Internacional
¿Quiénes son Óscar Romero y Pablo VI, los nuevos santos de la Iglesia Católica?
Este domingo, el papa Francisco incluyó a 7 nuevos santos y santas a la Iglesia Católica, en una ceremonia multitudinaria que agrupó a 70 mil personas, acorde con la gendarmería del Vaticano. Entre estos, se encuentran Óscar Romero y el papa Pablo VI, dos figuras incómodas en su tiempo para la jerarquía católica, y que hoy, con la decisión de Francisco, son reivindicadas en el seno de la institución religiosa más amplia del mundo.
Pero ¿quiénes fueron los dos hombres y qué hicieron en vida para que hoy sean incluidos en el Libro de los Santos? La Hoguera te trae un breve perfil de ambos.
Óscar Arnulfo Romero: «San Romero de América»
Romero fue una figura controvertida desde su nombramiento como arzobispo de San Salvador en 1977, hasta su asesinato, el 24 de marzo de 1980, cuando el disparo de un ultraderechista en plena misa le arrebató la vida.
Al comienzo de su nombramiento era visto por la cúpula de la iglesia como un cura de buenas intenciones pero dentro de los cánones eclesiásticos y de corte oficialista. No obstante, un hecho lo marcaría al grado que algunos estudiosos e historiadoras como Karla Ann Koll, profesora de Historia y Misión de la Universidad Bíblica Latinoamericana, lo señalarían como el detonador de una verdadera «conversión».
Ese fue el asesinato del padre Rutilio Grande, quien era un amigo muy cercano de Romero, y de campesinos y otros miembros de la iglesia por parte de fuerzas armadas del régimen salvadoreño.
A partir de ese momento, Óscar Romero dedicó su vida religiosa a denunciar las violaciones a los Derechos Humanos cometidas por el partido ARENA, que se encontraba en el poder, y a levantar la voz a favor de los más necesitados y en contra del régimen.
Esta actitud le valió ojos de desconfianza al interior de la institución, pues resultaba un elemento incómodo por sus críticas a la absolutización de la riqueza, su afán de desenmascarar el servilismo de las fuerzas armadas a la oligarquía, así como por sus denuncias a la corrupción de la justicia, y el inmovilismo de los católicos conservadores que aseguraba «vivían a espaldas del prójimo».
Romero se reunió en 1978 en la santa sede con el papa Pablo VI, quien le ofreció palabras de ánimo y fortaleza. No obstante, cuando pidió una audiencia con Juan Pablo II, esta le fue negada en repetidas ocasiones: «Como un mendigo, tuve que suplicar que me dieran la audiencia», le contaría Romero a la periodista cubana María López Vigil ese mismo año.
El religioso madrugó y logró estar en la primera fila del grupo de feligreses que se acerca a la plaza de San Pedro los domingos a la espera del saludo papal: «Le agarré la mano al Santo Padre y le dije: ‘Soy el arzobispo de San Salvador, necesito hablar con usted'», recuerda la periodista que le contó el sacerdote.
Así consiguió la audiencia. Romero le llevó a Juan Pablo recortes de periódicos, testimonios y documentos que probaban la persecución policial hacia miembros de la iglesia. La respuesta por parte del papa fue tan sencilla como reveladora: «Monseñor, aquí no tenemos tiempo para leer tantas cosas. No venga aquí con tantos papeles».
A partir de entonces, en el sacerdote se anidaría un sentimiento de abandono que lo fue alejando cada vez más de la gracia de la cúpula de la iglesia. Sus discursos de por sí incendiarios, encontraron nuevo combustible en la manera en la que fue apartado por la institución que lo acogía.
«Romero demostró que no era el arzobispo que estaba al lado de la oligarquía, como creían los que celebraron su nombramiento (…) En ese momento, Romero comenzó a ser perseguido y aislado por sus propios hermanos obispos», le dijo en una entrevista a BBC Mundo Martha Zechmeister, directora de la maestría de Teología Latinoamericana de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas en El Salvador.
Parte de la desconfianza en el gremio religioso hacia Óscar Romero se gestaba porque no veían con buenos ojos la dirección que tomaba el movimiento teológico de América Latina, más cercano a una visión liberadora y crítica con el poder, involucrada en el rumbo de la política local.
Continuó la persecución y el apartamiento, así como los discursos y las acciones subversivas. Una noche, la del sábado 22 al domingo 23 de marzo de 1980, una carmelita vería encendida la luz de la habitación de Romero a altas horas de la noche. Cuando fue a verle, este le dijo que preparaba un discurso muy importante para la homilía del día siguiente. Lo que diría en lo que no sabía que sería su último discurso, fue lo siguiente.
“Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: no matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla (…) En nombre de Dios pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cese la represión”.
El lunes 24 de marzo, mientras estaba en misa, un Volkswagen Passat de color rojo se detuvo frente a la puerta de la capilla poco antes de las 6:30 de la tarde. Desde su interior se detonó un disparo calibre .22, que impactó «a 20 cm de la línea clavicular anterior y a 6 cm del esternón», dejando «un agujero circular con un diámetro de 5 milímetros», diría el examen forense.
Así cortaron de tajo la vida de uno de los miembros de la iglesia comprometidos verdaderamente con la justicia social. Algunos expertos y expertas incluso afirman que su asesinato fue el detonador de la guerra civil que azotó a El Salvador hasta 1992. La identidad de su atacante sigue, hasta ahora, sin conocerse. Aunque se toma por verdad debido a diversas pruebas, que fue el régimen derechista quien ordenó el atentado.
Hoy, a 38 años del trágico evento, Romero entra al Libro de los Santos, con un milagro que involucra a una mujer llamada Cecilia, quien durante su cuarto embarazo había sido diagnosticada con preclamsia, lo que podía derivar en funestas conclusiones, lo que de hecho parecía que sucedería, pues en el parto, le tuvieron que realizar una cesárea de emergencia que la sumiría en un coma.
Su esposo, Alejandro, en su desesperación tomó una biblia para extender una oración. En la página en la que abrió el libro se encontró una estampa de Romero, a quien decidió rezarle. Al poco tiempo, Cecilia despertó y los médicos aseguraron que no era usual que una paciente presentara un daño en órganos vitales, como lo tuvo Cecilia, y saliera del hospital caminando.
La historia llegó a oídos de la iglesia, que después de declararla como un milagro, se reconcilió con el religioso asesinado por vivir y predicar, como aducen algunas organizaciones religiosas, «al modo de Jesucristo».
Pablo VI: el conciliador
De nombre Juan Bautista Montini, nació en 1897 y el 21 de junio de 1963 fue elegido como el 262 Papa de la Iglesia Católica, adoptando el nombre de Pablo VI y comenzando un Pontificado en el que llevó a término el Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII.
Durante su pontificado, caracterizado como «modernizador» por su marcado acento en la conciliación entre creyentes y no creyentes, así como en la buena relación de su iglesia con otros sistemas de creencias, en enero de 1964 (4-6), realiza un viaje sin precedentes a Tierra Santa, en donde se da un histórico encuentro con Atenágoras I, Patriarca de Jerusalén, con quien celebró el levantamiento de las excomuniones mutuas, impuestas tras el Gran Cisma entre oriente y occidente del 1054.
Asimismo, Pablo VI fue llamado «el papa viajero», pues fue también el primero en visitar los 5 continentes. Su mandato fue de corte reformista e introdujo grandes cambios que modificaron el curso de los procesos internos.
Por ejemplo, instauró la edad de 80 años como límite para participar en la elección del siguiente papa o la renuncia de la lujosa tiara pontificia para dar ejemplo de austeridad, muy en la línea del actual Pontífice. Montini fue también el autor de la controvertida Humanae Vitae, que incluía la postura de la Iglesia respecto al aborto, el control de la natalidad o la prohibición de los métodos anticonceptivos; al igual que acordó con la institución realizar las misas en lengua vernácula y no en latin, para volver las enseñanzas de dios «más accesibles».
Uno de sus actos más recordados es cuando durante la cuarta y última sesión del Concilio, viaja a Nueva York a la sede de la Organización de las Naciones Unidas para hacer un histórico llamado a la paz mundial ante los representantes de todas las naciones.
La vida del papa terminó cuando sufrió un infarto agudo de miocardio, después de lo cual continuó luchando por su vida durante tres horas. El 6 de agosto de 1978, a las 21:41, Pablo VI murió en Castel Gandolfo.
A su muerte, se dispuso un funeral austero y sencillo, hecho que se vio patente en el ataúd, que era de madera y sin adornos ni decoraciones. Sobre este, durante las exequias, se colocó un libro de los Evangelios. Fue enterrado bajo el suelo de la Basílica de San Pedro. En su testamento, pidió ser enterrado en «tierra verdadera» y por lo que no tiene un sepulcro, sino una tumba en el suelo.
El milagro elegido para su santificación es la «sanación» de un feto en 2001 en Estados Unidos, propuesto por el postulador de este proceso, Antonio Marrazzo. El caso se refiere a la historia de una mujer que durante el embarazo descubrió que su feto padecía un grave problema cerebral y a quien los médicos aconsejaron abortar.
La joven eligió llevar el embarazo a término y se encomendó a Pablo VI. «El niño nació sin problemas» y los médicos consideraron su nacimiento «un hecho verdaderamente extraordinario y sobrenatural».
Hoy, luego de varios años, los rostros de estas dos personalidades de la iglesia católica adornan la entrada de la Basílica de San Pedro, al lado de figuras como María Caterina Kasper y Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús March Mesa.
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