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Incendiario

Los presidentes del presidente

Unas elecciones inusuales solo podían tener resultados inusuales. Parte de esa condición inédita es que los partidos que apuntalaron las dos coaliciones principales, la pro-AMLO y la anti-AMLO, tienen argumentos para darles las gracias a sus respectivos dirigentes nacionales. Algo que, seguramente, no ocurrirá, puesto que ambos son elementos útiles para el presidente López Obrador.

El pasado domingo, Morena consolidó su dominio territorial del país, pero también descubrió que no es una fuerza intocable con imprevistas derrotas. La oposición revivió y recuperó pocos lugares clave, principalmente en el tema legislativo, pero dejó ir los gobiernos que rigen a casi 20 millones de mexicanos. El escenario más parejo posible en la actual hegemonía lopezobradorísta.

Con la inesperada derrota en la Ciudad de México y el avance de Movimiento Ciudadano en las otros dos principales centros urbanos del país, Guadalajara y Monterrey, algunos morenistas, como Alejandro Rojas, de inmediato pidieron la cabeza de Mario Delgado. Mientras otros, como Citlalli Hernández, prefirieron ofrendar su arrepentimiento y vergüenza para calmar la ira de las deidades de la cuatroté.

El asunto es que Rojas no es el único que pide mover la banca con Delgado, cuyo liderazgo ha sido frágil desde que nació en un choque con Porfirio Muñoz Ledo y se debilitó aún más con los «procesos internos» para seleccionar candidatos como Clara Luz Flores, Mónica Rangel y muchos otros que fueron una carga en contiendas estatales y municipales de primera importancia para el proyecto de López Obrador.

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Si bien Delgado sigue en picada, pues su padrino Marcelo Ebrard también se vio damnificado por la Línea 12, será difícil un cambio de dirigente. Tiene las 11 gubernaturas ganadas como una defensa sólida y, con honestidad, López Obrador no lo detesta. Además de que, en la debacle electoral, fueron sus detractores los derrotados. Los bloques de Padierna, Ramírez-Cuéllar, Polevnsky se fueron limpios.

La otra cara de la moneda es Alejandro Moreno, quien comandó la nave del PRI hacia su descalabro más escandaloso, pues de golpe perdieron ocho gubernaturas y, aunque eran cabeza de Va Por México, postulando al mayor número de candidatos a Ejecutivos estatales y diputaciones federales, es otra vez el PAN el que sale fortalecido como la antítesis de Morena mientras el tricolor se desdibuja.

En 2016, Manlio Fabio Beltrones, tal vez la última gran bestia sagrada tricolor, salió de la dirigencia nacional del PRI pese a que ganó seis gubernaturas, puesto que perdió otras siete ante el PAN. Bajo este precedente sentado por su mentor, Alito debería no solo dejar la presidencia del partido, sino renunciar a su militancia priista y retirarse de la política. Claro está, como con Delgado, esto no pasará.

Con ese híbrido entre coqueteo y amenaza que López Obrador le lanzó al PRI en su segunda mañanera postelectoral, ya habiendo pensado las cosas con la cabeza más fría, resulta imposible pensar que la salida de Alito se aproxime. No por nada fue, junto a Manuel Velasco, el gobernador no-morenista más acomodado al presidente durante su primer año de gobierno.

Alito seguirá al frente del PRI y no es para nada descabellado verlo dirigir el partido desde la coordinación de la bancada en San Lázaro. Lo que muestra, como en el caso de Delgado, que no hay un grupo fuerte que le rete por el control del partido. De nuevo, su cercanía con López Obrador resultará instrumental para que la cuatroté siga acondicionando la Constitución.

Argumentos hay para que sectores de Morena y el PRI amaguen con afilar la guillotina, pero no bastarán. Con una simple declaración mañanera, López Obrador restó importancia al avance de la oposición, puesto que su partido mantiene fuerza por sí solo, y abrió la primera grieta en el bloque del PRIAN, por lo que desde ahora los azules mirarán con recelo a su supuesto aliados.

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