Cultura
De la Romita a la Roma de Cuarón: contrastes de una colonia
Desde hace un par de meses, resulta común escuchar cada semana sobre un nuevo premio para la película más reciente de Alfonso Cuarón, Roma, planteando un montón de preguntas sobre las historias que, como las del cineasta, ahí tuvieron lugar. Ir conociendo un poco del proceso de construcción en este espacio, nos permite ver cómo, en realidad, ha tendido a la diversificación de su gente por motivos políticos, demográficos y culturales.
La afamada colonia Roma, incrustada en la Alcaldía Cuauhtémoc, tiene su origen moderno a inicios del siglo XX. James Orrin fue fundador, junto a su esposa Sarah, del “Circo Orrin” en la ciudad de Londres a inicios del siglo XIX. Este circo comenzó a tener fama internacional, por lo que lo llevó a cruzar el Atlántico para llegar en 1845 a Estados Unidos y México, junto a su hijo George F. Orrin.
George tuvo un hijo, Edward W. Orrin, quien continuó la tradición familiar circense en México, pues, aunque nacido en Florida, Estados Unidos, este, junto a sus hermanos, hizo su vida en nuestro país, levantando el tercer circo-teatro “estable” en la capital el 21 de febrero de 1891, ubicándose en la Plazuela Villamil, donde hoy se levanta el Teatro Blanquita. La fama de su circo fue de la mano con la del clown Ricardo Bell, quien llegó a encantar al mismo Porfirio Díaz. La importancia del mismo en la escena mexicana se puede observar en diarios de la década de 1890, quienes calificaban al mismo como “el niño mimado del circo Orrin”, calificándolo de “amante de todo lo mexicano”. Con el éxito, vino la jauja económica.
Esta posibilidad de la opulencia permitió, iniciado el siglo XX, hacerse del Potrero de Romita a Edward Orrin, en asociación con Pedro Lascurain, Gabriel Morton, Cassius C. Lamm y Edward N. Brown. Este terreno había pertenecido antiguamente a la ex hacienda de la Condesa de Miravalle. El ingeniero Roberto Gayol fue el elegido para levantar el plano de las obras de drenaje y saneamiento de la colonia Roma, los cuales fueron aprobados por el Ayuntamiento (La Patria, p.2, 28 de junio de 1902) y en 1903 se otorgó el permiso para fraccionar el lugar a la Compañía de terrenos de la Calzada de Chapultepec, S.A .
El centro de esta colonia sería la Plaza Roma, conocida actualmente como Plaza Río de Janeiro. En los años posteriores, la colonia comenzó a poblarse con algunas de las familias acaudaladas de otros suburbios de la ciudad. Los hogares de las nuevas familias de la zona contaban con todos los servicios básicos posibles y fachadas decoradas con la influencia del Art Nouveu y otras influencias arquitectónicas europeas.
De acuerdo a Manuel Perlói Cohen, la colonia Roma ofrecía en sus inicios una «síntesis de lo mejor de la tradición urbanística francesa», lo cual generó un contraste con el antiguo pueblo de La Romita y el reforzamiento del proceso de identidad de estos dos.
Aquel barrio era el descendiente directo del barrio prehispánico de Aztacalco (“casa de las garzas”), ubicado sobre una pequeña loma, el cual había sido habitado predominantemente por indígenas y mestizos durante varios siglos. En este, durante la década de 1530 se erigió una pequeña iglesia en honor a Santa María Natividad en donde, según cuenta la tradición, el frayle Pedro de Gante realizó algunas de los primeros bautizos a indígenas.
Siglos más tarde, Luis González Obregón, en su libro, Las Calles de México, contó que esta pequeña población se hizo famosa «en los tiempos del contrabando, pues los que robaban al Fisco, fingiéndose brujos o nahuales, espantaban a los ignorantes y sencillos indios, a fin de poder introducir sus mercancías sin que nadie los viese ni molestase» y comenta además, que en los tiempos del carnaval, se hacía una representación de una ejecución pública. Esta práctica se derivó, tal vez, por dado que en la iglesia de San Francisco Xavier, se encuentra el «Señor de los ahorcados», imagen que fue donada por el rey de España Carlos V, ante el cual acudían los sentenciados a la muerte para pedir por su alma antes de la hora final.
El 5 de septiembre de 1908 y 21 de enero de 1909, en el diario el Tiempo, se reportó el desarrollo de una epidemia de tifo y escarlatina en el barrio de la Romita, causando que los habitantes de las colonias Roma y Juárez se mostraran alarmados por considerar que la cercanía podía hacer que las enfermedades llegaran a su colonia. La noticia nos sirve para contextualizar cómo lucía en ese momento el viejo barrio, puesto que el autor de la nota señalaba.
En la primera nota, se menciona que para finales de 1908 “allí no se conoce el drenaje, las condiciones de higiene brillan por su ausencia. Los vecinos son gente de la clase más baja de la sociedad y que parece que viven en zahúrdas, pues no son otra cosa esas casas y esas calles en donde la inmundicia se vé [sic] por todas partes”, acusando además que las autoridades no habían hecho visita alguna para tomar acciones y terminar con esas condiciones.
Mientras tanto, en la nota de 1909, se concluye que la culpa de esos males la tienen los carretoneros de limpia, ya que “en lugar de ir al tiradero de Zoquipa para que las basuras sean incineradas, las depositan en dicho barrio, y el aire las esparce por todas partes habiendo muchos enfermos en la actualidad”.
Este tipo de relatos y condiciones sociales promovería una imagen negativa del barrio de la Romita, el cual no pasó desapercibido para las artes en el contexto de la posguerra. José Emilio Pacheco, en su libro “Las Batallas en el Desierto” escribe lo siguiente:
“La calzada de La Piedad, todavía no llamada avenida Cuauhtémoc, y el parque Urueta formaban la línea divisoria entre Roma y Doctores. Romita era un pueblo aparte. Allí acecha el Hombre del Costal, el gran Robachicos. Si vas a Romita, niño, te secuestran, te sacan los ojos, te cortan las manos y la lengua, te ponen a pedir caridad y el Hombre del Costal se queda con todo. De día es un mendigo; de noche un millonario elegantísimo gracias a la explotación de sus víctimas. El miedo de estar cerca de Romita”.
El lugar también fue atractivo para el director español Luis Buñuel, quien usó la plaza principal como una de sus locaciones de la afamada película “Los Olvidados”, recuerdo que literalmente se encuentra en algunas de sus paredes como parte del sentido de arraigo que aún muestran algunos de sus callejones que intentan guardar la imagen y mística de la antigua Romita, pese a ser absorbida por completo, de manera administrativa, por la Roma Norte.
Para entonces, la Colonia Roma había pasado momentos de pausa y dinamismo. Entrada la década de 1910, el movimiento revolucionario contuvo el crecimiento de la misma, sin embargo, al culminar el mismo comenzó nuevamente a ser atractiva para las nuevas familias que formarían la “clase dominante”.
Lo que hoy conocemos como la Roma Sur eran lotes baldíos que poco a poco comenzaron a poblarse, cambiando la imagen que la colonia Roma “original” tenía, puesto que no gozaba de esa imagen afrancesada con los árboles y ornamentos arquitectónicos, pero que sirvió como lugar de residencia de refugiados que se convirtieron en parte de la clase intelectual de la ciudad.
Es precisamente de este lado donde surge la “Roma de Cuarón” o la que le tocó vivir y que retrata parcialmente en su película como parte del contexto de la historia que cuenta. El crecimiento demográfico comenzó a acelerarse, por lo que también se comenzaron a construir algunos edificios departamentales, comenzando a cambiar la imagen y dinámica que la Roma tenía, provocando así que los de la clase “acomodada”, algunos ya descendientes de quienes llegaron a inicios del siglo, comenzaran a buscar otros sitios más privilegiados para vivir o mirar como diferentes a todos aquellos que llegaban al lugar, tal cual ocurría décadas atrás con “La Romita”.
Dos elementos más pondrían a esta clase a pensar en seguir residiendo en ese lugar que, por mucho tiempo, defendieron: 1) la congelación de rentas, en 1942 y 2) la creación de nuevos complejos familiares en 1950, además de los departamentos que ya se venían construyendo. Estas medidas, permitieron a la vez el anquilosamiento de otro sector: los burócratas y clase media.
A la par en que se grababa “Los olvidados”, los arquitectos Mario Pani y Salvador Ortega, por órdenes del presidente de la República, Miguel Alemán Valdés, construyeron el Multifamiliar Benito Juárez en donde se encontraba con anterioridad el Estadio Nacional (1924-1954), lugar que fungió como sede de los Juegos Centroamericanos de 1926 y donde tomó protesta como presidente Lázaro Cárdenas en 1934. Hoy, el lugar es conocido como Jardín Ramón López Velarde, a un costado de la estación del Metro Centro Médico.
En ese nuevo conjunto habitacional vivirían maestros de las secciones IX, X y XI del Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación, pero también profesionistas de clase media. Casi de manera simultánea, se iban desarrollando en la colonia distintos espacios para el deleite de los vecinos del lugar y colonias aledañas: cines, centros nocturnos, restaurantes, consultorios médicos, etc.
A partir de entonces la colonia tuvo cambios e incorporaciones de nuevos servicios públicos como el Metro, que en 1967 ponía a su disposición algunas estaciones cercanas, entre ellas Insurgentes y Cuauhtémoc, y en 1970 la estación Hospital General, en la Línea 3; ambos casos durante los gobiernos del presidente Díaz Ordaz y del Jefe del Departamento del Distrito Federal, Alfonso Corona del Rosal, quienes habrían de mancharse las manos con sangre de estudiantes, marca que a pesar de los años parece no ser olvidada y que detonó también una transformación política y social en la ciudad y sentó un precedente en las luchas estudiantiles, algunas que corrían de manera paralela a la de la CDMX, en otros puntos en el país.
La Roma como hoy la conocemos es en parte heredera de todas estas historias y otras más que se encuentran adscritas a cada uno de los edificios que hoy albergan actividades religiosas o comerciales, pero también de las tragedias que han marcado a esta ciudad como en el sismo de 1985, en donde el Multifamiliar Juárez se desplomó casi en su totalidad, o en el sismo de 2017, que minó el atractivo que esta colonia venía ganando durante la última década como una zona de recreación para población joven.
Hoy más que nunca aplica la vieja expresión la cual dicta “que todos los caminos conducen a Roma”. La de por sí gentrificada colonia ha tenido un “nuevo aire” gracias a este grato suceso fílmico, atrayendo a turistas y futuros inquilinos. Esta quizá sea, el verdadero nacimiento de un nuevo rostro y valoración de cada uno de los espacios de una de las colonias de mayor tradición en la Ciudad de México, esta es quizá el inicio de la verdadera “Roma de Cuarón”. Al tiempo.
Fuentes:
-Diario El Tiempo, 1903, 1908, 1909. Consultado en Hemeroteca Digital Nacional de México.
-Barrera Ramírez, Gilberto. La influencia de un rumor novohispano en el siglo XX: Una historia cultural. Tesis para obtener el grado de Licenciado en Historia, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, México, 2005.
-Carey, Lydia. Mexico City Streets: La Roma, Penguin Random House Grupo Editorial, Ciudad de México, 2018.
-González Obregón, Luis. Las calles de México. Leyendas y sucedidos, vida y costumbres de otros tiempos. México, Porrúa, 2001.
-González, Aurelio; Schroeder Cordero, Arturo, Davó, María Dolores, Osorio Pedrero, Ignacio, Una mirada cercana. Casa Universitaria del Libro, UNAM, Ciudad Universitaria del Libro, México, 2002.
-Pacheco, José Emilio, Las batallas en el desierto, Ediciones Era, México, 1999.
-Perló Cohen, Manuel. Historias de la Roma. Microhistoria de la ciudad de México, Historias 19. Octubre, 1987-Marzo, 1988, México.
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