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Cultura

“Quiero que la gente encuentre destellos de humanidad en la Inquisición”: Camba Ludlow

Foto: José Juan de Ávila

Ursula Camba Ludlow descarta culpar a la gente que no disfruta la Historia: “La enseñan muy aburrida”. Peor: quienes se interesan por temas como la Inquisición están cargados de estereotipos y prejuicios, aun los historiadores, y su idea de los inquisidores, en especial novohispanos, es la de la novela de Umberto Eco El nombre de la rosa, que devino película. Ella, en cambio, los humaniza y espera que la gente encuentre esos destellos de humanidad.
 
La doctora en Historia por el Colegio de México acaba de presentar Persecución y modorra. La Inquisición en la Nueva España (Turner, 2019), una aproximación amena y casi lúdica al Santo Oficio, que rebate, entre otras distorsiones, las creencias sobre las ejecuciones masivas en las hogueras atribuidas al tribunal y sostiene que hubo más víctimas ejecutadas de esa manera por parte de la justicia civil e incluso de los Estados europeos no católicos, protestantes.

Persecución y modorra. La Inquisición en la Nueva España (Turner, 2019).
Foto: José Juan de Ávila


—Veo una suerte de reivindicación histórica de la Inquisición en su libro. ¿Qué motivaciones tuvo para acercarse a esta institución como tema de estudio?
 
—Más que un reivindicación, la historia en este país necesita matices. Nos enseñaron en la escuela una historia de muy buenos buenos y malos malos. Me parece importante matizar, porque lo que los documentos te dicen es eso. Vas a los archivos, consultas los documentos y no te están diciendo que los inquisidores quemaron a 5 mil personas, y si había algo en lo que eran especialistas era en acumular papel; tomaban denuncias y denuncias, declaraciones y testificaciones, y esto estaría ahí. La evidencia documental, pese a la historiografía, lo que te revela es una cuestión bastante matizada contrario a lo que pensaríamos. Estamos llenos de estereotipos y de prejuicios.
 
Camba Ludlow, especialista en la historia de esclavitud y virreinal, señala que lo que a ella le interesaba en principio era que la gente pudiera entender la actuación del tribunal, qué delitos perseguía, y después, sus protagonistas.
 
“A veces uno cree que la Inquisición perseguía todo tipo de delitos y no; y después, poder ir a estos personajes, ya sean inquisidores, presos, auxiliares del Santo Oficio, que se relacionaban unos con otro, y que además tienen nombre, una cara, un rostro, recuperar esta historia de la gente común, más que la institución”, señala la también colaboradora en series históricas.
 
“Lo que pasa mucho con el tribunal del Santo Oficio es que cuando la gente se acerca al tema lo hace a través de la legislación. El problema de la legislación es que sólo muestra un lado de la moneda. En México es clarísimo ejemplo de eso: la legislación establece algo pero la práctica lo que hace en muchas ocasiones es buscar la manera de burlar esa ley, y eso también parte de la impunidad que nos aqueja desde hace muchos años y de la que ahora somos como más conscientes o estamos más irritados. Puedes burlar a la ley, la ley ahí está, puedes no cumplirla y salirte con la tuya. Me interesaba primero eso, que la gente pudiera entender cuál era la actuación del tribunal, con sus defectos, con sus aciertos, más que pensar en un tribunal supereficiente, coordinado, de una actuación impecable, pues porque no era así”, señala en entrevista.
 
Confiesa que cuando era estudiante y se acercó por primera vez a los archivos inquisitoriales lo hizo con prejuicios e incluso con morbo, hasta que tuvo por maestra, ya en el doctorado, a la especialista Solange Alberro, autora de Inquisición y sociedad, 1571-1700 (FCE).
 
“La primera vez que me acerque a los documentos de la Inquisición estaba haciendo la tesis de licenciatura (…) Ahora veo ese texto que escribí hace tantos años y me doy cuenta que está plagado de todos esos prejuicios y estereotipos que solo proceden del desconocimiento”, refiere sobre un documento que encontró en el Archivo General de la Nación (AGN) sobre el proceso contra una mujer esclavizada negra, Nicolasa, que retoma Camba en su nuevo libro.
 
“Siempre estuve cerca de los archivos inquisitoriales, porque me llamaban la atención, porque a uno le despierta el morbo, algo así como: ¿y estos malvados qué hicieron?. Pero cuando llegué al doctorado y tomé clases con Solange Alberro, que es como la gran especialista en la Inquisición en México, en su libro Inquisición y sociedad, ella hace esta radiografía impecable de todos estos personajes que actuaban para el tribunal. Y lo que encuentra justamente es que no era tan eficiente, no era tan inapelable, no era tan rudo, que dependía muchísimo, y eso se nos olvida también, de quién estuviera a cargo. Es decir, una cosa es el tribunal y otra quién lo preside y quién está a cargo. Y también hay que tomar en cuenta al inquisidor en turno. Hay inquisidores que son más blandos, otros más viscerales, otros más corruptos o más débiles, también el temperamento humano juega en eso, no es que el tribunal exista sin seres humanos”.
 
Recuerda que halló un documento sobre esclavos que denunciaron a su amo español porque los golpeaba, lo expuso ante Alberro y ella le señaló: “Usted conoce muy bien los documentos inquisitoriales, pero se deja llevar por toda la historiografía que ha leído sobre el tema”.
 
Camba reconoció después de analizar la observación de su profesora que le estaba diciendo que escuchara al documento.
 
“Y entonces empecé a acercarme de otra manera a la Inquisición y a poder escuchar lo que me estaba diciendo el documento, sin todo este armazón que uno se pone de prejuicios, como si fuera una Inquisición suiza que funciona como un relojito cucú”, recuerda la historiadora.
 
Subraya que mucha de la historiografía estadounidense sobre el tribunal está permeada por estereotipos y prejuicios, porque a su juicio esos investigadores que abordaban el tema hasta hace 20 años ni siquiera conocían la realidad colonial, las sutilezas de los documentos, del lenguaje, del español antiguo ni sabían paleografiar, sólo interpretaban lo que ellos creían.
 

Foto: José Juan de Ávila.


—Al desmitificar esta historia negra o maniquea de la Inquisición, ¿no le está quitando su interés? Hablaba hace rato del morbo, para el común de la gente la Inquisición es tormentos, es persecución, es implacabilidad, basta ver cómo se acercan al Museo de la Tortura.
 
—Ese museo es una estafa, me parece un escándalo que exista, porque ninguno de los objetos que hay ahí existían, todos son objetos que se fabrican en el siglo XIX, que tienen que ver con la literatura gótica del siglo XIX y que además promueven una idea falsa. No creo que le quite interés a la Inquisición, lo importante es verla como un prisma de varias caras, porque el ser humano es así, ambivalente, contradictorio. Todos tenemos ambivalencias, y eso es también una parte muy importante del tribunal. Más que desinteresarse, ahora la gente puede acercarse y ver que hay un mundo. Es como si fuera una puerta, y pudieran entrar a un mundo que está lleno de colores que no son blanco y negro. Que se den la oportunidad de entrar a ese mundo y ver cómo todas esas tonalidades de color.
 
—Hay una palabra vinculada sin remedio a la Inquisición, el tormento, sobre la que usted marca diferencia con la tortura. ¿Por qué cree que fascina la tortura? Si la gente se acerca a leer o ver algo relacionado con la Inquisición, no lo hace buscando  una historia de amor, sino por esta fascinación hacia el tormento.
 
—Es una pregunta muy amplia y muy compleja. Creo que lo que nos refleja el tormento o la tortura es el sufrimiento, y eso es algo en lo que todos los seres humanos nos podemos ver. O podemos de una manera vernos pero también distanciarnos, como este regodearse en la miseria del otro, que a ti no te sucede, o conocerte en la miseria del otro. Como la gente que va a ver películas gore, es esta parte de encontrar el límite de lo que uno considera la bondad o la maldad. Creo que por ahí lo ven por lo general. Y acá lo que se intenta es justo devolver al tribunal a la dimensión humana, de gente corriente como nosotros, que tenía deudas, que tenía parientes, perros, gatos, mascotas, hacerla una historia menos monolítica, menos en bloque.
 
La autora de Persecución y modorra sostiene que nos hemos convertido en una sociedad muy sensible a la sangre y al sufrimiento, a diferencia de aquellas de antiguo régimen anteriores a la Revolución Francesa, que estaban acostumbradas a los castigos corporales.
 
“Ahora hay una nueva sensibilidad en torno al cuerpo, al respeto, al cuerpo del otro, a no violentarlo, a no maltratarlo, pero durante muchos siglos el cuerpo era el lugar del castigo, eso era muy importante: que la gente lo viera, porque la mayoría de la gente no sabía leer, entonces todo era una ritualidad exterior. ¿El caso de la Inquisición qué es? La soga, la mordaza si eres blasfemo, la coroza, que es este cucurucho con los pecados pintados, lo que busca es ejemplificar (…) el castigo tenía una cuestión ejemplificadora, que la gente se diera cuenta de lo que puede pasar si cae en tal pecado, si reincide; es una función pedagógica, no nada más de la Inquisición, de todo, de los rituales, tanto de la realeza como de las órdenes religiosas; las procesiones, la solemnidad de los eventos tienen una función pedagógica y ejemplificadora, para enseñar cuáles eran los comportamientos sancionados y cuáles permitidos por la autoridad”.

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—Usted habla  de delitos y pecados, ¿la Inquisición confundió ambos conceptos? Muchos de ellos actualmente ya no tienen que ver con cuestiones legales, sino de conciencia.
 
—Es una pregunta muy interesante. La noción de pecado empieza a ceder un poco en los documentos no nada más inquisitoriales, sino también judiciales; es decir, también de la justicia civil. Sabemos que una cosa es la justicia civil y otra la inquisitorial. La civil quemó más gente que la Inquisición, nomás que el quemadero estaba por San Lázaro. El siglo XVIII empieza a tener una sensibilidad distinta a los comportamientos anteriores, por eso es tan interesante analizar el lenguaje para poder comprender cuál es la función o el sentido en el contexto.
 
“La noción de pecado está muy presente en la Edad Media, siglos XVI-XVII, pero en el XVIII empieza a ceder y empieza a prevalecer la noción de delito, que tiene que ver más con una justicia civil, que teología. La Revolución Francesa pone en el centro…, o los pensadores de la Ilustración lo que logran es desplazar a dios y a la teología del centro y poner al hombre en el centro y a la filosofía como la disciplina más importante de pensamiento.
 
“No es que la Inquisición los confunda, es que son sensibilidades distintas, contextos distintos, para el siglo XVIII empieza a haber otros términos que no se ven en el siglo XVI, como la noción de vago, de ocioso, porque hay una lógica donde el trabajo empieza a ser cada vez más importante. Anteriormente cualquier trabajo con las manos envilecía, por eso la gente no trabajaba, bueno, la gente que puede obviamente. En el siglo XVIII eso empieza a ceder y a ser mal visto que la gente no trabaje. Estas nociones van separándose cada vez más hasta llegar a un discurso secularizador, en el cual ya para el siglo XIX la preocupación, lo que ocupa el centro, es la noción de patria, de nación, de deber, de ciudadano, el himno, la bandera. Y la preocupación se desplaza, igual que el lenguaje, y el pecado ya solamente se reduce a este comportamiento muy íntimo en donde tú, directamente vas con el sacerdote, te confiesas, te arrepientes y se te impone una penitencia. Pero está separado el comportamiento ahora, por lo menos en el lenguaje público, de las nociones privadas, de la intimidad. Eso es algo que se va perfilando hacia los siglos XVIII y XIX, pero con mayor claridad en el XX, que es el triunfo del individualismo por encima del corporativismo, de todo grupo comunitario, lo que es la regla en las sociedades de antiguo régimen.
 
—Mientras realizaba su investigación para este libro, ¿qué fue lo que más la sorprendió?
 
—Justamente reconocer la humanidad de los inquisidores, que entre ellos se odiaban, que se caían a veces pésimo con el virrey, que sentían que nadie los respetaba, que querían imponerse. Y no es cosa nomás de la Inquisición novohispana, estos conflictos con la autoridad civil o con los obispos, en donde es tan importante el lugar que ocupa físicamente, se repiten en la Inquisición de Nueva Granada o en la de Perú, o la portuguesa de Brasil y Portugal. Uno piensa sobre el tribunal que todos eran amigos y que están puestos de acuerdo. Pero hay estos casos como el del inquisidor que se esconde detrás de las puertas porque por ahí anda el notario que está medio loco y lo quiere matar. Uno a lo que está acostumbrado es a las películas, lo que uno tiene en la cabeza es El nombre de la rosa, ese tipo de inquisidor, benedictino, dominico, lo que sea, del siglo XIII o XVI. Y ver esta cosa de los presos que les ponen apodos, o que usan gatitos para llevar recados. Uno se imagina en las cárceles al preso ahí languideciendo, claro que hubo casos, pero hubo otros como el de la señora que se asomaba por la ventana y ofrecía unos reales a quien le compraran unas pasitas o unas nueces. Esos destellos de humanidad son lo que más me llamó la atención y es lo que yo quiero que la gente pueda encontrar. Porque en esos destellos de humanidad uno puede verse, porque el pasado es un espejo finalmente.

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