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Cultura

Ignacio Padilla póstumo o 28 relatos mientras nos llega la muerte

Foto: Especial

A casi tres semanas antes de su muerte, durante el homenaje que recibió en el Palacio de Bellas Artes el 2 de agosto del año pasado, Ignacio Padilla (1968-2016) se definió como cuentista. Su primer libro póstumo, al menos el que dejó listo para publicarse, da fe de esa proclama y reúne cuentos, cuentos de cuentos y recuentos.

La salida de Inéditos y Extraviados (Océano, 2016) estaba prevista para septiembre del 2016, pero la muerte no entiende de palabras y levantó al escritor más joven de la generación del Crack en Querétaro, víctima de un vil percance carretero; tan presurosa, que la editorial ni tiempo tuvo de meter la fecha fúnebre del 20 de agosto en la biografía de la solapa de este volumen que recobra 28 “relatos que habrán dejado de ser inéditos cuando alcancen la mirada del lector para el cual fueron escritos”.

Dividida en dos secciones, Todos los trenes y Extravío de lo volátil, esta obra póstuma de Padilla se rige por la ironía y el humor negro como leit motiv, que alcanza hasta a la Advertencia a manera de prólogo con que recibe al futuro «lector cautivo» el también autor de Amphitryon (Espasa-Calpe, 2000).

«Se trata acaso de fragmentos de novelas, cuentos u obras teatrales perdidos, o de una sola obra: aquella que infatigablemente vamos escribiendo mientras nos llega la muerte, ese relato pantagruélico que nunca terminaremos y del que todos nuestros textos son solamente, atisbos, capítulos, tropiezos», anticipa Ignacio Padilla, quien el pasado 7 de noviembre habría cumplido 49 años de una intensa vida literaria con más de una treintena de libros, entre novelas, ensayos, cuentos, narrativa infantil y crónica.

En la sección Todos los trenes, sus 25 relatos -con números por título como si se trataran de los capítulos de una novela- juegan con las referencias culturales y literarias del lector. Ahí está una bella durmiente con insomnio después del beso del príncipe que la despertó; ahí aparece un remedo de la obra maestra del doctor Viktor Frankenstein, pero con cerebro capaz de cuestionar la moral del lector; ahí está el cadáver de un gigante más peligroso muerto que vivo para un pueblo, por su putrefacción; ahí está un Minotauro aburrido por el laberinto de Dédalo que convoca a un concurso de arquitectos para remodelar su mítico hábitat. O un dragón que perdió sus documentos de identidad y se va al exilio. O el relato-anuncio sobre una escuela de impostores y suplantadores (que recuerda a El club de los suicidas), que terminan suplantados por los suplantados, en un eterno retorno al absurdo y al asesinato.

Todo es risa y tragedia en estos relatos, un humor negro donde la imaginación y lo extraordinario no están reñidos con la cotidianidad, como el drama de una vendedora de cosméticos que padece del déjà vu, aunque al parecer de lo único que sufre es de una vida rutinaria donde ve siempre lo mismo a las puertas de cada cliente. El juego de contar de Padilla en Inéditos y Extraviados está hasta en el color de la portada de su libro, azul sangre, cuyo secreto descubrimos en la anécdota del triángulo amoroso -más bien un cuarteto- entre un lector cautivo, el autor del relato, su mujer protagonista y una femme fatale.

En esta serie de relatos fugaces, de «trenes» -como los bautiza desde sus libros previos Trenes de humo al bajoalfombra (Cuadernos de Malinalco, 1992) y Últimos trenes (UNAM, 1996) aunque nada tengan que ver con trenes-, Padilla parece guiñar un ojo no sólo a Giorgio Manganelli, su inspiración; sino también a Italo Calvino, Robert Louis Stevenson, Alexandre Dumas, Mary Shelley, Julio Cortázar, Dino Buzzatti -el de Historias al atardecer más que del de El desierto de los tártaros-, Ray Bradbury, Jorge Luis Borges o los autores anónimos de las Las mil y una noches y de fábulas y cuentos de hadas.

La sección final, Extravío de lo volátil, reúne tres hagiografías. Tres historias magistrales cuyos antecedentes pueden rastrearse al menos en dos de los Trois Contes, de Gustave Flaubert: Un coeur simple y Légende de Saint Julien L’Hospitalier. En Santa Elena en ayunas Padilla va tras las reliquias de los Tres Reyes Magos que, irónicamente pueden ser de dragón o, entrados en gastos, de pterodáctilo.

En Sino sus alas, el académico de la lengua recurre a la técnica cervantina de recontar lo que contó un mítico cuentacuentos -aquí es Simeón de Aquitania-, en un bestiario humano sobre el lado oscuro de las palomas, símbolos del Espíritu Santo en la Trinidad católica, y de sus criadores condenados por herejes.

Navigatio Prima es la travesía borgiana de Lotario, el peregrino impertinente, a La isla de los pájaros, en busca de conocer los secretos de la Creación, «el Paraíso donde palpitan las ideas más allá de las ideas, la cifra alegre que fuimos antes de que nos apartasen la lascivia de nuestros primeros padres».

Padilla explica sobre estos 28 textos que «llevan en su seno una vocación de permanente extravío y de constante inconclusión», que nacieron entre las fronteras del cuento y la novela o hasta del cine. Pero tal vez más clara sea la definición de su naturaleza que aporta él mismo: son «elusivos y espectrales».

FICHA

Ignacio Padilla nació en la Ciudad de México el 7 de noviembre de 1968 y murió en Querétaro el 20 de agosto del 2016. A lo largo de su vasta carrera literaria acumuló gran cantidad de premios, como el nacional Juan Rulfo, en 1994, y el internacional Juan Rulfo, en 2008; el Gilberto Owen, en 1999; el Primavera Espasa-Calpe, en 2000; o el La otra orilla, en 2011. Entre sus obras principales están Amphitryon (2000), La gruta del toscano (Alfaguara, 2006), Las fauces del abismo (Océano, 2014), Los anacrónicos y otros cuentos (FCE, 2010) y narrativa infantil editada, entre otros, por el FCE, como Por un tornillo (2009), Todos los osos son zurdos (2010) y El hombre que fue mapa (2014). Fue miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua y, en la función pública, director de la Biblioteca José Vasconcelos y agregado cultural de la embajada de México en Gran Bretaña.

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