Cultura
Creí naifmente que AMLO enmarcaría política migratoria en DH: Valeria Luiselli
La escritora mexicana Valeria Luiselli reconoció haber creído “naifmente” que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador iba a enmarcar su política migratoria en los derechos humanos y no en seguridad, pero éste sigue haciendo “el trabajo sucio” a Estados Unidos contra los refugiados centroamericanos en una “postura hipócrita y bastante racista”.
“Naifmente creí lo que dijo el gobierno (de López Obrador) antes de empezar el sexenio, respecto a que iba a enmarcar los asuntos migratorios como derechos humanos y no como seguridad nacional –como creo que debe ser–, pero no ha sido el caso. Hemos seguido haciéndole el juego a EU, aceptando hacer el trabajo sucio. La metáfora del patio trasero desafortunadamente en este campo sigue aplicándose”, expuso Luiselli a pregunta expresa sobre el viraje de esta administración que primero ofreció puertas abiertas a los migrantes, principalmente centroamericanos, pero después envió a la Guardia Nacional a contenerlos.
“A mí como mexicana en Estados Unidos, trabajando con centroamericanos, me llena de vergüenza lo que es México para la comunidad centroamericana. En México hacemos alarde de nuestra apertura de recibir refugiados, exiliados, y así ha sido el caso, pero también de una manera muy selectiva como EU, unos sí y otros no, expresó la narradora y ensayista, que volvió a la capital para presentar su tercera novela, Desierto Sonoro.
Este libro se fue construyendo casi en paralelo a los ensayos de Los niños perdidos (Sexto Piso, 2016), con el que ganó el American Book Award 2018 y que reflexiona sobre la crisis de niños migrantes separados de sus padres desde el gobierno de Barack Obama, al fungir ella como traductora para los menores indocumentados en la Corte Federal de Nueva York.
Luiselli (Ciudad de México, 16 de agosto de 1986), hija del diplomático Cassio Luiselli Fernández, recordó que el país recibió a los exiliados españoles y sudamericanos, pero en cambio con los centroamericanos y los haitianos no aplica la misma postura. “Es una gran hipocresía, en el fondo de todo está un racismo bastante explícito”, indicó la escritora.
Sobre su tercera novela, publicada con su sello de casa Sexto Piso, refirió que empezó Desierto Sonoro en el verano del 2014, aunque todavía no sabía entonces que escribía. El libro, publicado primero en inglés y traducido al español por Daniel Saldaña París y ella, coincidió con el inicio en el gobierno de Obama de la crisis de niños migrantes refugiados.
“Comencé a documentar la llegada de los niños, no podía pensar en nada más y por ende no podía escribir. Sólo tomaba notas de la prensa, de la radio, de diarios en pequeños pueblitos de Estados Unidos, más que la crisis en sí misma, fui documentando el discurso en torno.
Entonces se involucró en la Corte de Nueva York de manera más activa, traduciendo testimonios de niños del español al inglés con miras a buscarles abogados para evitar su deportación, “cuando Obama redujo de una manera cruel y apenas legal”, el número de días para ese trámite de 365 a 21; como consecuencia urgía tener muchos voluntarios más.
“Al ver el horror de la Corte, me di cuenta que estaba escribiendo un libro ilegible, muy encabronada, pero con muy poca claridad, en donde simplemente estaba transfiriendo de manera muy poco meticulosa, no bien pensada, los testimonios que yo escuchaba en la Corte, traduciéndolos a una visión ficcional de ellos mismos, y llamando eso ficción-
“Me dije: ‘Estoy haciendo todo eso mal’, tanto éticamente al reproducir un testimonio y llamarlo ficción, además de que en el plano estético resultaba también muy poco interesante, explicó en la conferencia de prensa junto al editor de Sexto Piso, Diego Rabasa.
Abandonó entonces la novela y escribió los ensayos de Los niños perdidos, en un formato de preguntas, como una denuncia de alguien que mira de cerca la situación.
“Después pude volver a Desierto Sonoro con mucha más libertad, no sintiendo que el libro tenía que ser un medio para un fin instrumentándolo con base en mis posturas políticas, sino dejándolo respirar con pulmones ficcionales, por decirlo de alguna manera”, explicó.
Esposa en ese entonces del escritor Álvaro Enrigue, viajó con su familia a Arizona donde terminaron en el “terrorífico” Tombstone, una suerte de pueblo fantasma que según la escritora se convirtió en “escenario de sí mismo” donde se representan escenas del Oeste.
“Hastiada de los cowboys y sus pistolazos, me salí de los shows y me fumé un cigarro en una esquina y se me acercó un Doc Hollyday (una persona caracterizada como el pistolero amigo del sheriff Wyatt Earp) a pedirme un cigarro y de pronto llegó otro Doc Hollyday y de pronto algo hizo corto circuito en mi cabeza. Resultaba que era un pueblo no con un Doc Hollyday sino con varios, de pronto veías a un Doc Hollyday tomándose una cerveza con otro, mientras uno más actuaba la escena. Y entendí un poco la gran farsa. Y no sólo era una gran farsa en el sentido que les cuento, sino en el sentido de las historia decimonónica de Estados Unidos, están ausentes por completo los mexicanos y los nativo americanos, ni siquiera como enemigos, simplemente como si nunca hubieran estado ahí”, refirió Luiselli.
“Esos pequeños hechos de violencia, de borrar lo histórico, que están presentes en toda la cultura estadounidense, desde la popular hasta las más altas esferas, es en parte contra lo que esta novela escribe. Escribes una novela donde el tropo de la recreación histórica está presente todo el tiempo, pero no como una práctica cultural bizarra de borrar lo histórico, sino de acercamiento a la historia, y de yuxtaposición de momentos de la historia, de violencia política de la historia como fue el genocidio de los indios americanos, con lo que sucede ahora, el encarcelamiento masivo de personas que piden asilo.
“Dos formas de borrar y desaparecer a personas que conforman o conformarán parte del tejido social del país, pero que son vistas por aquellos en el poder como presencias no deseables o ciudadanos de segunda. Esta novela se escribe contra esas narrativas, contra esos mitos fundacionales que borran y que silencian y lo hace apropiándose de los propios tropos de los mitos fundacionales estadounidenses. La novela es un viaje de este a oeste, a la manera del mito fundacional estadounidense, pero no es una novela donde se esté fundando nada, sino que va documentando el final de un mundo”, expuso la autora.
La editorial reseña que Desierto Sonoro cuenta la historia del viaje de un matrimonio en crisis con sus dos hijos pequeños desde Nueva York hasta Arizona. Ambos son documentalistas y cada uno se concentra en un proyecto propio: él está tras los rastros de la última banda apache en rendirse al poder militar estadounidense; ella busca documentar la diáspora de niños que llegan a la frontera sur de Estados Unidos en busca de asilo.
Los niños escuchan las conversaciones e historias de sus padres y confunden las noticias de la crisis migratoria con el genocidio de los pueblos originarios de Norteamérica.
Resulta anecdótico que de ese viaje familiar que se volvió trama en Desierto Sonoro, Álvaro Enrigue publicó en 2018 su novela Ahora me rindo y eso es todo (Anagrama), justo enfocada en parte también a recuperar la historia del último apache, que fue mexicano.
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