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Cultura

Rinden homenaje a León-Portilla con drama filosófico La huida de Quetzalcóatl

Foto: Teatro UNAM

Por Natalia Castillo 

La Huida de Quetzalcóatl —texto dialogado escrito por el filósofo e investigador Miguel León-Portilla— cobra vida en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón todos los jueves, viernes, sábados y domingos del 20 de octubre al 10 de diciembre de 2017.

Este texto es adaptado por la arquitecta y diseñadora escénica Mónica Raya, quien también se encarga de dirigir la investigación escénica, escenografía, vestuario e iluminación. Convoca a un ensamble de artistas que se encarguen de acercarse lo más posible a la estética y la mitología de Tula.

En este espectáculo convergen actores, acróbatas, técnicos, danzantes, maquillistas, músicos y escenógrafos digitales, quienes se unen para crear un universo lleno de sensaciones visuales, sonoras y de movimiento que nos conectan con el arte y la historia de nuestros antepasados.

El elenco está compuesto por Juan Carlos Vives, Gastón Yañes, Muriel Ricard, Alfonso Cárcamo, Gines Cruz, Julio Escartin, Luis Lesher y Miguel Ángel López. El universo sonoro está a cargo de Rodrigo Castillo Filomarino y la escenografía digital es realizada por Ary Ehrenberg y Medusa Lab, entre otros artistas que también participaron en la coreografía de danzantes, corporalidad, acrobacia, maquillaje, investigación  y elaboración de vestuario.

La obra narra la historia del sacerdote Quetzalcóatl, quien no tenía noción del tiempo y pensaba que el arte, la construcción del pueblo de Tula y él mismo serían imperecederos. Entonces el Dios del Tiempo “Axcanteótl” decide mandarle un mensaje con tres forasteros quienes perturbarán a Quetzalcóatl y lo harán consciente del tiempo, logrando que éste se mire en un espejo y en el descubra su vejez. Quetzalcóatl sufre al hacer conciencia de su mortalidad y la de sus creaciones artísticas, prueba el elixir de los Dioses, “el pulque”, y cede a sus instintos más primitivos. Quetzalcóatl tiene una disertación filosófica entre “el fui, soy, seré”; al final decide irse de Tula y emprende su nuevo destino por el mar a Tlapalan (lugar de la tierra roja).

Este ensamble escénico nos transporta a la vida, arte y cultura de nuestros antepasados en donde se conjugan muy bien los recursos teatrales contemporáneos con los prehispánicos, por medio de la escenografía, la iluminación, la escenografía digital (proyecciones multimedia), el vestuario, el maquillaje, las danzas y  la movilidad de los actores que  en conjunto dan la impresión de estar viendo un códice viviente.

La escenografía está compuesta por cinco trapecios piramidales móviles que recrean la arquitectura prehispánica, dan apertura a crear distintos espacios y permiten que sobre ellas se  proyecten imágenes digitales, además funcionan como muros de escalar, por donde suben y bajan los actores y bailarines.

Otro elemento importante de la escenografía es un plafón que se encuentra colgado arriba del escenario con un círculo en medio por donde bajan actores en arneses, una marioneta gigante y un espejo giratorio.

El vestuario es muy impactante y remite a la imagen de los dioses de Tula; está diseñado con materiales ligeros, coloridos y llamativos que permiten que los actores y bailarines tengan libertad para ejecutar sus movimientos. Lo interesante de la actuación es la movilidad del cuerpo que representa las imágenes bidimensionales y frontales de los dioses en los códices. A veces la actuación se hace un poco pesada debido a que el texto es muy filosófico, en algunos momentos  logran naturalizar y humanizar a los dioses lo que genera que los espectadores nos identifiquemos con los personajes e incluso logran darle  un tinte cómico.

Este montaje provoca  que el espectador constantemente se esté sorprendiendo ya que su estética es muy atractiva, llena de colores, texturas, movimiento, música y danzas.

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