Nación
El pueblo, uniformado, al toque de diana
Andrés Manuel López Obrador y sus secretarios insisten: esta es una guardia civil, bajo mando civil, para tareas de seguridad civil. Ante ellos, 10 mil elementos de la Guardia Nacional se mantienen en formación desde las 7 de la mañana. Cuando el presidente concluya su discurso, habrán pasado en esa posición 4 horas. Estoicos, firmes, con disciplina castrense. Solo dos quintas partes de las filas formadas portan uniforme de patrullaje, la mayoría usan el de batalla.
“Vengo en nombre de la patria a encomendar a su valor, patriotismo y estricta disciplina esta bandera, que simboliza su independencia, sus instituciones, la integridad de su territorio y su honor”, les dijo López Obrador al tomarles protesta y entregar el lábaro patrio. Detrás de él, el ciudadano Alfonso Durazo, como fue presentado, el general Luis Cresencio Sandoval y el almirante José Rafael Ojeda. Los vigila desde el templete la imagen del tlatoani Cuauhtémoc con vestimenta de guerrero águila. Listo para la guerra.
Los batallones que conforman el Despliegue por la Paz se ven, a la lejanía, como cualquier regimiento del Ejército que realice ceremonias en el Campo Marte. Los 10 mil elementos iniciales, misma cantidad que López Obrador asegura es la fuerza real de la Policía Federal, obsoleta a sus ojos, solo portan una banda en el brazo izquierdo que los identifica. Con el lema ‘Justicia y Paz’ debajo del águila juarista, la misma que el presidente eligió como el logo de su partido.
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Momentos después de iniciado el discursos de Durazo, alrededor de la parte en la que prometió respeto irrestricto a los Derechos Humanos, la fatiga pudo más que un elemento de la tercera fila, con uniforme policiaco. Los servicios médicos militares lo retiran, una vez se recupere, será arrestado según mandata los códigos de disciplina. Apenas están por dar las 10 de la mañana, queda otra larga hora bajo el sol de la Ciudad de México.
Frente a los gobernadores de todos los estados, esta vez no se ausentó uno solo, el ciudadano secretario Durazo encomendó a las tropas a cumplir con su labor de seguridad y paz porque “al ciudadano no le importa incluso el carácter federal o local que nuestro orden jurídico otorga a los delitos”. El general y el almirante confirman: la Guardia Nacional tocará todos los puntos. Las Secretarías de Seguridad y los Ministerios Públicos, las policías estatales y municipales, los tribunales de justicia de las entidades. Esto tan solo en su primer despliegue.
Durante la intervención de Durazo y la de Sandoval y Ojeda, hecha ‘a la limón’ en muestra de unidad, cayó otro elemento, una mujer. Luego otro, también mujer. Y otro más, hombre esta vez. Todos en la primera fila. Todos con uniforme policiaco. Mientras que los elementos más militarizados siguen inmóviles. Como si el cansancio no mordiera, las armas no pesaran y el sol no quemara. Por momentos parece que su comandante, el general Rodríguez Bucio, no recurrió a la hipérbole al comprometerlos a ser “la más grande institución de seguridad pública creada en la historia de México”.
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Finalmente, el presidente tomó el micrófono, en un escenario prácticamente idéntico al del 2 de diciembre cuando asumió la comandancia suprema de las Fuerzas Armadas. Incluso, sus mermados opositores también orquestan una marcha en su contra a unos kilómetros del Campo Marte. Todo un deja vú de cuando López Obrador cuadró al pueblo uniformado. Como aquella vez, se centró en pedir el apoyo de las tropas, ofreciendo a cambio la gloria patriótica y remuneraciones económicas. Cae otro más, idéntico a sus predecesores.
Como Durazo, critica los abusos, excesos y omisiones de sexenios pasados que, apegados a la más estricta ortodoxia neoliberal, llevaron al país a una crisis de violencia sin precedentes. Misma que lo obligó, apenas al inicio de esta semana, a darles la cara nuevamente a los familiares de las miles de víctimas de desaparición, sin saber realmente de un número que les identifique. Presidente y secretario coinciden y encomiendan sus esperanzas de paz en el Ejército.
López Obrador termina su discurso como siempre, proclamando tres ‘¡Viva México!’ a todo pulmón. A diferencia del 2 de diciembre, las tropas no rugen al unísono en respuesta, solo quienes le acompañan en el palco de honor y los invitados que ocupan las gradas le siguen. La banda de guerra entona el Himno Nacional y, ahora sí, es una sola voz la que inunda el Campo Marte con el llamado a guerra compuesto en época de Santa Ana.
El presidente se retira y, luego de unos minutos de silencio, un toque de diana, otro más que rige los músculos de las tropas en lo que va del día. Por menos de un segundo entran en posición de descanso y, libres luego de 4 horas, rompen filas. Las 10 mil tropas, menos cinco, se estiran, se arrodillan, flexionan, se hincan, se sientan. Recuperan el control de sus cuerpos tras el liberador toque de diana. El pueblo uniformado, pero pueblo al fin. Y al presidente lo cuida el pueblo.
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