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Cultura

Hollywood vs. Trump, ¿fuego amigo vs. México?

Desde el arranque de su campaña presidencial, a mediados del 2016, Donald Trump ha enfrentado a un enemigo de ficción: Hollywood. ¿Quién no aplaudió a Meryl Streep en los Globos de Oro, por lanzarse contra el magnate? ¿O a la avenger Scarlett Johansson, por subirse al ring en la Marcha de las Mujeres en Washington, un día después de la investidura del presidente 45 de Estados Unidos? ¿O a Ashley Judd, Whoopi Goldberg, Helen Mirren o Charlize Theron, por protestar en esa capital contra el irremediable mandatario? ¿O a Robert de Niro, por querer golpear como Racing Bull a Trump? ¿O antes a Jennifer Lawrence, por escupirle un “Fuck you¡” cuando Trump estaba lejos aún de la Casa Blanca?

Las celebridades de La Meca del cine condenan el sexismo de Trump, su racismo, su xenofobia. Y tal vez hasta su política antiinmigrante y antiMéxico, vecino que sólo exporta a EU “narcos, violadores y criminales” , según la opinión del gobernante. Pero tal vez Trump se haya quedado con esa impresión después de volverse paranoico con los filmes de Hollywood que han retratado desde siempre a México como un país de perdición y de vicio, de «narcotraficantes, violadores, criminales» y hasta de vampiras.

Así que tal vez sean sólo fuego amigo los ataques desde Hollywood contra Trump, pues al igual que el presidente magnate, el cine de Estados Unidos ha estereotipado a México y los mexicanos como un país de barbarie, bueno, también cuenta con una infinita filmografía de prejuicios y clichés contra musulmanes, alemanes, rusos, socialistas, vietnamitas…

Desde David W. Griffith, Orson Welles, John Ford y John Huston hasta Toni y Ridley Scott, Quentin Tarantino, Robert Rodríguez, Oliver Stone y Mel Gibson, la imagen hollywoodense de los mexicanos deja mucho que desear. Diversos estudiosos del cine en el país han documentado profusamente en diferentes épocas ese retrato infame. Sólo Emilio García Riera publicó seis tomos (tres de ellos exclusivamente de fichas filmográficas) de su México visto por el cine extranjero (ERA), que arranca en 1906 y se queda en 1988, en su mayoría de filmes Made in Hollywood. Más recientemente, dos escritores de la frontera han abordado esos clichés y prejuicios sobre los mexicanos: David Maciel con su ya inconseguible El bandolero, el pocho y la raza. Imágenes cinematográficas del chicano (Siglo XXI/Conaculta) y Juan Alberto Apodaca, con Entre atracción y repulsión. Tijuana representada en el cine (UABC), en el caso concreto de la ciudad fronteriza, que todavía no puede quitarse el estigma de tugurio que le tatuaron incluso obras maestras del celuloide, como Sed de mal (Touch of Evil, 1958).

Consultado al respecto, Maciel subraya que salvo pocas excepciones la visión que ha tenido Hollywood de los mexicanos ha estado cargada de estereotipos negativos. «Antes fueron bandidos o greasears, ahora son pandilleros o narcos», comenta. Otro investigador. Raúl Miranda López, quien ha estudiado el cine sobre la Revolución Mexicana y el western, señala que esta «guerra de imágenes» que construyó el estereotipo de México como país bárbaro es incluso anterior al cine, con las intervenciones de EU en el siglo XIX y los artistas gringos que recreaban batallas. «También así ganó EU las guerras», dice.

A su vez, el crítico Jorge Ayala Blanco considera que la imagen de Hollywood sobre los mexicanos ha sido muy cambiante. Comenta que incluso hubo muchas películas de los años cincuenta que fueron prohibidas en México porque supuestamente denigraban la imagen del país, aunque en realidad eran vetadas porque no convenian a los intereses de los gobiernos priistas en turno.

El caso más célebre fue La sal de la tierra (The Salt of the Earth, 1954), dirigida por Herbert J. Biberman y con Rosaura Revueltas de protagonista, que contaba la historia de la huelga de obreros mexicanos-estadounidenses por la igualdad de derechos en una minera en Nuevo México. También cita el caso de Border Insider (1949), de Anthony Mann, con Ricardo Montealbán, sobre el tráfico de migrantes mexicanos hacia EU.

Sobre la censura de gobiernos mexicanos a Hollywood, el investigador de la Universidad Veracruzana, Rogelio de la Mora Valencia, escribió un interesante ensayo que se puede leer en internet: Las películas estadounidenses denigrantes para México proyectadas en Argentina y Brasil, 1919-1924), donde documenta la labor diplomática del gobierno de Venustiano Carranza contra el cine propagandístico. Por fortuna, al final siempre ha ganado la libertad de creación y de expresión contra la censura oficial.

Pero, no hay que rascar hasta los orígenes del cine y de Hollywood, buenos ejemplos de las primeras décadas son los filmes sobre Pancho Villa o la Revolución Mexicana, que también han analizado, entre otros, el documentalista Gregorio Rocha, los investigadores Margarita de Orellana, Raúl Miranda López o el flamante premio nacional de Ciencias y Artes, Aurelio de los Reyes. En las tres últimas décadas hay gran número de cintas donde los mexicanos encuadran con las fantasías de Trump sobre la naturaleza delincuencial de los mexicanos: Hombre en llamas, Traffic, Maten al gringo, Salvajes, El abogado del crimen, o cintas de culto de Tarantino como Kill Bill volúmenes I y II, Jackie Brown y Los ocho más odiados. Y digamos que estas son producciones serias, de directores respetados en el mundo. Pero también hay decenas de churros forjados con la mariguana, los cárteles y los bandidos mexicanos.

Hipocresía televisiva mexicana

Irónicamente, por ejemplo, la tarde del domingo 12 de febrero de 2017, un par de horas después de que un puñado de miles de mexicanos marcharon en diversas ciudades del país contra Donald Trump por su política antimexicana, Canal 5 transmitía en horario estelar We´re the Millers (¿Quiénes son los Miller?), un churro disfrazado de comedia protagonizado por Jennifer Aniston. La trama: un dealer gringo se inventa una familia con una stripper (la ex señora Pitt en su máximo esplendor alrededor del tubo, después de broncearse en Baja California donde suele vacacionar en la vida real), una delincuente juvenil y un chavo tonto, para poder traficar toneladas de droga de México a EU. Como en la mayoría de las cintas hollywoodenses, los criminales de EU son retratados como simpáticos, sexies y con suerte; y los mexicanos deambulan por la fábrica de sueños como narcos, corruptos, torpes, feos.

El churro hollywoodense que propaga la imagen de un México donde habitan sólo narcotraficantes y delincuentes, que además son tan estúpidos que los vence un gringo X, es tal negocio para Televisa que continuamente lo repite en horario estelar. Su última transmisión fue la noche del pasado sábado 30 de diciembre de 2017, poco después de que se aprobara la reforma fiscal de Trump y de que México se alineara en la ONU con los intereses de Estados Unidos y votara en abstención sobre el rechazo de la comunidad de naciones al traslado de la embajada estadounidense en Israel de Tel Aviv a Jerusalem.

Narcos y Salmita

Traffic (2000), de Steven Soderbergh, es un drama sobre la lucha de los cárteles de la droga en México y cómo sufren los adictos en EU con la coca que les llega del país vecino con ayuda de policías y militares corruptos, Contó con uno de los más selectos repartos de Hollywood (Michael Douglas, Catherine Z. Jones, Dennis Quaid, Benicio del Toro y hasta Salma Hayek), y en varias historias se mezclan personajes históricos mexicanos perfectamente identificables, como el general Salazar, que en la vida real pudo ser el general José de Jesús Gutiérrez Rebollo, puesto en prisión por sus nexos con el narcotraficante Amado Carrillo, El Señor de los Cielos. Dato curioso: interpreta a la amante de Salazar ni más ni menos que Salma Hayek, promotora del voto por Hillary Clinton, activista antiTrump y defensora en el mundo de que los mexicanos y los inmigrantes mexicanos somos gente decente.

Hombre en llamas (Man on fire, 2004), de Toni Scott, se filmó en México justo en una época donde la criminalidad iba en ascenso en la Ciudad de México y coincidió ese año con la Marcha de Blanco contra la delincuencia y particularmente contra los secuestros. La película narra la historia de un ex policía alcohólico (Denzel Washington) contratado como guardaespaldas de una niña rica (Dakota Fanning), cuyo propio padre (Marc Anthony) planea su secuestro en una ciudad ya no tan transparente.

El thriller no sólo exhibe la imagen del entonces Distrito Federal como capital de los secuestros; también muestra como vida cotidiana la corrupción policiaca y hasta periodística; secuencias del filme se realizaron en la redacción de un periódico nacional, Reforma, que nunca protestó porque Toni Scott incluyó como personaje a una supuesta editora/reportera de ese diario que conseguía información acostándose con un alto funcionario judicial. Cuenta la leyenda que el gran actor argentino Ricardo Darín rechazó un papel en esa película debido a los estereotipos que manejaba la cinta sobre los latinoamericanos.

Otra cinta donde también actúa la mexicanísima Salma Hayek es Salvajes (Savages, 2012), de Oliver Stone: dos chicos californianos buena onda y emprendedores, uno pacifista y otro patriota (Aaron Johnson y Taylor Kitsch), ponen un negocio de venta de mariguana en Laguna Beach y les va tan bien que hasta comparten novia, Ophelia (Blake Lively); viven en el paraíso del capitalismo hasta que la jefa de un cártel mexicano, Elena, La Madrina (otra vez Salma Hayek de narca), quiere que se mochen con el negocio y como no aceptan ese TLC, la veracruzana les levanta su juguete sexual, o sea Blake Lively. En el reparto hay otro mexicano, Demián Bichir, en el rol del abogado mafioso de Salma.

Bichir tal vez ha tenido el papel más célebre de su carrera en uno de los clichés más tristes que Hollywood ha endilgado a los mexicanos: el bandido mexicano de western. El gran actor nacido en Coahuila -quien ya fue nominado en 2012 al Oscar como mejor actor por interpretar otro cliché de mexicano, el inmigrante, en la película A better life (Una vida mejor)- se convirtió en otra víctima mexicana del mundo de Tarantino en su filme: The hateful eight (Los ocho más odiados, 2015).

Bichir realiza un estupendo trabajo como Bob, El Mexicano, uno de los malos en el western de Tarantino cuya saña se desbordó para acribillar al villano. De hecho, retratar o matar mexicanos ha sido uno de los pasatiempos del cinesta en sus filmes. O-Ren Ishii, el personaje de Lucy Liu en Kill Bill (2003), por ejemplo, en la memorable secuencia animé de la celebrada cinta, se inicia como asesina de la Yakuza ejecutando en Japón a un diplomático mexicano, que chacotea con Miss Venezuela y Miss Panamá en una limusina en la que ondean banderines verde, blanco y rojo con el águila y la serpiente.

Eso sin contar que el mismo Bill (David Carradine) huye a México de la venganza de Uma Thurman, quien al perseguirlo en territorio nacional primero hace una parada obligada en un burdel de quinta regenteado por el presunto padre de Bill: el México de Tarantino; en Jackie Brown (1997), el director resucita a la olvidada actriz negra Pam Grier para convertirla en una pobre azafata que cae en libertad bajo fianza por traficar droga desde México. Con guión y actuaciones memorables de Tarantino, George Clooney, Harvey Keitel y Juliette Lewis, Robert Rodríguez creó en 1996 tres mitos con Del crepúsculo hasta el amanecer (From dusk til down): la vamp veracruzana Salma Hayek, transmutada en Satánica Pandemonium, que con cuatro minutos de baile en lencería con una pitón birmana devino la actriz mexicana más popular de Hollywood desde Dolores del Río (otras películas que hizo con Rodríguez fueron Desperado y Bandidas); Danny Trejo, el actor mexicano más feo de la historia que después consolidó su carrera con la parodia del super héroe chicano, Machete; y el tercer mito: un bar fronterizo que atrae a prófugos y criminales es en realidad una pirámide prehispánica habitada por vampiros-sicarios.

En 2013, el genial Ridley Scott adaptó la novela de Cormac McCarthy The counselor (El abogado) con guión del mismo narrador, para un thriller que lleva al plano metafísico el narcotráfico. La película homónima (en español El abogado del crimen) trata la historia de un joven abogado romántico, interpretado por Michael Fassbender, que quiere regalarle un anillo de diamantes de compromiso a su novia Laura (Penélope Cruz), para lo cual se involucra con un cártel mexicano de drogas. Así El Mal se interpone en su destino y termina perdiendo con los narcotraficantes, que secuestran a Laura.

Para recuperarla, el abogado viaja a México donde se entrevista (¿en Palacio Nacional?) con el jefe del cártel (Rubén Blades), cuyo monólogo para explicarle el bien y el mal es lo mejor de la cinta. De hecho, fruto de la pluma de McCarthy, los diálogos sobresalen con maestría en este extraño filme de Ridley Scott, como la conversación de Fassbender con un joyero de Amsterdam (Bruno Ganz) sobre la naturaleza humana y los conceptos de pureza y belleza, o las conversaciones entre el resto del reparto multinacional y de lujo: Javier Bardem, Brad Pitt, Cameron Díaz, Goran Višnjić, John Leguizamo…

Un clímax sobre el México visto hoy por Hollywood tal vez sea Maten al gringo (Get the gringo, 2012. En España se llamó Vacaciones en el infierno pues su título original en inglés era How I spent my summer vacations). En ella, Mel Gibson, guionista, productor y protagonista, reduce al país a una prisión de Tijuana conocida como El pueblito, gobernada por El Javi (Daniel Jiménez Cacho), quien quiere sacarle el hígado a un niño para trasplantárselo. La cinta fue filmada, por cortesía del entonces gobernador Fidel Herrera, en la prisión veracruzana Ignacio Allende, que el político príista -hasta el año pasado investigado por corrupción- desalojó en 2010 previo al rodaje de su amigo Mel, con el fin de simular la prisión tijuanense de La Mesa. Los extra fueron presos reales y ex convictos facilitados por Herrera.

Y sí, no sólo Hollywood estereotipa a los mexicanos, también el cine nacional adora el cliché, con gran éxito en festivales internacionales: Heli, de Amat Escalante, ganadora de la Palma de Oro en Cannes; El Infierno, de Luis Estrada; Todo el poder, de Fernando Sariñana, gran amigo de Felipe Calderón quien le dio todo el poder en Canal 11 durante su sexenio; Amores Perros, de Alejandro González Iñárritu; Miss Bala, de Gerardo Naranjo. Sin contar las series que transmiten televisoras privadas como La reina del sur, El señor de los cielos o Rosario Tijeras, que banaliza la gran novela de Jorge Franco.

Y ya ni hablemos de las series sobre mexicanas de las televisoras Televisa y TvAzteca que hacen apologías de los narcotraficantes y de sus crímenes. Ése, ése es otro corrido.

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