Cultura
`Museo´ – Las razones de saltar al vacío
Durante una escena clave en Museo (Alonso Ruizpalacios, 2018), la voz en off de Benjamín (Leonardo Ortizgris) nos dice: “¿Por qué arruinar una buena historia contando la verdad?», frase que bien puede expresar la intención deliberada del director por usar el llamado «Robo del siglo» al Museo Nacional de Antropología e Historia, como un marco para indagar en los motivos que llevan a alguien a cruzar una puerta sin retorno o dar un salto al vacío.
Juan (Gael García Bernal) y su amigo Benjamín (de apodo «Wilson») son un par de jóvenes «satelucos», amigos inseparables de años, que un buen día, de buenas a primeras, deciden llevarse más de 100 piezas arqueológicas del Museo de Antropología. Es la «recreación» (con bastantes libertades) del famoso «Robo del siglo» acaecido en la noche de navidad del año 1985.
A partir del robo, los dos jóvenes se embarcan en un viaje para intentar vender las piezas, en el que se se verán confrontados a una verdad tan simple como contundente: no puedes tomar un camino si no sabes a dónde vas. Así, poco a poco se van percatando de que cometer el robo fue fácil, comparado con tener que encontrar el norte en el mundo que habitan.
El argumento de Museo, segundo largometraje de Ruizpalacios luego de la muy notable Güeros (2014), descansa más en el estudio de los personajes que en la recreación del disparatado episodio del robo, usándolo exclusivamente como un marco donde lo importante es explorar por qué Juan opta por robar cientos de piezas mesoamericanas y por qué Benjamín lo secunda. Así, el centro de la película gira alrededor de las razones que la insatisfacción propicia; de las decisiones derivadas de las ganas de que «algo pase», a pesar de que en ello la vida se escurra en el devenir de un futuro incierto o definitivamente catastrófico.
De esta forma, el personaje de Juan, interpretado con diversos matices de picardía y fragilidad por Gael García Bernal, se convierte en el foco de la narración, basando su arco dramático en el hallazgo de que cuenta con más iniciativa que inteligencia, y en el hecho de buscar en sí mismo el origen de la voluntad que lo motiva a pedirle a su amigo que le dispare encima de la cabeza, o a robar un museo.
Por su parte, Leonardo Ortizgris cumple con creces en su personaje de Benjamín, apocado y con una personalidad sumisa, que se dedica a cuidar a su padre hasta que tienen que fugarse una vez cometido el robo. La vulnerabilidad que proyecta Benjamín, al ser llevado por la fuerte corriente de la iniciativa de Juan, está manejada con presteza por Ortizgris, que no desmerece nunca en su tiempo en pantalla.
A lo largo de la película, existe una reiterada reflexión respecto al pasado, pues al tiempo que representa el móvil del atraco y el elemento que sirve de detonador de toda la trama, se presenta como una nostalgia cuyos significantes han sido vaciados por la modernidad y el comercio; en este sentido, es reveladora la anécdota que cuenta el comerciante inglés de arte, a quien van a intentar venderle las piezas en Acapulco, acerca de lo complejo que resulta apropiarse del pasado como identidad colectiva, cuando intereses creados por un mundo globalizado e interconectado, basado en valores económicos y de propiedad privada, obstruyen o arrebatan su significado cultural, para considerarlo solo en su dimensión de mercancía.
Con esto, Ruizpalacios presenta el golpe como una fascinación, casi involuntaria, por el pasado. Juan se siente «un chingón» luego de haber saqueado las vitrinas y el patrimonio cultural, pero se ofende si escucha «prehispánico» o ante la posibilidad de que las piezas terminen en manos extranjeras. Solo cuando se percata de que el invaluable botín, de tan grandioso resulta paradójicamente invendible, es cuando su euforia se desinfla. Lo único que queda es el acto de haberlo robado. Nada menos, pero nada más.
Por otro lado, la manufactura del filme reafirma la buena mano del director mexicano en cuanto al manejo de actores y lenguaje cinematográfico, presentando planos y secuencias bastante creativas, que brindan a Museo varios guiños del cine de género. La secuencia del robo, por ejemplo, es presentada con minuciosidad artesanal, cercano a lo hecho por películas de criminales; más adelante se convierte en una road movie, con los dos protagonistas viajando a Chiapas y a Guerrero, y finaliza con toques de melodrama familiar; todo, aderezado con algo de comedia.
Museo se destaca como una propuesta sumamente entretenida, con interesantes reflexiones sobre el pasado y el presente, redondeando en su núcleo tanto una cautivadora réplica del curioso robo al Museo de Antropología, como una exploración compleja (aunque irresuelta, no por defecto sino por naturaleza) sobre las razones de saltar al vacío de aquellos sin rumbo, hijos desamparados de la clase media (más media que clase) y la modernidad.
El «Robo del Siglo»: el atraco al Museo de Antropología que inspiró una película
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