Cultura
“Un compositor mexicano necesita mucha tolerancia a la frustración”: María Granillo
Cuando uno escucha los discos Mousai, Kaleidoscopio o la ópera de y para niños El cuervo de noche y día pregunta de inmediato dónde puede escuchar en vivo en México esa música. Su autora, la compositora María Granillo responde que es muy difícil. Hace dos años, cuenta, acudió a la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), que dirige Carlos Miguel Prieto, en busca de que sus obras se programaran.
“Me respondieron que la música de concierto de mexicanos sólo se programa en septiembre, en el caso de los hombres, y en el de las mujeres, en marzo”, comenta la compositora más sorprendida que enojada. Será porque septiembre es el mes patrio y siempre hace falta el Huapango de José Pablo Moncayo para levantar los ánimos y el 8 marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer.
En entrevista en vísperas del estreno mundial de su concierto para orquesta Travesías urbanas en la sala Nezahualcóyotl, María Granillo (1962) tacha de “absurda y ridícula” esa respuesta de los responsables de una orquesta estatal, cuya sede es el Palacio de Bellas Artes, alquilado por el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) lo mismo para una presentación del baladista Miguel Mijares que para el estreno comercial de la película de Disney-Pixar, Coco, que justo fue amenizado por la OSN.
“Es completamente ridículo y absurdo. Ahorita hay muy buenos compositores en México, hombres y mujeres, con una formación muy completa y con un oficio muy bueno. Sería necesario que se programara cuando menos una vez al mes la obra de un compositor mexicano en todas las orquestas, porque es muy ocasional que eso ocurra; puede revisar los programas de todas las temporadas y es muy raro que haya un estreno o se reprograme la obra de un músico mexicano”, abunda Granillo, una de las pocas compositoras mexicanas cuya obra ha trascendido más allá de las fronteras, los festivales y las salas de concierto.
Como catedrática de la Facultad de Música de la UNAM, advierte a sus alumnos que para dedicarse a la composición “se necesita realmente mucha tolerancia a la frustración y tesón”, pero, por otro lado, subraya que la gran recompensa de ello es el gran placer que deriva del trabajo de escribir música.
Aunque el próximo sábado 9 y el domingo 10 de diciembre se estrena en la sala Nezahualcóyotl Travesías urbanas con la Orquesta Sinfónica de la UNAM (Ofunam) y ella se siente privilegiada de que en su alma mater se programen sus conciertos e incluso también óperas, como ocurrió con El cuervo de noche y día, que se presentó el 26 de junio de 2016 en el teatro Juan Ruiz de Alarcón también del Centro Cultural Universitario, Granillo lamenta que sea “realmente difícil” que las obras de compositores locales se toquen en las salas de conciertos o se repongan, “a menos que sean un hit”.
“Incluso en la UNAM es raro”, reconoce. Granillo lamenta que el trabajo del músico en México no se constriñe sólo a ser talentoso y a que pases todo el tiempo creando. “El compositor también tiene que andar buscando que se toquen sus obras, que te conozcan, promover tu música y tu carrera”, subraya.
Además de los discos Mousai y Kaleidoscopio producidos con Urtext de la flautista Marisa Canales y que contaron entre otros con la colaboración del cuarteto de percusiones Tambuco, el ensamble Ónix, Granillo ha presentado su obra sinfónica Breathing Music con la Filarmónica de la Ciudad de México, la Camerata y la Sinfónica del Instituto Politécnico Nacional, dirigidas por Gabriela Díaz Alatriste. Además, el 27 de septiembre de 2014 estrenó su Concierto para piano y orquesta con la Filarmónica de la Ciudad de México, dirigida por José Areán y con Mauricio Náder al piano. Incluso hizo la música del documental Naica, viaje a la cueva de los cristales (2010), dirigido por Gonzalo Infante.
Ahora María Granillo asiste a los ensayos en la sala Nezahualcóyotl, para el estreno de Travesías urbanas, con la Orquesta Sinfónica de la UNAM (Ofunam) y Christian Gohmer en el atril, en un programa que incluye, además de las Bachianas brasileñas número 5 de Heitor Villa-Lobos, con la soprano María Caballero, las obras de otros dos compositores nacionales, el celebérrimo Danzón número 2 de Arturo Márquez y Concierto para piano de Samuel Zyman, con Mauricio Náder al piano.
Granillo, amante del jazz, dice que su nuevo concierto tiene influencia de esta música urbana y subraya divertida que se puso en él “muy realista”, a diferencia de sus composiciones anteriores, donde ha sido “medio escapista” y ha optado por la imaginación. “Es raro en el contexto de mi obra”, admite.
Su concierto está dividido en tres movimientos: Vías alternas, Encrucijadas y Llueve sobre mojado y surgió a partir de que comparó el día de vida, la travesía de Leopold Bloom en la novela Ulysses de James Joyce, con la travesía que emprende todos los días cualquier habitante de Ciudad de México.
Pero, sobre todo, se inspira curiosamente ya no en las figuras mitológicas, las leyendas indígenas o la naturaleza como sus obras anteriores, sino en la violencia e inseguridad que padecen todos los días los capitalinos, los obstáculos que deben enfrentar cada vez que emprenden una travesía por la ciudad. Sus puntos de partida son sus experiencias en la ciudad, entre ellas los peligros de un recorrido cotidiano.
Explica que Vías alternas alude a la precipitación, a la prisa, a la velocidad con que se sobrevive en la capital, pero sobre todo a que siempre algo obstruye la travesía, como los embotellamientos o el cierre de calles, que obligan a tomar caminos alternos para poder llegar al destino de todos los días.
El segundo movimiento, Encrucijadas, expresa para Granillo la sensación y experiencia de inseguridad y violencia que se vive en Ciudad de México, donde sólo en el primer semestre de 2017 se registraron 621 homicidios, 18.5 por ciento más que en igual periodo de 2016, y los robos en el Metro se cuadriplicaron de 245 casos el año anterior a mil 105 a agosto pasado, un incremento de 351 por ciento.
“Quería hablar del peligro y de la sensación de sorpresa e inseguridad en la ciudad. Tengo una hija joven, varios sobrinos adolescentes; entonces, siempre uno como madre está con un nervio y un estrés espantoso, con el Jesús en la boca, de si llegaron a donde iban, si regresarán, a qué horas regresan.
“Me pasó personalmente: iba con mi hija y varios jóvenes en el coche; y, en el auto de enfrente, un tipo amenazaba al conductor con una pistola. Así vivimos en Ciudad de México, ésa es nuestra cotidianidad, en cualquier momento te asaltan, te jalan la bolsa, te golpean o te matan. Es el peligro. En este segundo movimiento quería hablar justo de eso, de la sorpresa, del peligro, de estar en una encrucijada en que tienes que reaccionar, en que tienes que tomar una decisión abrupta sobre tu vida. No es algo concreto, sino muchas experiencias de la gran ciudad”, refiere la compositora y catedrática universitaria.
Llueve sobre mojado expresa su sensación de que los habitantes de la capital viven “sobrepasados”, con todo en demasía: contaminación, basura, gente, corrupción, violencia e inseguridad.
Granillo pertenece a esa elite artística de mujeres que hacen música de concierto en México, como sus colegas Gabriela Ortiz, Georgina Derbez o Ana Lara, o las directoras Gabriela Díaz Alatriste y Alondra de la Parra, pero asegura que jamás en su vida ha padecido algún conflicto en el medio por su género.
Admite que desde que estudió la primaria en la escuela Manuel Bartolomé Cossío, en Tlalpan, sí se percató que estaba ella sola en un grupo de aplastante mayoría de hombres, pero jamás sintió eso como una desventaja o un problema, ni tampoco sus compañeros le hicieron sentirse discriminada por algo.
“En la Manuel Bartolomé Cossío, dirigida por un refugiado republicano español, jamás hubo diferenciación entre lo que podían hacer los hombres o las mujeres. No crecí nunca con esa sensación de que la música era algo restringido para mí, jamás. Por otro lado, en ese colegio se daba mucha importancia a la formación de los niños y niñas en ciencias y artes. A tal grado que de esa escuela han salido muchos científicos, artistas y, en particular, músicos como Eugenio Toussaint o Gabriela Ortiz”.
Tal formación fue sin duda fundamental para alguien que empezó a estudiar música desde los ocho años y compuso sus primeras obras alrededor de los 14 años, cuando otras jovencitas sólo pensaban en su fiesta de XV años. Granillo después ingresó a la UNAM para estudiar la carrera de composición en la Escuela Nacional de Música (hoy Facultad de Música), fue becaria del taller del maestro Federico Ibarra y luego la Universidad la envió a estudiar una maestría a Inglaterra y el doctorado a Canadá.
“Mi alma mater es la UNAM, apoyó todo mi proceso de formación con estas becas al extranjero”, dice con orgullo. Sin embargo, plantea la necesidad de que la educación musical sea pieza fundamental de la formación de los niños y niñas desde la primaria al menos.
“¿Cómo esperamos tener músicos si no hay educación musical? Es como esperar que haya lectores si no se enseña a leer. El pueblo mexicano, los mexicanos somos muy musicales. De hecho somos particularmente talentosos para todas las artes, está en nuestras características como pueblo, se nos da fácil el arte, la música, etcétera. Echarle agüita a la semilla sería más que suficiente”, plantea Granillo.
Recuerda cuando llevó su ópera de y para niños al teatro Juan Ruiz de Alarcón de la UNAM, montada con el Coro de Niños y Jóvenes de la Facultad de Música. “El Centro Cultural Universitario parece romería los domingos, Chapultepec en domingo, es fantástico, no es que no haya gente o público, ya tienes uno cautivo. Pero hay tan pocas cosas para niños, que cualquiera se atesta de gente”, rememora.
Granillo compuso y escribió el libreto de El cuervo de noche y día tras salir fascinada de otra obra para niños, también interpretada por el coro que dirige Patricia Morales: El paraíso de los gatos. Se inspiró en dos narraciones de un párrafo del folclor y mitologías americanos reproducidas por Eduardo Galeano en Memorias de fuego, una de los inuit de Canadá y otra de los cashinahua amazónicos. La función gratuita estuvo dirigida por Iván López Reynoso y colaboró el Ensamble Filarmonía. Fue un éxito, al grado de que la compositora adelanta con felicidad que se espera reponer el próximo año.
Sobre cuál es la mayor satisfacción en su trabajo como compositora, sin dudarlo afirma que tener la fortuna de que su música en primera instancia les gusta a los intérpretes, que con placer la tocan. Pone de ejemplo que en 2017 dos chelistas grabaron en sendos discos su Monólogo para chelo solo.
“Cuando hice El cuervo de noche y día se las dediqué a los integrantes del Coro de Niños y Jóvenes de la Facultad de Música, porque tiene un grado de dificultad esta ópera, no cualquier coro infantil lo puede montar, es muy difícil, de hecho Patricia me dijo que era lo más difícil de montar. Los miembros del coro actúan y cantan los personajes de la ópera con una orquesta de 16 músicos, y lo hicieron muy bien. A partir de escuchar una ópera infantil, para cualquier compositor ver un grupo de estas características y algo que te llama la atención, te dan ganas de aprovecharlo, de hacer algo”, comenta.
Sobre sus influencias y predilecciones, enumera las musicales con los compositores del siglo XX, los húngaron Béla Bartók y György Ligeti, Igor Stravinsky, Claude Debussy, los polacos Witold Lutosławski Krzystof Penderecki, pero también el flamenco, las músicas árabe, brasileña o folclórica.
A sus 55 años, dice que su primer contacto con el arte fue su madre, la pintora Consuelo González Salazar. “Crecí entre pinturas y música. La influencia de toda la cuestión artística en mi vida es mi madre, su gusto por la música y las artes plásticas”, señala María Granillo.
Destaca también la influencia de la literatura y, en particular de la poesía. Desde hace años asiste a un taller literario con Alejandro Toledo, donde leyó el Ulysses de Joyce que inspiró su nuevo concierto.
De hecho, adelanta que a partir de poemas está componiendo un ciclo que ya nombra como Canciones de amor y muerte, del cual ya completó la primera a partir del soneto Amor constante más allá de la muerte, de Francisco de Quevedo, aquel que concluye con “…polvo serán, mas polvo enamorado”.
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