Chispazos
2018 y el Síndrome de las Falsas Esperanzas
Es de esperarse que al inicio de cada Año Nuevo se tengan las expectativas muy en alto, con una plétora de planes, resoluciones y fuerza de voluntad. El ciclo naciente nos brinda una nueva oportunidad de enmendar nuestros errores, cambiar nuestros malos hábitos y de trocar fracasos por logros, así como de buscar la repetición de nuestros aciertos. Son tiempos de tener muy en alto nuestra esperanza y, por ese motivo, refrendamos cada 12 meses los mismos rituales para recibir el Año Nuevo: comer 12 uvas en cada campanada con deseos, dar el primer paso con el pie derecho, barrer la casa contra “las malas vibras”, salir a la calle con maletas para viajar mucho, vestir ropa interior roja (para el amor) o amarilla (para el dinero), pisar y/o barrer monedas para la abundancia…
No me gustaría ser leído como pesimista ni desanimar a quienes aún están tratando de alcanzar sus objetivos; solo intento ser realista y basarme en datos estadísticos, los cuales dictan que estas buenas intenciones de Año Nuevo se van desvaneciendo de forma rápida. De acuerdo con estadísticas en Estados Unidos, 27 por ciento abandona sus resoluciones tras siete días; al mes, ese porcentaje sube a casi 42 por ciento, y después de seis meses solo 4 de cada 10 personas las mantienen. Al final del año, menos de 10 por ciento siente que cumplió las metas propuestas. Estos niveles de pobre desempeño en resoluciones podrían deberse a lo que en 2002 un par de investigadores sociales llamó el Síndrome de las Falsas Esperanzas. Este síndrome funciona más o menos así: partiendo de la premisa un tanto falaz de que los cambios personales son fáciles de lograr, nos planteamos resultados irreales, complicados o casi imposibles de concretar (ejemplos clásicos: bajar de peso, dejar el cigarrillo, comenzar a hacer ejercicio, comer más sano), lo que nos lleva al fracaso en nuestras resoluciones y genera una sensación de mucha frustración.
Quisiera ahora trasladar este mismo Síndrome de las Falsas Esperanzas a la arena nacional y al terreno político. Como todos sabemos, este año es de suma trascendencia para México por las elecciones que se llevarán a cabo en julio próximo. La relevancia de estos comicios, incluso, podría afectar la estabilidad financiera global, según la consultora de riesgo político Eurasia Group, la cual ve riesgos para los inversionistas internacionales ante un eventual triunfo de Andrés Manuel López Obrador (que en la entrega anterior apuntaba como algo factible). Lo relevante para este texto es que las elecciones presidenciales, al igual que el Año Nuevo, siempre traen esperanzas renovadas. A pesar de que la oferta política para estas votaciones es sumamente deficiente, tanto de candidatos como de plataformas y propuestas, los electores muestran gran entusiasmo, una pasión enardecida y una esperanza absoluta. Creen que, ahora sí, de ganar su “gallo”, cambiarán las cosas. El desenlace, sin embargo, podrían ser muy diferente. La psicóloga Susan Krauss Whitbourne sintetizó de manera muy precisa esta realidad: “Los votantes son los optimistas eternos que no pueden aprender de la experiencia. Queremos creer que nuestros políticos mejorarán nuestras vidas. Pero cuando la realidad post-electoral golpea, nos olvidamos de lo poco realistas que éramos al creer que de alguna manera ‘esta vez’ el resultado sería diferente”.
Y, para finalizar, también podemos aplicar este Síndrome de las Falsas Esperanzas al deporte, particularmente al fútbol y, más en específico, a la Selección Nacional varonil. Copa tras copa, torneo tras torneo, los aficionados nacionalistas no se desaniman; creen que esta sí será la buena. Cada partido representa una nueva esperanza, cada fase un paso más cerca de la gloria. Este año se presenta la oportunidad de México en la Copa Mundial de Rusia. Las expectativas son muy altas, aunque el grupo de la Selección es quizá el más complicado de los ocho que hay con Alemania, Suecia y República de Corea como rivales.
A final de cuentas, tal vez sí sea pesimista, pues tanto en las elecciones como en la Copa de Rusia auguro que más de uno experimentaremos no solo el de las Falsas Esperanzas, sino también el Síndrome del Corazón Roto… No obstante, ¡les deseo un muy Feliz 2018!
* Periodista y consultor con estudios de doctorado en Relaciones Internacionales en la London School of Economics and Political Science.
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