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AMLO, Trump y Biden: no es tanto ‘malo conocido’ sino conocer al malo

Foto: Cuartoscuro

Este fin de semana se disparó una polémica en torno a si el presidente López Obrador (AMLO) debía reconocer la victoria de Joe Biden como próximo líder de Estados Unidos y, por consiguiente, la derrota del aún mandatario Donald Trump. Aunque la comunidad internacional busque cerrar filas en torno al Demócrata, lo cierto es que un segundo periodo del Republicano en la Casa Blanca aún es posible, así sea sin argumentos legales que lo respalden.

Así fuera la cancillería de Marcelo Ebrard o la embajada de Martha Bárcenas, quienes hayan tomado parte en la deliberación con López Obrador para decidir esperar, ‘por urbanidad política’, para reconocer la victoria de Biden, debieron tener en mente el hecho de que Trump no está derrotado aún. No tanto porque sus denuncias sobre un fraude electoral sean concretas y legítimas, porque no lo son, sino porque el tablero sigue a su favor.

Por más que quiera venderse como la víctima de una gran trama de corrupción en su contra, los dados están cargados a favor de Trump. Sencillamente porque él retacó la Suprema Corte con jueces que le son leales. De los 9 integrantes del máximo tribunal, 6 son Republicanos y, de estos, la mitad fueron nombrados por el aún presidente. La Suprema Corte es, de facto, una tercera cámara que opera bajo la misma regla de mayorías que el Senado y la Cámara de Representantes.

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Vamos, tras la muerte de la Demócrata Ruth Bader Ginsburg en septiembre, Trump urgió a que se aprobara el nombramiento de Amy Coney Barrett como su sucesora. Diciendo explícitamente que, tras las elecciones, necesitaría una mayoría de jueces en la Suprema Corte para combatir el ‘fraude’ de Biden. Los Republicanos en el Senado, sin chistar, obedecieron la instrucción y la nueva jueza ocupó el cargo con esa misión específica.

Esta cargada de las instituciones a favor de los Republicanos ni siquiera inició con Trump. Fue desde el último año de la administración Obama cuando, tras la repentina muerte del juez ultraconservador Antonin Scalia, la mayoría en el Senado le negó la nominación de Merrick Garland, lo que habría cambiado el balance en la Suprema Corte con 5 Demócratas, y bloquearon el proceso por meses hasta que uno de los suyos tomó el Ejecutivo.

Así pues, aunque carezca de argumentos legales para alegar que ‘el cártel de los Biden’, como ha llamado a los Demócratas, Trump tiene el as bajo la manga que representa el control sobre la Suprema Corte. Misma que, igualmente sin argumentos legales más que el hecho de ser ellos quienes dicen qué es legal y qué no, podrían cumplir el capricho de anular todos los votos emitidos por correo o por todas las otras variantes que se permiten en EU, hasta ahora.

Incluso el fiscal general William Barr —un ferviente impulsor del ‘Ejecutivo unitario’, la doctrina legal respecto a que el titular del Ejecutivo puede ejercer poder absoluto y sin restricciones de acuerdo con el Artículo 2 de la Constitución, incluso por encima de los poderes Legislativo y Judicial— ya instruyó al Departamento de Justicia a investigar el supuesto fraude. Claro, por instrucción de Trump, dado que el fiscal forma parte del gabinete presidencial.

Con este escenario, en el que Trump se puede adjudicar una reelección a la mala, la decisión de López Obrador de guardar distancia de la situación y de hasta hacerle guiños de simpatía a su homólogo —denunciando a la siempre corrupta y enfermiza prensa por censurarlo—, parece la estrategia más sensata. El ‘elegir entre inconvenientes’, que es una de las muchas definiciones que el presidente ha dado respecto al ejercicio político.

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Lo heridas que puedan terminar las relaciones con una posible administración Biden por no aplaudir su llegada a la Casa Blanca no se comparan con el daño que podría causar el sí hacerlo y que, al final, Trump se imponga sin importar el resultado de la elección. Basta recordar que ese ‘amigo’ que tanto respeta a México, según López Obrador, básicamente extorsionó con aranceles su gobierno para desplegar a la Guardia Nacional tanto en la frontera norte como en la sur.

Es verdad que la estrategia de los principales líderes mundiales es cerrar filas en torno a Biden para tratar de impedir una imposición así. Pero también es cierto que ellos pueden hablar desde la comodidad de no compartir una frontera con EU, un lujo que solo México y Canadá comparten y que, aun así, la disparidad de fuerzas entre las naciones de Trump y Trudeau no es equiparable con la de la unión americana con la nuestra.

Además, con ese respaldo internacional y con el regreso a la normalidad que abandera Biden, solo se puede esperar que la relación entre EU y México se enfríe a partir de enero próximo. Si podemos tomar como ejemplo los mandatos de Bill Clinton y Barack Obama, los últimos Demócratas en ocupar la Casa Blanca, el vecino del sur no es una prioridad para esta fuerza política. Es más un bonito dije ‘mexican curious’ con el cual condenar el racismo Republicano.

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