¡Qué espectáculo…!
Gustavo Adolfo Infante, miseria del “periodismo”
Cuando inicié en la reporteada en la sección de espectáculos de La Extra, de Excélsior, la orden de trabajo era traer información respecto de alguna puesta en escena, una película, un concierto (apenas comenzaban a darse en la Ciudad de México) o un show de los entonces llamados centros nocturnos.
En ese entonces era muy sencillo que los profesionales del show business regalarán al reportero hasta media hora para hablar de los proyectos que tenían en puerta o los venideros. Había una gran confianza con el entrevistador pero, sobre todo, respeto entre ambas partes.
Con el tiempo llegó el programa Ventaneado y fue entonces que, como bien dicen en él, todo cambió.
La información derivó en chisme, las entrevistas terminaron en invasión a la intimidad, y las investigaciones periodísticas pasaron a ser sólo un eslogan para enmarcar chisme e invasión en un solo producto.
Con ello, las llamadas, que los histriones solían atender con gran amabilidad, se convirtieron en interrogatorios por su parte, donde la primera pregunta era: “¿Es sobre mi relación con…?”, seguida de su respuesta: “Porque de mi vida personal no hablo”.
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Pero algunos personajes descubrieron que si no hablaba la actriz, actor, cantante, director, etcétera, era “mejor nota” y por tanto se dispusieron a armar más programas “de espectáculos”, en los que el eje era hacer entrevistas con el supuesto interés en la carrera del histrión y una vez enganchado, sacar los cuestionamientos que en realidad interesaban, como “¿Es cierto que te acabas de divorciar?”, “¿Que tu hijo consume drogas?” y “¿Por qué dejaste a tu novia?”, entre otras.
Asimismo, el tono de los reporteros cambió de tal manera que hoy, dicen, es su sello. Al dar la nota, hacen pausas para enfatizar en su apellido; se ponen otros nombres para ocultar que sus padres le pusieron Isabel, por ejemplo… y hablan cantadito, como si eso hiciera que el chisme tomara tintes de información.
El caso de los conductores de ese tipo de programas es aún más dramático, pues llegan a creer que en verdad son líderes de opinión, pero, al fin de cuentas, solo hay algo que los separa de sus subordinados: el sueldo.
Uno de ellos, y de quien, desde que lo conozco, he tenido la misma opinión, es Gustavo Adolfo Infante, un ser tan despreciable que ha usado el gran oficio del periodismo para simular lo que de manera evidente carece: profesionalismo.
Ese tipo ha recibido toda clase de señalamientos por parte de algunos integrantes de la farándula respecto de la manera de “informar” lo que sucede, no en su trabajo, sino en sus vidas privadas, de tal suerte que hasta lo han demandado y otros, como Sergio Mayer, “le sacaron sus trapos al sol”, o es ¿”sale el sol”?
Un caso reciente que demuestra lo mencionado es el de Mauricio Martínez, a quien el hombrecito llamado Gustavo agredió de manera tan vil que ni Daniel Bisogno se hubiera atrevido, y sólo porque el actor y cantante no quiso darle a él personalmente o a su programa una entrevista sobre el acoso sexual del que, aseguró, fue víctima.
Esta actitud cobró facturas hasta en sus propios compañeros, como Susana Moscatel, quien de manera elegante le hizo ver a ese pobre individuo que no puede hablar a nombre de “la fuente de espectáculos”, y sobre todo, que quienes se dedican al entretenimiento de ninguna manera fueron hechos por los medios de comunicación y son libres de conceder entrevistas a quien ellos consideren.
La situación se tornó tan extrema que Grupo Imagen, donde labora Infante, tuvo que publicar una misiva luego de que la Asociación civil Nosotras para Ellas pidió una disculpa pública. En el texto, entre otras cosas, dicen que fortalecerán el programa interno de capacitación y sensibilidad sobre violencia sexual y realidades sociales.
El punto es que ningún reportero, comentarista, conductor o quiénes se creen voces autorizadas o líderes de opinión, como ese patán, pueden cruzar la línea entre el periodismo y la opinión miserable, de ser así sólo enlodarán al oficio por buscar el rating y lo más seguro es que ganarán su varo, pero no dejarán la mediocridad.
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