Nación
AMLO en la Suprema Corte: el pueblo frente a frente con el derecho
Andrés Manuel López Obrador pisó la Suprema Corte de Justicia por primera vez desde asumir la Presidencia de la República y en medio de una enconada lucha entre los poderes Ejecutivo y Judicial. Mientras los simpatizantes del mandatario se manifestaban en contra de los ministros, estos respondieron apelando a la autonomía y a la memoria de Benito Juárez.
Previo a que Luis María Aguilar presentara su último informe como ministro presidente de la Suprema Corte, el edificio que la alberga recibió la protesta de ciudadanos molestos por su reticencia a sumarse a la austeridad republicana. Una pancarta colocada a un costado de la puerta principal dejaba clara la sentencia: “Si pudimos cambiar a casi todo el Congreso, ¿por qué no vamos a poder quitar a 11 ministros?”.
Al filo de la 1 de la tarde la puerta lateral de Palacio Nacional se abrió y de ella emergió el presidente para cruzar los escasos 25 metros de la calle Corregidora y colocarse cara a cara con los que han sido su única oposición firme hasta el momento. Una estampa que recordó a lo que hiciera hace 13 años, cuando tomó el metro hasta la estación San Lázaro para rodear las manifestaciones en su favor y poder encarar a los diputados que orquestaban su desafuero como Jefe de Gobierno.
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Poco más de tres minutos tardó López Obrador en dar los pasos necesarios para alcanzar la puerta que da entrada a la Suprema Corte. Sin barreras metálicas ni Estado Mayor, su equipo de ayudantía poco pudo hacer para contener la marejada de fanáticos, protestantes y observadores sorprendidos por la estampa. Antes de entrar al edificio, y como boxeador a punto de ingresar al ring, dedicó una celebración anticipada, extendiendo los brazos en un gesto de abrazo.
Al interior, lejos de la euforia de la vorágine que es la cuarta transformación, López Obrador fue escoltado por Eduardo Medina Mora y Norma Lucía Piña. Lo escoltaron hasta el pleno donde se reencontró con Porfirio Muñoz Ledo y Martí Batres, sus comandantes —porque los generales son otros— que resguardan el Congreso de la Unión.
Aguilar y el presidente se saludaron de manera protocolaria y dio inicio el informe de labores. Rodeado por las cabezas del nuevo gobierno, el ministro expuso los logros de su gestión al frente del Poder Judicial. Incluso mencionando los ahorros logrados con la estrategia de administración que implementó desde que tomó las riendas hace 3 años.
Sin los discretos puntapiés que han caracterizado a los discursos de los opositores a López Obrador, Aguilar hizo la mejor defensa de las actividades judiciales. Aunque acercándose al final se preparó para encarar, con diplomacia, los embates que Morena han lanzado en últimas fechas desde Palacio Nacional, San Lázaro y el Senado de la República.
“Para el ejercicio digno de nuestra función, lo primero a defender es nuestra independencia, real y absoluta. Sólo así desempeñaremos adecuadamente la elevada responsabilidad de cumplir y hacer cumplir la Constitución. . . les pido unos minutos para sentarme” dijo el ministro. Pálido, tomando amplios respiros y postrado en su silla, los presentes guardaron silencio a la espera de que se repusiera.
En su minuto de asfixia, Aguilar fue arropado por el mismo López Obrador. Con las manos en los hombros del hombre fuerte del Poder Judicial, en esos momentos frágil, el presidente intentó atajar la intentona de desvanecimiento. Recuperado el aliento, el ministro reanudó la oración: “mi convicción es que si un juez no goza de condiciones de independencia deja de ser Juez, para convertirse en el mandadero de alguien”.
Al cierre de su discurso, Aguilar lanzó un último revés a López Obrador apelando a la memoria de Juárez, quien desempeñó los cargos que hoy encarnan los rivales, y le recordó al presidente la frase que él mismo ha repetido una y otra vez para negar las acusaciones de autoritarismo en su contra: “nada por la fuerza, todo por la razón y el derecho”. Rematando con la sentencia de que “nada, ni nadie, encima de la Constitución”.
Culminó la faena y mientras Aguilar, los ministros y varios invitados especiales se disponían a sentarse a la mesa en el banquete que culmina la ceremonia, López Obrador volvió a presentarse en la puerta de la Suprema Corte, listo para otro maratón de 25 metros sobre Corregidora que lo llevaría de regreso su Palacio Nacional luego de volver a sumergirse en su pueblo.
De nuevo la ayudantía quedó rebasada, y fueron los vendedores ambulantes que día a día, y por sus pistolas, privatizan la calle quienes organizaron una valla humana de más de cien personas para que pasara el “pinche viejito”. Misma por la que cruzó el presidente en calidad de general campeador en prácticamente la mitad del tiempo que le tomó la ida.
Una despedida a brazo alzado y un ademán con la mano alrededor de la oreja para dejarle en claro a la gente que la está escuchando, López Obrador desapareció al interior de Palacio Nacional. Cuando la ayudantía fue informada que fueron los ambulantes los que pusieron orden, sonriendo respondieron que el primer mandatario “está en las manos del pueblo bueno”.
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