Nación
“¡Viva la esperanza en el porvenir!”, gritó ante una plaza vacía
Faltaban 45 minutos para la hora marcada cuando el Balcón de Honor de Palacio Nacional ya estaba iluminado, al igual que el Zócalo de la Ciudad de México. Las luminarias de héroes patrios en los edificios eran el único público y la plancha de la Plaza de la Constitución se encontraba simultáneamente vacía y cubierta por un mapa de la República con la ‘Llama de la Esperanza’ sobrepuesta. El primer Grito de Independencia de la ‘nueva normalidad’.
Acercándose las 11 de la noche, se suspendieron remembranzas históricas y la escolta de bandera surcó los pasillos de Palacio Nacional. Su bien sincronizada marcha retumbaba en el recinto y bien podría haber hecho lo mismo por todo el Zócalo. Incluso la lluvia que horas antes se presentó a lo largo de la ciudad y amenazaba con caer sobre la incendiada plaza optó, de última hora, por ausentarse.
Faltaban minutos y, por fin, el presidente Andrés Manuel López Obrador y Beatriz Gutiérrez Müller aparecieron en las pantallas de todo el país, al toque de diana y frente a un retrato de Benito Juárez. Esos minutos restantes los pasaron ahí, erguidos lado a lado, en silencio. El protocolo marca que la ceremonia inicia a las 11 de la noche en punto. Minutos que se hicieron esperar, se alargaron, desquitaron cada segundo, simplemente no terminaban.
Las ansias llevaron al primer mandatario a revisar su reloj. No era hora aún. Su esposa comenzó a juguetear con sus manos por un instante hasta que se sorprendió a sí misma y recompuso la firmeza. De nuevo a revisar el reloj. Ni si quiera habían transcurrido 60 segundos desde la vez anterior. El cuadro de Juárez los acechaba, los engullía y los asimilaba en su inamovilidad, en su estatismo. La noche se hizo larga en apenas unos cuantos parpadeos.
23:00 del 15 de septiembre de 2020, ni un segundo más. Impaciente, López Obrador recuperó el control de su cuerpo, comenzó a avanzar con tal urgencia que casi olvida a su acompañante, a quien solo extendió ademán para que le escoltara. Con paso despacio y ansioso hicieron su propio recorrido entre los crujidos de la madera centenaria. Hasta que, por fin, de nuevo la bandera, los honores, la solemnidad, el balcón y, luego, el vacío.
El presidente y su esposa encararon a la plaza vacía, llena de luces, pero vacía. “¡Mexicanas y Mexicanos!”, abrió López Obrador y, de inmediato, fue su propio eco quien, en lúgubre recordatorio de su situación, le respondió. La orquesta de las Fuerzas Armadas, a sus pies, solo podía responder a los ‘Vivas’ del festejo. De nuevo el protocolo lo dejaba más solo. Pese a ello, continuó sin titubear.
“¡Viva la Independencia!
¡Viva Miguel Hidalgo y Costilla!
¡Viva José María Morelos y Pavón!
¡Viva Josefa Ortiz de Domínguez!
¡Viva Ignacio Allende!
¡Viva Leona Vicario!
¡Viva el Heroico Pueblo de México!
¡Vivan las Comunidades Indígenas!
¡Viva la Grandeza Cultural de México!
¡Viva la Libertad!
¡Viva la Justicia!
¡Viva la Democracia!
¡Viva la Igualdad!
¡Viva nuestra Soberanía!
¡Viva la Fraternidad Universal!
¡Viva el Amor al Prójimo!
¡Viva la Esperanza en el Porvenir!
¡Viva México!
¡Viva México!
¡Viva México!”
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Su eco aún se escabullía por los rincones de la plaza cuando hizo repicar la Campana de Dolores mientras en la plancha la ‘llama de la esperanza’ comenzaba a arder. Acto seguido, el cielo también se incendió con los fuegos artificiales. El humo consumió el Zócalo hasta opacar el mapa de la República y empequeñecer la llama hasta dejarla como una mera vela mientras, por encima de todo, la bandera tricolor apenas y ondeaba desganada.
Un recorrido musical por el país salió de la nada, rompiendo por completo lo que se vivía. Pero la realidad seguía ahí, siendo la única compañera de la pareja presidencial. Tanto que la ceremonia tuvo que terminar con un minuto de silencio en memoria de esos 71 mil 678 ausentes que no volverán a gritar un 15 de septiembre. Entregando así la noche, la celebración, el Grito, a una plaza vacía donde el humo no termina de disiparse.
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