 1855 finalmente Henrietta Sontag, la condesa de Rossi, la voz soprano inaugural de la Novena Sinfonía de Beethoven, encontró el descanso final en el convento cisterciense de San Marienthal-Lausitz, en Sajonia.
 
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A continuación, el hermoso obituario de El Universal decimonónico sobre Henrietta Sontag, condesa Rossi, que puede consultarse en línea gracias a la digitalización de la Hemeroteca Nacional de la UNAM y cuyo editor original respondía al nombre pleonásmico de “Rafael Rafael”.
 

Muerte de la Sra. Sontag

La Sra. Sontag ya no existe!… Aquella cuya voz era el encanto de la Europa y de la América, yace para siempre en silencio!…
México había temblado durante algunos días, a la sola idea de que exhalara en su seno su último suspiro esta mujer admirable, y estos temores se han realizado tristemente.

La SEÑORA ENRIQUETA SONTAG, CONDESA DE ROSSI, murió ayer a la una de la tarde, víctima de una enfermedad que la hizo padecer por espacio de seis días.

Esta tristísima nueva, que irá a llenar de pesadumbre a los amigos de las artes y de la gloria en ambos hemisferios, ha caído como un rayo sobre los habitantes de nuestra capital, que acababan de tributar a la difunta condesa tantos homenajes de admiración y entusiasmo.

¡Qué podremos decir nosotros ahora, que sea adecuado al profundo dolor que todos sienten por esta inmensa desgracia! No había palabras para ponderar el mérito de la inmortal artista, las gracias y las virtudes de la amable señora; tampoco las hay para expresar el hondo vacío que su pérdida ha dejado en todos los corazones.

Nuestra ciudad se encuentra hoy consternada, como una gran familia que ha perdido al más amado de sus miembros. La condesa de Rossi era la delicia de todos, como sol que todo lo vivifica con sus rayos; y su muerte ha causado un duelo general, como las tinieblas de la noche esparcen el luto y la tristeza en toda la naturaleza.

El genio no muere, ha dicho un célebre escritor; pero esta bella frase que tantas veces se a repetido para consolar al mundo de la pérdida de los grandes genios, no es bastante para mitigar nuestra presente amargura. ¡Ay! Bien sabemos que el nombre la Sontag será inmortal, que durará tanto como dure el gusto por lo bello y por lo sublime; pero ahora sólo vemos que que el mundo la ha perdido, que el brillo de su voz y de sus encantos se ha apagado entre las sombras de la muerte, que yace helada y fría aquella frente hermosa donde irradiaba lo más puro y más dulce que tiene el genio artístico. Esto vemos, y vemos que México tiene que dar un sepulcro a la mujer extraordinaria, a quien casi había divinizado…
En medio del pesar en que contemplamos sumido al mundo de las artes, por el fallecimiento de la condesa Rossi, no podemos echar en olvido el inmenso duelo del conde su esposo, ese hombre tantas veces envidiado por su ventura, hoy más digno de lástima que ninguno, entre todos los que lloran sobre ese féretro. ¡Dios le dé fortaleza para sobrellevar su desgracia!

La ardiente admiración de los hombres comparó muchas veces a la Sra. Sontag con los ángeles, y no había mejor comparación… ¡Que el señor la tenga entre ellos! ¡Que su alma goce del eterno descanso!…

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