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Espectáculos

María Félix, 17 años sin la diva del Cine de Oro mexicano

Foto: Youtube

El 8 de abril marcó un hito en la historia de la cinematografía mundial: el mismo día que la diva del Cine de Oro mexicano, María Félix, cumplía 88 años de edad, ese mismo día, un infarto fulminante había hecho que su corazón dejara de latir. Han pasado 17 años desde entonces.

Según relatan familiares de «María Bonita», la víspera de su cumpleaños 88 no transcurrió de forma distinta a cualquier otra noche: «Leyó, vio televisión, tenía revistas y el control a un lado sobre su cama», describen las personas que la acompañaron, sin saberlo, en sus últimos momentos.

«Murió dormidita», recuerdan sus más entrañables amigos. Efectivamente, María Félix falleció en las primeras horas del lunes 8 de abril mientras dormía en su residencia de Polanco, un lujoso predio ubicado en el 610 de Hegel. Desde ahí, su cuerpo fue trasladado en punto de las 16:30 horas a bordo de una camioneta blanca hasta el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes, donde fue velada y homenajeada por espacio de 22 horas para, finalmente, ser trasladada a la Asociación Nacional de Actores (Anda) y de ahí a su lugar de descanso final, en el Panteón Francés.

«Hasta para para morir tuvo estilo», relató la prensa, que abarrotó las bardas, las copas de los árboles, los hombros de otros compañeros, y hasta los techos de los autos, con tal de tener acceso a un pedacito de lo que estaba sucediendo al interior del sitio.

Según reportes de la fecha, era tal la cantidad de gente que se arremolinó en torno a la casa de «La Doña», entre fanáticos, curiosos y periodistas de todo el mundo (porque esa fue la nota internacional de aquél día), que tuvieron que intervenir elementos de la Secretaría de Seguridad Pública para retirar a la gran cantidad de personas y automóviles que no dejaban de llegar.

«¡Pero cuánto más fue su resplandor…!», decían los nostálgicos, los que se negaban a darle el último adiós a quien fuera una de las figuras centrales del cine mexicano, no sólo bajo la tutela del «Indio» Fernández o en los cielos de Gabriel Figueroa, sino a lo largo de una nutrida trayectoria artística que se extendería por espacio de casi tres décadas.

LA POLÉMICA SE REAVIVA

¿Cómo una figura tan destacada iba a escapar al ojo siempre avispado de la crítica y la controversia? Es bien conocida la turbia relación que tuvo con su único hijo, Enrique Álvarez Félix, el archireconocido «dandy» de los sesentas en la película de 1967, «Los Caifanes», que protagonizó junto a Sergio Jiménez y Óscar Chávez.

Por ahí también se rumoraba su desprecio hacia el primer titular de la Anda, el charro de charros, Jorge Negrete. Junto a él, debutaría como co protagonista del filme «El peñón de las almas», en 1943. Dicen por ahí su odio por Negrete comenzó cuando el actor le preguntó: «¿Con quién se acostó usted para obtener este papel?».

Por supuesto, esto no iba a influir en el futuro romance que la pareja mantendría hacia principios de los cincuenta, y que los uniría en un matrimonio que, sin embargo, no se extendería más allá de un año.

Ahora bien, tan vasta filmografía (más de cuarenta películas en México y más de una decena en Europa) no fue el único tesoro que dejó a su paso: instantes después de la noticia, se desató la polémica, como no podía faltar, en torno al destino que aguardaba a sus posesiones materiales. Se dio a conocer que la actriz había legado el total de sus bienes a un único heredero, su asistente Luis Martínez de Alba, y que las propiedades a su nombre se subastarían en Nueva York.

También se dio a conocer que María Félix había heredado la poco discreta cantidad de 200 mil dólares a quien fuera su quinta y última pareja -«un compañero de vida», más que una pareja sentimental, dirían sus más cercanos-, Antoine Tzapoff, y otros 50 mil al secretario de su hijo, Javier Téllez.

Naturalmente, las posesiones personales de «La Doña» fueron los objetos más codiciados. En la subasta, además de muebles, piezas decorativas, ropa y joyas, fueron vendidas las obras de arte que pertenecieron a María Félix, incluyendo un retrato que la legendaria actriz atesoraba al interior de su residencia. Se desconoce el precio final, pero sabemos que la puja comenzó en medio millón de dólares.

Entre los artículos caros y más deseados, estuvieron 60 pinturas, entre ellas varios retratos de Félix, como un detalle al carbón que habría sido realizado por Diego Rivera hacia 1948 (cuyo precio alcanzó los 200 mil dólares) y un retrato realizado por Leonora Carrington en 1965.

¿Cuántos varios millones de dólares invertidos no habría en la suma de sus posesiones, en cada ladrillo de sus propiedades? Ni después de abandonar el plano físico, «La Doña» estuvo exenta de polémicas: un tenso y prolongado conflicto legal, que se derivó de diversas acusaciones que vinculaban su fallecimiento a un posible asesinato por envenenamiento, finalizó con la exhumación de su cadáver, hecho que fue considerado por muchos como una profanación y ultraje a la memoria de la actriz.

Así pues, alrededor de las 06:00 horas del jueves 29 de agosto de 2002, se dio inicio a la exhumación de los restos de la actriz, quien había sido sepultada en el Panteón Francés casi cinco meses atrás. Al no hallar el parte médico rastros que evidenciaran el presunto envenenamiento, se dio por concluida la polémica. El veredicto final fue que María Félix murió en la madrugada del 8 de abril a los 88 años de edad por causas naturales.

«MARÍA BONITA, MARÍA DEL ALMA»

Ícono que trascendió fronteras, María Félix nació en la ciudad de Álamos, Sonora, el 8 de abril de 1914, en plena Revolución Mexicana. Bautizada con el nombre de María de los Ángeles Félix Güereña, tuvo muchos nombres a lo largo de su vida: «La Doña», que si bien se debe a su papel estelar en la película de 1943, «Doña Bárbara» (Dir. Fernando de Fuentes), es evidente que este apodo es del todo pertinente a su mirada penetrante, su figura altiva y sus pasos de plomo; en el otro extremo, está la «María Bonita» de Agustín Lara que habitaba entre las notas del «Flaco de Oro» cuando le recordaba el puerto de Acapulco.

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Se casó otras tres veces, pero eso no evitó que dejara de arrancar suspiros. Otro de los miles de cientos de rumores que rodean a la artista, es que en alguna ocasión el mismísimo rey Faruk de Egipto estuvo enamorado de ella, llegándole a ofrecer la milenaria diadema de Nefertiti.

Pero a su belleza le debe apenas una parte de su exitosa carrera, quizá la mínima. Fue su talento lo que sedujo a cineastas del tamaño de Jean Renoir o Luis Buñuel, y lo que la llevó a participar junto a estrellas internacionales de la talla de Rossano Brazzi, Vittorio Gassman, Jean Gabin, Yves Montand, Gérard Philipe y Jack Palance.

Pero aún más inolvidable fue su actuación en las películas que la consagraron como una de las más grandes personalidades de la cinematografía universal de todos los tiempos: «Enamorada», de 1946, «Río Escondido» de 1947 y «Maclovia», de 1948, todas dirigidas por Emilio el «Indio» Fernández.

Tras su incursión en Europa, que se prolongaría por casi una década, María regresó a México convertida ya en la diva que, hasta el día de hoy, el público recuerda con cariño y devoción casi fanática. Y no es para menos. «La escondida» de 1955, y «Tizoc» de 1956, presenciarían este periodo de éxito imparable antes de clausurar definitivamente su carrera con la gigantesca «La Generala», filme de 1970 dirigido por Juan Ibáñez.

A lo largo de su trayectoria sería galardonada con al menos una docena de premios, como el Ariel a la Mejor Actriz por «Enamorada», la Diosa de Plata por su carrera artística internacional, o su condecoración bajo la Orden de las Artes y las Letras, la máxima distinción otorgada por el gobierno francés a sus ciudadanos y extranjeros por su labor en la promoción de la cultura y las artes.

Se dice que en sus últimos años de vida, precisamente, había anunciado su deseo de volver a la actuación, pero para eso ya no hubo tiempo. Lo había dado todo. Y era mucho, pero mucho más que suficiente.

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