Opinión
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El que espera
“Vivir es devorar el tiempo: esperar; y por muy trascendente que quiera ser nuestra espera, siempre será espera de seguir esperando”, es el epígrafe citando a Juan de Mairena con el que abre el libro de cuentos cortos “El que espera” de Andrés Neuman.
Así el apartado – Miniaturas – comienza con una cadena de relatos breves, que van in crescendo no precisamente en longitud, sino en la espesura de sus temáticas.
En el epílogo-manifiesto, el microcuento, dice Neuman, está más hecho de estructura que de extensión y “entra en sustancial mestizaje con el poema en prosa, el ensayo breve o el aforismo”, el autor habla del efecto sorpresa y refiere a los relatos clásicos.
“No hay un transcurrir en el tiempo literario, sino continuidad, por eso su pasar no es horizontal, sino vertical, porque es más un espacio que una duración”, en palabras de la editora y escritora Jessica Nieto.
Los cuentos de Neuman son eso, espacios sin tiempo, continuos, donde se perfilan encuentros entre dos personas, acontecimientos a veces precipitados o premeditados o preestablecidos, pero que al fin de cuentas son el retrato de lo impredecible cotidiano.
En ese remolino de historias, los microrrelatos en “El que espera”, giran en el fabular de una playa, un hospital, un café, y también sus personajes que en juegos como de espejos se encuentran y reconocen, tienen la visión de haberse repetido, de vivirse doble.
Neuman tiene muy presente que “en el cuento la fuerza de la síntesis va mucho más allá del consabido principio del que no debe sobrar en él una sola palabra” y que el relato breve es “como una elipsis de su propio desarrollo, una reducción de sí mismo”.
De esa forma hablar del aburrimiento de un rey, un ciego, doctores ausentes, amistades elásticas y más perfilan una lectura homenaje a grandes narradores de la tradición del cuento y que además en voz de cada personaje acercan al lector a aquello que el maestro Lauro Zavala afirma: “Todos narramos”.
Los relatos de Neuman se aproximan a la experiencia de escuchar lo que pasó, aquello que sucede en una conversación entre un taxista y el pasajero. Ese contacto humano, esa cercanía.
La espera, aunque permanente, es corriente de río: los cuentos de este libro son arrastrados de principio a un sinfín de imaginarios finales.
Parece que, en este presente, nadie se imaginó nunca que esperar tuviera que ver con el deseo de salirse y escaparse de su casa. Estamos acostumbrados a esperar, pero nunca dimensionamos el tiempo como lo hacemos ahora.
Nunca creímos tener que esperar a librarnos de morir o provocar la muerte a alguien a causa de algo invisible e imperceptible, un enemigo sutil, un virus que dilúviese el desierto en el que vivimos y desvivimos.
Un virus que nos orilla a un destierro interior; al espejismo de la intemperie.
Neuman no nos hace esperar. Sus cuentos breves están ahí para hacernos, sí, evitar el aislamiento del que sólo se puede escapar mediante la imaginación.
(“El que espera”, Andrés Neuman, Ed. Páginas de Espuma, 2015)
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