Metrópoli
ITAM: tragedias y falacias
El lamentable suicidio de la estudiante del ITAM Fernanda Michua Gantus, ocurrido el pasado 11 de diciembre, ha desatado una campaña que raya en la virulencia en algunos sectores de la opinión pública, pretendidamente identificados con el progresismo.
La trágica muerte de Michua Gantus, aunada a una presunta cadena de suicidios previos de estudiantes, supuestas tasas de enfermedades mentales en la institución, y casos anecdóticos de malos tratos por parte de algunos profesores, alimentan denuncias en redes sociales en contra del modelo educativo itamita, su exigencia académica y el espíritu de competencia que infunde en sus alumnos.
Si bien todos los fenómenos y hechos descritos son en principio criticables, la conexión causal que se intenta establecer entre las exigencias propias de la vida académica y la proliferación de riesgos psicosociales termina por trivializar a estos últimos, precisamente en una época en que se están realizando, por primera vez, esfuerzos institucionales y empresariales articulados para prevenirlos.
Lo cierto es que el ITAM es una institución de excelente nivel, de las pocas que forman a sus alumnos verdaderamente para el mercado laboral, y esto no sólo se debe al rigor con que se imparten ahí las ideas de la ortodoxia económica (con las que se puede estar o no de acuerdo), sino también porque en sus aulas se gestan redes de contactos y relaciones que posteriormente cristalizan en grupos de profesionales. Y esto último supone una ventaja que agrega valor incalculable a la formación propiamente académica que reciben los egresados de esa casa de estudios.
La relación excluyente que se preconiza hoy desde ciertos círculos de “pensamiento crítico” entre la excelencia y los ambientes psicosociales sanos es una falacia. En el ITAM ya deben saberlo, y la exposición pública a la que están siendo sometidos tendría que derivar en mejoras reales dentro de sus aulas, no sólo como medida de control de daños, sino como parte de un esfuerzo genuino por prevenir, en la medida de sus posibilidades, que casos como el comentado se repitan.
Sin embargo, es cuando menos cuestionable una conexión causal tan estrecha y necesaria entre el ambiente que viven los alumnos en esa universidad y una supuesta tendencia colectiva al suicidio. A fin de cuentas, el ITAM no es la única institución de excelencia académica ni la única en someter a sus estudiantes a importantes ciclos de presión y estrés.
Culpar a esa casa de estudios por estos lamentables episodios podría tener una implicación nefasta: distraer la revisión de los ambientes familiar, laboral, social, de pareja y la propia salud emocional de las personas, a nivel individual.
No puede omitirse, por último, que los ataques actuales en contra del ITAM armonizan con un discurso oficial que tiene como uno de sus puntos centrales el escarnio contra esa casa de estudios, por la simple razón de que en ella se forman economistas cuyas ideas son contrarias a las del actual grupo en el poder.
Bien haría el gobierno lopezobradorista y sus más acelerados seguidores en considerar que, en la medida en que persistan el estancamiento económico y la amenaza de ciclos recesivos, es muy probable que más pronto que tarde sea imperativo desempolvar algunos de los postulados de la economía ortodoxa que el régimen actual llama genéricamente “neoliberalismo”. En dicha coyuntura, los profesionistas del ITAM serán de gran utilidad.
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