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Cultura

Sefchovich, “desencantada” por la crónica actual y la inexistencia de las secciones de Cultura

Sefchovich, “desencantada” por la crónica actual y la inexistencia de las secciones de Cultura
Fotografía especial

La escritora Sara Sefchovich expresa sin dudar su desencanto por la crónica actual que se escribe en México, más enfocada a estar bien contada que a ser “subversiva” como dice que fue en la última mitad del siglo XX, y porque a su juicio las secciones y suplementos culturales de los diarios “ya no existen”.

Cree que, salvo excepciones, quienes escriben hoy crónica no están a la altura de gente como Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, José Joaquín Blanco o Hermann Bellinghausen, “para interpretarle y enseñarle al lector una luz por donde caminar, y no nada más contar lo terrible que pasa en México”.

La investigadora de la UNAM pasó los últimos 12 años hurgando bibliotecas, hemerotecas y archivos para escribir su monografía Vida y milagros de la crónica en México (Océano, 2017), un recorrido multidisciplinario sobre un género que Sefchovich considera como lo mejor de la literatura mexicana.

“Siento bastante desencanto, sí, porque los cronistas ya no están interpretando la realidad ni haciendo subversión, sino nada más están describiéndote y contándote lo que ven, y lo que ven es lo que vemos todos. Está padre que te lo cuenten bien, los cronistas van y lo ven y tú te enteras. Sí, tengo desilusión con la crónica actual porque sí está bien hecha, muy bien relatada, quienes la escriben sí van a los lugares más peligrosos y se arriesgan como periodistas y seres humanos para darte esa información, pero no están haciendo esa crónica subversiva que, además de describirte y contarte, realmente haga alguna propuesta o camine hacia algún lado, como fue el caso en la segunda mitad del siglo XX”, dice.

En su nuevo libro, en el que parte del análisis sociológico de la crónica en México para llegar a la disección de los cronistas por la vía literaria, señala con sus nombres a una escritora que va dos semanas a Culiacán “a mirar y a hablar con algunos periodistas, el dueño de un bar, la cajera de una tienda y con eso regresa a Ciudad de México y escribe un libro completo sobre Sinaloa”. O a un periodista que “elige sus temas en razón directa de los requerimientos de la publicación donde trabaja”.

“La crónica de hoy ya no hace investigación, no hurga en el pasado ni busca en los libros y archivos”, escribe la maestra en Sociología y doctora en Historia por la UNAM y columnista de El Universal.

En entrevista, reconoce que el mercado ha influido sobre el estado actual de la crónica, porque éste “ha cambiado toda nuestra relación con la literatura”. Igual responsabiliza a las limitaciones de espacio y a las exigencias de escribir sobre un tema en los diarios, que antaño acogían al género, y a las editoriales.

Además, cuestiona la situación de las secciones culturales en los periódicos y revistas.
“Las secciones culturales no existen más, no existen para nada, son cada vez más flaquitas, los periódicos se interesan cada vez menos por ellas, desaparecen las secciones de cultura y los suplementos; no es nada más la crónica, es en general la cultura, como no sean las figuras muy mediáticas y llamativas”, lamenta la autora de Demasiado amor y La señora de los sueños.

No obstante, la narradora y ensayista augura un gran éxito a la crónica, porque considera que “está saliendo de la oscuridad y el silencio” en que estuvo metida durante mucho tiempo. Lo que implica, advierte, una gran responsabilidad para los cronistas. “Y no estoy segura de que estén a la altura todavía, aunque hay gente muy buena para ello, de hacer lo que hicieron los del fin de siglo pasado, que es interpretarte y enseñarte una luz por donde caminar, puedo no estar de acuerdo con esa luz, pero hay un planteamiento de algo que es hacia dónde caminar. Y eso nos hace mucha falta en esta sociedad”.

Sefchovich (1949), autora de una quincena de libros entre novelas y ensayos, además de investigadora y catedrática en la UNAM desde hace cuatro décadas, afirma que “en la literatura mexicana, desde sus inicios hasta mediados de los años ochenta del siglo XX, toda ha funcionado como crónica, no sólo las crónicas propiamente dichas, sino también las novelas y poemas e incluso los ensayos”. No obstante, después de subrayar que el interés actual de muchos escritores mexicanos es ellos mismos, el yoísmo, advierte que en México ya no todo es crónica. “Y demasiadas veces ya ni siquiera la crónica lo es”.

¿Por qué abordar desde la sociología un tema que siempre se ha visto como literario?

Exactamente por eso. Tengo 40 años trabajando en la UNAM, en la literatura vista a partir de la sociedad mexicana que la produce, porque cada sociedad produce sus propias literaturas, según sus propios intereses. Los enfoques para la literatura pueden ser los que tú gustes, literario, estético, lingüístico, pero a mí me interesa el sociológico, porque lo que a mí me interesa e importa es esta sociedad, su cultura. Mis anteriores libros siempre tienen que ver con preguntarme qué está produciendo esta sociedad nuestra: un día, novelas, otro primeras damas, otro violencia… Y por qué nosotros como sociedad respondemos de tal manera frente a esas distintas producciones, llámese una novela de Juan Rulfo o alguien que corta una cabeza y la arroja en la pista de baile de un antro.

Después de leer Vida y milagros de la crónica en México, ¿se podría decir ahora que otros libros suyos como La suerte de la consorte… se pueden leer indistintamente como crónica o novela?

Un gran descubrimiento para mí en el libro es que en México todos los géneros literarios prácticamente funcionan como crónica. ¿En qué sentido? En el de que si lo que la crónica se propone es recoger la realidad, describirte, retratarte, narrarte lo que está pasando, pues la literatura mexicana hace eso. Cualquier novela, prácticamente cualquier novela, cualquier poema, te está contando qué es este país. Porque los mexicanos tenemos una obsesión, que no es de hoy, que tiene dos siglos por lo menos, casi tres, por saber quiénes somos, por conocernos, por explicarnos, por decir qué somos, cómo nos volvimos lo que somos, cómo llegamos a ser lo que somos. En toda la literatura es una obsesión: qué es México, qué somos, cómo llegamos hasta acá, qué va a pasar mañana, cómo le vamos a hacer.

A mí me quedó muy claro en su libro esta concepción de búsqueda que usted maneja, que incluso se ha visto desde hace mucho en la filosofía, con Samuel Ramos, o con Octavio Paz. Pero, ¿por qué la crónica, si ha sido tan abundante, no ha respondido a esas preguntas?

Quiero planteártelo desde dos perspectivas. Primero, desde la crónica misma, siempre ha sido un género que como se publicaba en periódicos y revistas, no tenía el prestigio que tienen los sacrosantos libros, la gente no le dio mayor importancia. Ahora gente muy seria está trabajando en rescatar crónicas de todas las épocas y te das cuenta qué buenas eran. Pero cómo no les dimos importancia, esto tuvo sus grandes beneficios, porque como los cronistas lo sabían, pues eran muy libres de decir lo que quisieran y cómo quisieran. No era el caso de la novela o la poesía, en las que había que cuidarse.

Respecto de Ramos y Paz, señala que ambos se equivocaron en sus concepciones sobre el mexicano.

Precisamente lo que la crónica nos ha demostrado, y eso lo dice muy bien Monsiváis, es que Paz y Ramos, en ese interés que tenían por conocer lo que somos los mexicanos, se equivocaron, sin embargo, al analizarlos como si fueran individuos que no tienen nada que ver con la sociedad y con el mundo. El individuo solitario, el acomplejado, todas esas cosas que ellos dijeron”, sostiene Sefchovich.

Recuerda que Monsivaís vio al mexicano como resultado de una historia en donde siempre lo aplastaron, primero los conquistadores españoles y luego las empresas extranjeras.

El mexicano es resultado de eso, no de absurdos complejos, no de incapacidades psicológicas. Por eso a mí me interesa analizar los textos como sociología, porque si los analizas como pura literatura, pues tú puedes decidir el lenguaje, pero eso no es lo que a mí me interesa. Ahí está Paz que nos va a decir todo el tiempo lo que somos, y seríamos un horror si somos lo que dice Octavio Paz. No dudo que sean ciertos algunos rasgos que él o Ramos le dan al carácter de los mexicanos, pero no puedes ver a un pueblo, a una sociedad, de esa manera, tienes que contextualizarlo. ¿Por qué el mexicano es ese agachado que dice Paz? Pues porque lo marranearon los conquistadores si no obedecía. Entonces, ¿de qué me están hablando, de incapacidades sicológicas o de realidades históricas?”, expone la autora.

Una sorpresa para mí en su libro es que amplía el género de crónica no sólo a la literatura, sino a lo visual, por ejemplo.

Sí, 100 por ciento. A lo visual, a la poesía, la música, la arquitectura, el teatro, claro.

Pero a lo largo del volumen yo me quedé esperando más de ese enfoque, ya no aborda la crónica como algo visual o de otro campo.

No puedo, porque mi trabajo es con la palabra. No tengo los conocimientos de arquitectura, danza ni mucho menos de música. Cuando es algo muy evidente como la obra Danzón o Metro Chabacano, más o menos te puedes guiar, pero las cosas no son tan evidentes. Y eso es lo que quiero demostrar, primero con las palabras, que es el medio en el que yo me muevo, que aunque parezca que tratan de un tema, debes rascarle un poco más para tenerlo realmente. Yo no estoy en la capacidad de hacer eso con otros géneros, aunque me doy cuenta que eso existe. Te pasa con la música de Javier Álvarez, el ruido o el sonido del Metro es algo que yo no puedo entender, pero que me doy cuenta que está retratando a México, pero en un lenguaje que yo no conozco; por eso me restrinjo al que conozco: el de la palabra.

¿Cómo se escribe un libro sobre la crónica para un país donde se lee tan poco?

Tengo un capítulo que se llama “¿Para qué la crónica?”. ¿Para qué toda la literatura? ¿Para qué toda la crónica o investigaciones que te toman años de tu vida, quemándote las pestañas? ¿Para qué? Si nos hacemos esa pregunta probablemente no haríamos ni la mitad de lo que hacemos en esta vida. Lo hacemos porque tenemos la esperanza de que haya alguien a quien esto le llegue, le diga algo y le sirva. Tal vez no podemos incidir de manera inmediata, pero hay cosas que han pasado porque existen los textos de Elena Poniatowska o Monsiváis, otros escritores han logrado incidir en políticas públicas para que las cosas cambian. Pero la respuesta no la tengo. Es más, si la sigo buscando, no vuelvo a escribir.

Tenía una hipótesis diferente: que la crónica es el único género en el que todos podemos ser protagonistas.

Sí, pues por eso nos gusta la crónica, pero de ahí a que sirva, en el sentido utilitarista de decir: “Te estoy describiendo lo jodida que está comunidad, ¿vas a poder hacer algo o nada más vas a leer mi descripción y dar las buenas noches y a dormir?” “¿Le va a servir de algo al gobierno esta descripción que te estoy haciendo de lo que pasa con las madres que no tienen adonde dejar a sus hijos para irse a la maquiladora y los amarran a la pata de una mesa? ¿Sirve para que tú hagas pongas una guardería?”

Entonces ¿cómo es que concluye en su libro que la crónica es subversiva, no es contradictorio?

Es subversiva porque nos hace a todos darnos cuenta de lo que falta; de ahí a que nos haga actuar, hay otro paso, eso no necesariamente lo puede generar la crónica o cualquier texto. Tengo que creer que la palabra de alguien tiene un peso para que algo cambie o mejore. De hecho, este país en mis narices ha cambiado y mejorado en los últimos 30 años por esta generación mía que creyó que valía la pena pelear por las elecciones libres, el voto no fraudulento, la libertad de expresión, los derechos humanos, el cuidar el ambiente. No hemos llegado a donde tenemos que llegar, pero estamos mucho mejor que hace 40 años, y eso se hizo a través de esas luchas y a través de esas palabras. Por eso tengo esa esperanza.

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