Cultura
El Muro de Berlín, el comunismo y Marta Sahagún
La Historia es buen caldo para la ironía. Quizás nadie pueda imaginar relación alguna del Muro de Berlín, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y el comunismo con Marta Sahagún, esposa del ex presidente Vicente Fox. Pero existe, es un nexo doméstico, privado, digamos, de museo.
En la calle de Tepic, en la colonia Roma, existe una casona que hasta la década pasada fue el Museo de Historia y Arte Moderno, que dirigió el coleccionista Luis Alonso Sordo Noriega, un amante de la musa Clío que en ese espacio reunió simbólicamente recuerdos textiles de la ex vocera presidencial y después mujer de Vicente Fox, con un fragmento de gran tamaño del Muro de Berlín, que hace justo 30 años cayó tras ser un símbolo de la intolerancia y represión desde el 13 de agosto de 1961.
Hace un par de años visité lo que quedaba de ese museo privado para un artículo que publiqué en El Universal y tuve una larga conversación con Sordo Noriega, un abogado y ex directivo del Centro de Estudios en Comunicación Social (CECS) adjunto a la casona, cuya atracción principal era ese segmento catalogado del Muro de Berlín que se trajo de la aún Alemania Oriental en 1990 y que buscó subastar el 27 de mayo de 2017, junto con un gran número de piezas recuperadas de la URSS.
La colección de un centenar de piezas, distribuida en seis salas con fuerte olor a tiempo caduco, era un altar del kitsch o del souvenir, donde convivían bustos y esculturas de Lenin y Stalin, banderas y estandartes soviéticos, la escafandra del cosmonauta Alexander Viktorenko, el transmisor de un buque, junto con los vestidos de Marta Sahagún, una escultura del genio del abstracto Manuel Felguérez, micrófonos clásicos de la XEX que fundó el padre de Sordo en 1947 o cirios que iluminaron la última función de Mario Moreno Cantinflas en la funeraria o la estatua en cera del cómico en tamaño natural.
El museo se fue desmantelando poco a poco. Morton Subastas sacó a la puja 32 piezas, entre ellas el pedazo 266 del Muro de Berlín que tenía precio de salida de 600 mil pesos y que al final no se vendió esa primavera. Ignoro qué fue de ese museo o del coleccionista, hombre amable y elocuente para narrar. Según se divulgó después, el pedazo del Muro de Berlín llegó al Museo Memoria y Tolerancia (MMyT), frente a la Alameda, donde fue apenas restaurado por el INAH este año y ahí se exhibe.
La revista Chilango reseñó que, para el traslado de las tres toneladas, se utilizaron una grúa, un montacargas y un tráiler de caja plana; participaron 30 personas, entre personal de conservación, museografía y mudanza del MmyT, y policías. “Lo envolvieron con tela de conservación, le pusieron hule para el embalaje y se construyó una estructura de metal, una de madera y ethafoam”, consignó.
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En el museo de Sordo Noriega también había una colección de matriuskas con las caras de líderes soviéticos, un gran busto de Lenin de 700 kilogramos, óleos de tamaño natural de los presidentes mexicanos Emilio Portes Gil y Miguel Alemán Valdés, pintados por Enrique Iñiesta.
El coleccionista me relató la aventura “costosísima” de traer el fragmento 266 del Muro de Berlín, un bloque de 2,7 toneladas, 3.30 metros de alto, por 1.20 metros de ancho y 2.20 de fondo, hecho totalmente de concreto armado reforzado con acero corrugado. “Lo extrajimos en Shildow el 26 de junio de 1990, nos lo llevamos a Hamburgo, lo embarcamos en el Tumilco el 14 de julio, el 31 llegamos a Tuxpan y el 7 de agosto entramos a Ciudad de México. Así es la Historia; así se mueven las cosas y así se salvan las cosas. Un periodista berlinés escribió entonces que lo que hacíamos quienes íbamos a recoger pedazos del Muro de Berlín era ‘arqueología del presente, arqueología del siglo XX’”.
Unas 50 mil personas acudieron al museo cuando se exhibió por primera vez en la capital mexicana el retazo del Muro que más que simbólicamente separó durante 29 años el mundo, un muro levantado por los soviéticos el 13 de agosto de 1961 para dividir Berlín, como parte de la Guerra Fría, y que fue desmantelado por la República Democrática Alemana (RDA) el 9 de noviembre de 1989.
Hoy, 9 de noviembre de 2019, se cumplen 30 años de la caída del Muro de Berlín, un año más de los que existió.
Su caída fue celebrada en lo inmediato con The Wall, la música de Pink Floyd, aunque la Navidad siguiente, para hacer más universal el simbolismo, Leonard Bernstein dirigió a la Filarmónica de Berlín con la Novena, quizás la más famosa interpretación de esta sinfonía desde que Ludwig van Beethoven, sordo ya, la estrenó el 7 de mayo de 1824 en el Theater am Kärntnertor de Viena, con la soprano Henriette Sontag (que murió de cólera en México 30 años después de hacer historia), la contralto Caroline Unger, el tenor Anton Haizinger, el bajo Joseph Seipelt y el Kapellmeister Michael Umlauf.
A los 71 años, Bernstein, que murió once meses después en Nueva York, declaraba emocionado ese 1989: “Son las Navidades más felices de mi vida. Pensaba que moriría sin ver esto”. A las Puertas de Brandenburgo ya abiertas, unas seis mil personas seguían en dos pantallas gigantes su concierto.
“Los muros siempre sirven para dividir, pero a los muros siempre terminan tirándolos”, me dijo hace un par de años el abogado Sordo Noriega, una frase muy similar a lo que declaró Pablo Soler Frost en una entrevista que tuvimos apenas esta semana a propósito de su libro Grietas (Turner, 2019).
Sordo Noriega no se sentía mal por subastar su colección que le costó tres viajes a la URSS, uno a Alemania y otro a Perú donde recuperó el busto gigante de Lenin que recibía a los visitantes de la casona de Tepic 41. “No siento ninguna nostalgia. Las cosas deben estar libres de la injuria, del abandono, eso sí es grave. Si uno tiene algo con valor histórico para el país, mejor lo entregó a manos expertas para que se subasten y que hallen nuevos dueños, sean instituciones o coleccionistas”, decía.
Para él, incluso los vestidos de la esposa del ex presidente Vicente Fox deben ser considerados “prendas de la Historia”. “Martita, no es que caiga bien o mal, es la esposa de un presidente; tiene un lugar en la historia, no sé si chico, grande o mediano, pero está en la historia de México. Además, nunca nos habíamos enfrentado a que una primera dama vendiera o subastara sus vestidos”, señalaba.
Adquirió los vestidos en una subasta organizada por Sahagún, ya para entonces esposa de Fox y no más su vocera, que después de muchas críticas por revelaciones en los medios de sus despilfarros en sus compras de ropa, decidió ponerlos a la venta y donar las ganancias a la Asociación Mexicana de Ayuda a Niños con Cáncer (AMANC), pero tras dos horas que no despertó gran interés, se canceló la puja.
Según la crónica difundida el 31 de julio de 2005 por la agencia estatal de noticias Notimex, por la pasarela y sin modelos fueron exhibidos “los vestidos con un costo promedio de 35 mil pesos, de diseñadores como Oscar de la Renta, Chanel, Carmen Marc, Jan Carlo, Saint John y Macario Jiménez”.
Añadió que la mayoría de los trajes y vestidos eran prendas que Sahagún utilizaba de manera cotidiana, y sólo algunos se usaron cuando acudió a un viaje internacional con el presidente.
“De ellos, 90 por ciento son de seda y finas telas, cuyo precio de subasta en promedio sería de entre nueve mil y 12 mil pesos. Sin embargo, ante lo desangelado del remate, sólo dos personas se animaron y decidieron comprar atuendos” de la esposa de Fox, que ahora se dedica a organizar pasarelas en San Miguel de Allende.
Uno de los compradores fue justo Luis Alonso Sordo Noriega, quien adquirió tres piezas de tres mil pesos cada una, y explicó entonces a la prensa que serán puestas en exhibición en su museo.
La otra suertuda fue la enfermera del IMSS, Minerva Enríquez de Torres, “se animó por un saco negro con cuello a rayas beige con negro, que tuvo un precio también de tres mil pesos”, según Notimex.
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