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Internacional

García Luna, el ‘superpolicía’, vestido de naranja y encadenado

‘El superpolicía’ Genaro García Luna se presentó hoy en la Corte Federal de Dallas, Texas, vestido de pies a cabeza de naranja, uniforme de presidiario estadounidense. Encadenado por los tobillos, las muñecas y la cadera, permaneció quieto los 10 minutos que se tardó en renunciar a su derecho de audiencia y autorizar a la justicia de Estados Unidos a mandarlo a Nueva York, donde su proceso será llevado por el mismo juez que condenó a Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán.

Flaco, perfectamente bien afeitado y con el cabello recortado, García Luna mantuvo la espalda recta y la frente alzada. El ejecutor de la guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón solo se movió para hacer una reverencia al magistrado David L. Horan cuando entró a la sala. Le acompañaron su abogada, Rose L. Romero, y un traductor facilitado por las autoridades. El hombre de la DEA en México no habla inglés.

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El magistrado le preguntó si comprendía los delitos por los que la justicia estadounidense lo estaba acusando. “Sí, señor, muchas gracias”, respondió sin soltarse las manos, entrelazadas desde que llegó, desde la que colgaba la cadena a la cintura, y sin necesidad de que mencionaran los millonarios sobornos que presuntamente el cártel de Sinaloa le dio a cambio de protección. Después le cuestionó si planeaba apelar su traslado a Nueva York. “No, gracias, señor”, y terminó todo.

Así, echando por la borda la expectativa generada en México, García Luna renunció a su derecho de audiencia y se dispuso a enfrentar al juez Brian Cogan. El jurista que el pasado julio condenó al ‘Chapo’ Guzmán a pasar el resto de sus días en la prisión de ‘supermáxima seguridad’ de ADX Florence será el mismo que determinará si el ‘superpolicía’ de Calderón es culpable de proteger al capo, así como de falsear declaraciones y hasta de estar involucrado en tráfico de cocaína.

Los dos oficiales que custodiaron a García Luna lo retiraron de la sala, no sin que el exsecretario de Estado pudiera hacer un ademán de despedida hacia su familia, testigos en primera fila de la escena. Genaro rompió el lazo que había formado con sus dedos para poner la mano izquierda sobre su pecho y dedicar una sonrisa y un beso a Pereya, su esposa, y los dos adolescentes que procreó con ella. Ellos respondieron el gesto y salieron cabizbajos y silenciosos del edificio federal Earle Cabell.

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