Nación
Adiós, Peña: el ocaso del ‘Nuevo PRI’ y el amanecer de la cuarta transformación
El mandato de Enrique Peña Nieto llegó a su final dejando atrás a un Partido Revolucionario Institucional a la deriva y al país en manos de la cuarta transformación encabezada por Andrés Manuel López Obrador. En sus últimos minutos como presidente, el cachorro del ‘Nuevo PRI’ vivió un escarnio público, bajo promesa de amnistía.
Tras su multicriticada participación en la cumbre del G20 en Argentina; que incluyó la firma del acuerdo comercial T-MEC y la entrega del Águla Azteca a Jared Kushner, yerno de Donald Trump, Peña Nieto regresó a México solo para cumplir con el protocolo que dicta como deben ser sus últimos minutos como mandatario.
Las discretas hostilidades iniciaron desde su arribo al Palacio Legislativo de San Lázaro al ser recibido por la comisión de legisladores que encabezó el iracundo diputado Gerardo Fernández Noroña. Quien no mostró su estilo típico ya que, desde que se presentó en la entrada del recinto, seguidores de López Obrador le advirtieron: «Noroña, ¡con dignidad, cabrón!».
Escoltado por uno de sus más enconados opositores, Peña Nieto ingresó a la cámara legislativa que se rehusó a pisar tras recibir la banda presidencial de manos de Felipe Calderón, ni siquiera para ofrecer alguno de sus 6 informes de gobierno. Llegando por fin al presídium en donde debería dejar la investidura.
Sin más ceremonia se quitó la banda para entregársela a Porfirio Muñoz Ledo, siempre presente en los puntos clave de la vida política mexicana. Quien se la puso a López Obrador, para que se la terminara de ajustar en cadete militar que causó más furor en redes sociales que el mismo presidente saliente.
Cumplido el protocolo Peña Nieto se sentó encajonado entre Muñoz Ledo y Martí Batres, líderes del Congreso de la Unión que hasta hace unos meses le perteneció. Desde esa primera fila, escuchó la arremetida que el nuevo primer mandatario emprendió contra el neoliberalismo, contra el PRI, contra las reformas estructurales, contra él.
Escondido en una hoja de papel en la que escribía alejado de todo. Sin el partido que todo le permitió durante 6 años. Sin la familia presidencial que presumió una y otra vez pese a las controversias. Sin su inamovible gabinete de cercanos y allegados. Sin el Estado Mayor que lo resguardó. Sin la banda presidencial que él devolvió al PRI.
Una reacción, cuando López Obrador acusó que su sexenio había sido el de menor crecimiento económico y mayor incremento de la deuda pública. El sobresalto fue contenido por Batres con un ademán, echando los brazos al aire y con una sonrisa en el rostro. No hubo respuesta de Peña Nieto.
El discurso siguió, golpe tras golpe, sentencia tras sentencia. Peña Nieto, petrificado, dejó pasar todos y cada uno de los impactos. Lejos de la actitud retadora que asumió el PRI a la llegada de López Obrador cuando, en voz de su coordinador René Juárez Cisneros, le reclamó que «el país no se gobierna con caprichos». Con todo perdido, Peña Nieto escuchó lo que bien pueden ser las palabras de amnistía que tanto esperaba.
«Propongo al pueblo de México que pongamos un punto final a esta horrible historia y mejor empecemos de nuevo. En otras palabras, que no haya persecución a funcionarios del pasado y que las autoridades encargadas desahoguen en absoluta libertad«, dijo el presidente de la República al abrirle la puerta de atrás de la historia a su sucesor para que este saliera en silencio.
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