Chispazos
La invisibilidad de internet
La entrega anterior abordamos la noción de hackeo electoral y de cómo hoy, con la penetración de internet, los mecanismos para hacer fraude y manipular la intención del voto son mucho más sofisticados que en el pasado, en un escenario donde sobresalen figuras como los hackers. Esa cavilación emanó a partir de la realidad de las sociedades modernas, las cuales tenemos una gran dependencia en la tecnología e internet. La idea de interconectar prácticamente todo y a todos se gestó a principios de los años noventa, aunque realmente toma forma hacia finales de esa década, cuando se plantean los principios de Internet de las Cosas (IoT, por su denominación en inglés: Internet of Things), cuyo fin es habilitar a todo tipo de dispositivos para enviar y recibir información con la mínima intervención humana.
La alta penetración que tiene internet en prácticamente todos los aspectos cotidianos ha cambiado enormemente, y en un plazo relativamente muy corto, nuestra realidad. Nos ha vuelto completamente dependientes a internet. Lo más interesante de todo, es que internet se ha vuelto invisible. Mark Weiser, creador del término “computación ubicua” (ubicomp) —que sería el antecedente al Internet de las Cosas—, acertadamente sostiene en su célebre artículo de 1991, The computer for the 21st Century (La computadora para el siglo XXI), que “las tecnologías más profundas son aquellas que desaparecen. Se entrelazan en el tejido cotidiano de la vida hasta que son indistinguibles de éste”.
En la actualidad, 27 años después de esa declaración, esta invisibilidad de internet es tangible y, por esa razón, sería imposible imaginar un solo día sin esta tecnología. Sin acceso a la red estaríamos prácticamente paralizados: los servicios públicos colapsarían; la distribución de electricidad y agua estarían inoperables; los viajes en avión y otros medios de transporte, inhabilitados; la economía, paralizada; las transacciones financieras, imposibilitadas; la operación cotidiana de muchas empresas, frenada; el comercio, severamente mermado; los hospitales y servicios de salud, reducidos; el turismo y sector hotelero, incapacitados; la investigación científica y actividad académica, desvalidos; el entretenimiento y la música, pausados; los servicios y aplicaciones basados en la nube, inactivos; la comunicación y la información, cortadas; además de un sinfín de dispositivos que estaría fuera de servicio como semáforos, cámaras de vigilancia, parquímetros, cajeros automáticos, servicios automatizados… Sería un verdadero caos y representaría un retroceso significante en nuestra calidad de vida.
En los últimos años, esta invisibilidad de internet se ha hecho muy presente en México, país que se está consolidando como un gran consumidor de productos digitales. Con 85 millones de internautas, la red tiene una penetración de 65 por ciento en el mercado mexicano; de este total, 83 millones utilizan redes sociales y 81 millones poseen un celular, según el estudio Digital in 2018 in Mexico. En promedio, pasamos en línea diariamente 8 horas con 17 minutos, tiempo del cual destinamos 3 horas con 7 minutos en medios sociales, 2 horas con 52 minutos viendo programas televisivos (sea programación regular, on demand o servicios de streaming) y 1 hora con 28 minutos escuchando música. Del total de usuarios de internet, 78 por ciento se conecta a diario a una velocidad promedio de 19 megabits por segundo. Un estimado de 37 millones de mexicanos compran en línea bienes de, en promedio, 229 dólares, con lo que el valor del e-commerce en México se estima en, al menos, unos 150 mil millones de pesos.
Al haberse convertido en invisible, los peligros que internet supone son mayores, pues, al estar tan arraigada a nuestra existencia, es imperceptible. Los riesgos van desde las varias adicciones que se han registrado hasta el momento (a redes sociales, al uso de dispositivos, a la pornografía, a comprar en línea, a las apuestas online, al consumo de noticias), pasando por el acoso virtual, el ciberbullying, la manipulación sociopolítica, la proliferación de fake news, la erosión de nuestras capacidades cognitivas y de pensamiento crítico, hasta llegar a la proliferación de discursos de odio y el phishing, entre muchos otros. Esta profunda penetración de internet y la consecuente dependencia que ha ocasionado nos llevan a pensar que hemos cedido, de forma voluntaria, el control de nuestras vidas a computadoras, programas, objetos y sistemas hiperconectados. Esta cesión conlleva, por supuesto, beneficios enormes, pero, al mismo tiempo, retos importantes que apenas estamos vislumbrando. Como dijera hace unos años el creador de internet, Tim Berners-Lee, “las computadoras se están volviendo más inteligentes y nosotros no”. Es tiempo de revertir esa tendencia.
* Periodista y consultor con estudios de doctorado en Relaciones Internacionales en la London School of Economics and Political Science. Creador de ColoniaExpert, sitio de información, referencia y estadística sobre las colonias CDMX.
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