Metrópoli
Pasión juvenil por rayarse la piel
Dylan es un joven de 18 años que le tocó vivir en el México del siglo XXI, donde en pocas ocasiones se celebran los avances en materia de discriminación. Él vive en Ecatepec y trabaja en el negocio de su padre desde hace un año. Parte del dinero que gana con sus actividades laborales lo invierte en él mismo; es decir, en sus tatuajes.
Desde los 13 años, él comenzó a tatuarse. Actualmente tiene 22 tatuajes. Sus padres no estuvieron de acuerdo con la decisión de que su hijo pigmentara su cuerpo; sin embargo, “me los hice porque me encantan los tatuajes”, asegura.
Los tutores, por desconocimiento de la ley, decidieron no emprender acción legal alguna. Y es que la Ley General de Salud, en el capítulo VIII, artículo 268 Bis-1 especifica que “queda prohibido realizar tatuajes, micro pigmentaciones y perforaciones a personas menores de 18 años de edad, así como aquellas que no se encuentren en pleno goce de sus facultades mentales”.
La sanción para aquellos que realicen tatuajes sin respetar lo estipulado en la ley supone elevadas multas y la revocación de la licencia sanitaria.
El joven explica que la principal razón por la que le gustan los tatuajes reside en que “para mí, es un arte” y, señaló que no es por moda.
Enfatizó que él destina poco menos de la mitad de su sueldo para “rayarse”. Afirmó que un tatuaje de tamaño promedio tiene un costo aproximado de 900 pesos y añadió que el tatuaje más caro que se ha realizado “es una frase en inglés. Me costo $1200”, destacó.
Dylan ha sido víctima de discriminación por los tatuajes que tiene en su cuerpo y éstos han afectado sus relaciones sociales. Nos comparte: “Pues una vez salí con una chica y fuimos a su casa. Sus padres me miraron y, al darse cuenta de que tenía tatuajes, ellos me dijeron que se veía mal estar así. En otro ocasión, igual paseaba por la ciudad y un señor me insultó por tener tatuajes. Yo sentí súper feo; fue una gran sensación en el pecho y a la vez me ponía rojo”.
“Algunas personas me discriminan por estar tatuado, piensan que uno es delincuente”, subrayó.
Al cuestionarle si seguirá tatuándose en el futuro, aun cuando ha sido discriminado, respondió sin dudar o titubear: “Sí, me gustaría hacerme muchos”. En los dos antebrazos, en el dedo, el pecho, el abdomen, las costillas, el cuello y la ingle son los lugares donde el joven ha decidido “rayarse” de por vida.
La historia de Frida no es muy diferente a la Dylan en materia de distinciones y exclusión. Frida tiene 17 años; nos cuenta que ha enfrentado varios obstáculos en su vida escolar y ahora laboral por sus tatuajes. “No en todos los trabajos te aceptan si estás rayada”, asegura.
Ella se hizo el primer tatuaje hace unos meses. La pasión por los tatuajes emerge porque “no sólo quería tener un gusto o un recuerdo en mi mente, si no que también quería tenerlos plasmados en mi piel”.
A la joven de 17 años le encanta cómo lucen las personas sus tatuajes, pero también por el significado que tienen. “Tengo tatuada a una mujer y esa mujer representa a mi mamá; el de ‘purpose’ me lo tatué porque tengo muchos propósitos en la vida”, expuso.
La única ventaja que encuentra la joven es que se ve “más grande” y ello le permite acceder a antros sin identificación que la acredite como mayor de edad.
Su padre no estuvo de acuerdo en que se tatuara; su madre, sí. Frida continuará tatuándose a futuro, ya que, como dice su mamá, cada tatuaje representa un momento especial de su vida.
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