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“Aunque me den todo el oro del mundo no me devuelven a mi hijo”, Jocabed Pineda
“Ya no lo voy a volver a ver, ya no lo voy a escuchar. Vi a mi hijo entrar, pero ya en su cajón”, explica entre lágrimas la señora Jocabed Pineda al recordar la trágica noche del martes 4 de mayo de 2021, cuando alrededor de las 23:00 horas le entregaron en su casa el cadáver de su hijo Immer del Águila Pineda.
Transcurrieron un poco más de 24 horas en las que mantuvo la esperanza de que su hijo estuviera vivo. Aquella lamentable noche del 3 de mayo del 2021, la familia del Águila Pineda emprendió una larga búsqueda del joven ingeniero en sistemas computacionales de apenas 29 años de edad, que regresaba de su trabajo en las aduanas del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) abordó, como todos los días, la Línea 12 del Sistema de Transporte Colectivo (STC)-Metro, con el objeto de regresar “más seguro” a su casa en Mixquic —tras haber sido asaltado hasta tres veces sobre avenida Zaragoza—, sin embargo, abordó el tren que minutos más tarde habría de desplomarse teniéndolo como pasajero.
Aficionado del equipo de los Diablos Rojos de Toluca desde la infancia y líder juvenil de la iglesia adventista, religión que profesaba, Immer fue una de las 26 víctimas que tuvieron “la mala suerte” de estar en uno de los dos vagones que se desplomaron al vencerse una trabe que sostenía las vías del tramo elevado que corre de la estación Tezonco a la de Olivos y que, según los peritajes, sucedió por la falta de pernos Nelson.
“Mi hijo murió por la negligencia de las autoridades”, indica con claridad y certeza la señora Jocabed respecto del fallecimiento de su hijo, a quien considera un joven modelo de hijo, amigo y deportista, jugador de futbol soccer tanto de su colonia como en el trabajo, mientras muestra la playera del Toluca que, el día de su muerte, Immer recibió junto con un ramo de rosas de parte del entonces entrenador y exguardameta del Club Deportivo Toluca, el argentino Hernán Cristante Mandarino.
Cuando el día del funesto accidente, tanto ella como su esposo se enteraron mediante los noticieros y lo único que pensaron fue comunicarse con su hijo para avisarle que ya no iba a poder transitar porque el tren había colapsado. Nunca imaginaron que él estaría dentro del listado de víctimas.
Llamadas sin respuesta
Luego de intentar infructuosamente comunicarse con su hijo una y otra, y otra vez, finalmente la llamada fue contestada. Infortunadamente al otro lado de la línea le respondió una voz desconocida misma que le aseguró haber encontrado ese teléfono celular entre los escombros y afirmar que seguramente pertenecía a uno de los heridos. Inmediatamente salió de casa el hijo mayor, su esposo y su cuñada para recorrer los hospitales de la zona en busca del desaparecido. Más tarde, se unió a la búsqueda la familia que radica en Toluca —tíos y primos del hoy occiso—, así como el pastor de la iglesia y el hermano menor que, buscando descartar cualquier posibilidad, se dirigieron al lugar donde concentraban los cadáveres del accidente, la coordinación Territorial 6 de la Fiscalía, en la colonia Tepalcates de Iztapalapa.
Fue en ese sitio, a las 6:00 horas, cuando el personal del recinto les mostraron una fotografía del miembro más pequeño de la familia —recién graduado de la carrera—, al que reconocieron inmediatamente, aunque decidieron esperar a que los demás familiares llegaran para que su padre ingresara a identificarlo.
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Mientras tanto la señora Jocabed junto con Vannia —la novia de Immer—, esperaban noticias en casa.
“Yo solamente tenía el celular en la mano, esperando que me hablaran y me dijeran: ‘ya apareció, está en el hospital, pero se va a poner bien. Yo esperaba esa noticia’. Pero vino el pastor a decirme que mi hijo ya había aparecido, pero muerto”, relata entre sollozos la entrevistada.
“Fue una desesperación e impotencia de quererlo ver. Pero mi hijo se fue contento, se despidió de nosotros en la mañana, pero ya no regresó. Ya un año de su ausencia”, añade.
Azares del destino
Fue por azares del destino que esa precisa noche Immer abordó el Metro más temprano que de costumbre, todo porque el compañero que a veces le daba ride en su automóvil y que vive en San Juan Ixtayopan, tres pueblos antes de Mixquic, lo dejó en la estación Tezonco, ya que debía a recoger a su esposa a la casa de sus padres, que viven por la zona.
El joven era el sustento de sus padres —Jocabed tiene 57 años y su padre, comerciante, ya alcanzó los 70— y “tenía muchos sueños y proyectos que realizar”, e incluso ya estaba empezando a construir su propia casa, misma que habitaría con su novia, una vez que se casaran y con sus padres, ya que nunca se desatendía.
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“Mi hijo era el que se hacía cargo de nosotros, económicamente. Nos traía la despensa, nos llevaba a comer, siempre me decía que me cuidara porque soy diabética, además se preocupaba mucho por mi mamá —su abuela—, me decía que la cuidara y también estaba atento de su hermano el mayor, que había subido de peso, para que no nos dieran un susto, pero cuando lo colocaron en su cajón, le dije: ‘mira hijo, el que nos dio el susto fuiste tú’”, recuerda conmovida.
Ahora, a escasas horas de que se cumpla el primer aniversario de la tragedia que dejó incompleta a su familia, la señora Jocabed confiesa que aún tiene miedo, que desde el accidente no puede salir sola, pero que “por necesidad” ha tenido que pasar por la zona cero en dos ocasiones. Al momento de estar de frente al lugar donde encontraron sin vida a su hijo, “me viene el recuerdo y voy en el camión llorando”.
La amarga memoria solamente se aminora cuando se encuentra en su casa repasando fotografías del último cumpleaños que le festejaron, el de los 29, donde se le nota feliz, además de rememorar todas las etapas de la vida compartida, en su graduación; la boda del hijo mayor —que reunió a toda la familia—, así como diversos paseos que realizaron juntos.
Ahora solamente “acaricia” su rostro a través del papel fotográfico.
A un año de distancia, doña Jocabed no deja de llorar la ausencia de su hijo pero también de exigir justicia, si bien la deja “en manos de Dios”, ya que por más reparación del daño que exista, eso no le devolverá a su amado hijo: “todo se acabó en un abrir y cerrar de ojos y ya nada es igual”.
Mientras estaban velando a su hijo se acercó a ellos Esthela Damián, directora del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) de la Ciudad de México, para ofrecerles apoyo en lo que necesitaran. Ella es muy clara al respecto: “pero en ese momento qué vamos a necesitar, yo lo que necesitaba era a mi hijo.
“Lo único que se nos ocurrió en ese momento fue decirle que si podían darle una beca a mi hijo menor para que terminara su carrera, porque Immer era el que apoyaba a su hermano con eso”, explica entre lágrimas.
Ese día, la funcionaria le entregó 10 mil pesos en efectivo para los gastos funerarios y días más tarde les depositó 40 mil pesos más, cantidad correspondiente al seguro para los usuarios del Metro, mismo que les fue dado a todas las familias de los fallecidos.
Pero conforme pasaban los días, a través de llamadas a su esposo, la titular del DIF de la administración de Claudia Sheinbaum Pardo, jefa del Gobierno de la Ciudad de México, insistía en que aceptaran una reparación del daño por 650 mil pesos, “que en ese momento ofrecía el gobierno” y que para recibirla deberían acudir a sus oficinas.
Además de ello, le ofrecieron empleo para sus dos hijos, los cuales ingresarían presuntamente a cualquier dependencia del gobierno central, promesa que jamás llegó, pues les exigían requisitos y demasiados documentos con los que no contaban. Fue ahí cuando se perdió el contacto con las autoridades, explica.
Transcurridos 12 meses, los padres de Immer buscan que la reparación del daño sea justa, para tener acceso a servicios médicos y a una vida digna, tal y como la llevaban cuando su hijo vivía y veía por sus necesidades. Apenas un mes después de fallecido, ya no les quisieron dar consulta, aduciendo que “su hijo ya no estaba trabajando”.
Es por eso que expresa tajante: “Aunque me den todo el oro del mundo no me devuelven a mi hijo y ni con eso podría comprar a uno como él, pero sí quiero que sea justo, que se pongan (las autoridades) en nuestros zapatos y que vean nuestras necesidades. Que tengamos una vida digna y tener buen acceso al servicio médico para no andar padeciendo, porque aunque les pidiera millonadas eso no va a aliviar mi dolor”.
Además, la madre de Immer lamenta que las autoridades les estén dando “largas y largas” en las audiencias que llevan a cabo por parte de todas las víctimas, además que los días de las diligencias “son muy tardadas, duran horas y horas y para que salgan con que les falta entregar carpetas”.
Y remata: “Por eso lo hacen así, para que uno desista y mejor digan: ‘ya así porque nunca le vamos a ganar a Sansón’, pero yo tengo confianza en que se resuelva”.
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