Nación
«Sin ustedes no soy nada»: AMLO, hincado ante el pueblo y en pie de lucha
Andrés Manuel López Obrador, el Presidente de la República, realizó una ceremonia para iniciar la purificación de la vida pública de México. Tras asumir el mando de los 68 pueblos indígenas del país, dio el primero de muchos discursos públicos en el que pidió: “no me dejen solo porque sin ustedes no soy nada».
Luego de abarrotarse sobre Pino Suárez para ver llegar la caravana del Jetta presidencial y a López Obrador ingresar a Palacio Nacional, la gente vagó sobre el Centro Histórico esperando el momento de reencontrarse con él. Acercándose la hora marcada, la ansiedad crecía. Incluso hubo quienes intentaron arrebatar los gafetes de prensa porque «llevo 50 años esperando este momento».
Tras comer con líderes mundiales y sus invitados especiales, y firmar su primer acuerdo en favor del desarrollo regional de Centroamérica, el presidente López Obrador saltó de Palacio Nacional para recorrer una vez más la plancha del Zócalo. Entre cánticos de victoria y muestras de afecto se fue aproximando al escenario en el que lo esperaban representantes de todos los pueblos originarios del país.
Con una canción escrita específicamente para él, «el huipil que olvidaste, la lengua que negaste», López Obrador fue recibido por una limpia para alejar todas las malas vibras que de cruzan por su camino. Así como los ancianos sabios recordaron que «todos cabemos, todos nos necesitamos en México».
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Con Catedral convertida en un sitio ceremonial, López Obrador se encontró frente a frente con un indígena que, sollozando en su lengua, buscaba entregarle un crucifijo. Al ver que la emoción podía más que su ahora gobernado, el presidente se arrodilló para abrazarlo y recibir el presente. Porque «como decía El Nigromante: yo me hinco donde se hinca el pueblo».
El Zócalo, el pueblo, se le entregó por completo, sin reparos ni medidas. Sin dudar, los miles de presentes le acompañaron en la ceremonia de saludo a los cuatro puntos cardinales, al abajo y al arriba. Con las manos extendidas el presidente y sus seguidores recitaron una tras una las palabras del encargado de la ceremonia.
Con bastón de mando en mano y habiendo saludado a cada pueblo indígena y afromexicano de México, López Obrador se postró sobre un estrado de la Presidencia de la República. Esos que nunca salieron de Palacio y Los Pinos durante el mandato de Enrique Peña Nieto, a quien despachó apenas unas horas antes en San Lázaro.
Así arrancó un maratónico discurso en el que reiteró sus 100 compromisos. Los cánticos de apoyos se tornaron en cansancio. El sol incandescente en una fría noche decembrina. El lleno total del Zócalo en una ola de gente que iba y venía, dejando a puñados en las orillas con cada vuelta. Pero el apoyo siempre estuvo ahí, sin la más mínima duda.
Recordando a los grandes revolucionarios que fracasaron por alejarse del pueblo y que él ya no se pertenece, el presidente pidio a la gente que no lo abandone porque «sin ustedes no soy nada». Sentenciando que «primero muerto que traicionarles», aunque también pidió no caer en esos dramatismos.
Por el contrario, y mucho más combatiente que en San Lázaro, el presidente advirtió que con el pueblo de su lado sus adversarios, los conservadores, los neoliberales, la mafia del poder, la minoría rapaz, la prensa fifí, le harán lo que el viento a Juárez. Pese a que estos grupo le «entregaron hoy un país en ruinas».
La gente se dispersó pero no se alejó del Zócalo, por lo que el cierre del discurso con López Obrador proclamando tres «¡Viva México!» retumbó en cada rincón del centro histórico. Aproximándose el final del inicio de la cuarta transformación, el presidente se había vuelto a ganar a su pueblo con una frase repetida millones de veces, pero no así.
El Himno Nacional se entonó en el llamado ‘corazón de México’ haciendo eco de lo sucedido unas horas antes. Cuando Jesusa Rodríguez animaba a la gente preguntando «¿cómo se siente tu corazón?». A lo que alguien, una persona, un mexicano en primera fila le respondió: late.
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