Cultura
Emiliano Zapata. 100 años de la leyenda
El pasado 21 de diciembre, el presidente Andrés Manuel López Obrador firmó un decreto por el cual se declaró al año 2019 como el «Año del Caudillo del Sur, Emiliano Zapata» invitando a los gobiernos estatales y municipales a adherirse a dicha declaratoria como parte de la conmemoración al centenario de su fallecimiento.
Emiliano Zapata Salazar nació en Anenecuilco, Morelos, el 8 de agosto de 1879. Hijo de Cleofás Salazar y Gabriel Zapata se inició de lleno en la política el 12 de septiembre de 1909 tras ser nombrado jefe de la Junta de Defensa de las Tierras de Anenecuilco después de que en este poblado se realizara una asamblea que buscaba la restitución de las tierras para los campesinos. Su causa se vería reforzada poco más de un año después, cuando se uniría al movimiento revolucionario bajo las órdenes de Pablo Burgos.
Su unión al movimiento maderista se debía a que en el Plan de San Luis se mencionaba que «abusando de la ley de terrenos baldíos, numerosos pequeños propietarios, en su mayoría indígenas, han sido despojados de sus terrenos, ya por acuerdo de la Secretaría de Fomento, o por fallos de los Tribunales de la República», por lo que resultaba justo restituir a sus antiguos poseedores los terrenos de los que fueron despojados.
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Zapata se convirtió en un símbolo del agrarismo mexicano a partir del 28 de noviembre de 1911. Ese día, acompañado de los generales José T. Ruiz, Otilio E. Montaño, Francisco Mendoza Palma, Jesús Morales, Eufemio Zapata y Próculo Capistrán, firmó el Plan de Ayala, uno de los documentos que dieron identidad al zapatismo.
Este significó el rompimiento entre el «Caudillo del Sur» y Francisco I. Madero, a quien desconocieron como jefe de la Revolución, acusándolo de no llevar «a feliz término la revolución», satisfaciendo únicamente sus ambiciones; nulificando, encarcelando, persiguiendo o matando a los elementos que le ayudaron a llegar a la presidencia y ahogando en sangre a los que pedían o exigían el cumplimiento de sus promesas, llamándolos «bandidos y rebeldes». Mientras tanto, Pascual Orozco quedó reconocido como el jefe de la Revolución, cargo en el que se le reconoció hasta 1914, año en el que el oriundo del municipio de Guerrero, Chihuahua, se unió a las filas de Huerta.
El movimiento armado encabezado por Zapata continuó abrazando las promesas del Plan de San Luis y tras el asesinato de Francisco I. Madero y el vicepresidente Pino Suárez, desconoció también al gobierno de Victoriano Huerta. A partir de entonces las filas de Zapata comenzarían a ser blanco de los gobiernos en turno. No obstante, con el apoyo de Francisco Villa, quien terminó por desconocer también a Carranza como jefe del ejército constitucionalista y titular del Ejecutivo federal, el caudillo morelense tuvo uno de sus momentos más álgidos al entrar a la capital y provocar el desplazamiento de las fuerzas carrancistas hacia Veracruz.
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El general Pablo González, entonces leal a Carranza, fue el encargado de las estrategias de persecución y disuasión de zapatistas junto a otro tipo de políticas locales, de carácter agrario, impulsadas por gobernadores cercanos a Carranza. Esto fue mermando la capacidad de reacción de Zapata y los suyos.
Por ello, en 1919, durante la búsqueda de apoyo, caería en una trampa del coronel Jesús M. Guajardo, a quien el 8 de abril respondía satisfecho de la supuesta adhesión a la causa revolucionaria, asegurando que tenía los brazos abiertos, después de que el primero le indicara que por las grandes dificultades que tenía con Pablo González, estaba dispuesto a colaborar a su lado siempre y cuando se le dieran garantías suficientes, ofreciendo municiones, armas y caballada.
De acuerdo con los registros, Guajardo salió para encontrarse con Zapata el día 9, para posteriormente acordar una reunión en la hacienda de Chinameca, Morelos, en donde el “Caudillo del Sur” decidió ingresar después de las 2 de la tarde, sin saber que la guardia de honor tenía como orden el hacer fuego sobre él al toque de la segunda llamada de honor, haciendo que el líder agrarista cayera muerto pero no en el olvido, convirtiéndose así en una leyenda y uno de los símbolos de las luchas campesinas en México.
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