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Cultura

38 Foro Internacional de la Cineteca: ‘Caniba’. (2017, Véréna Paravel y Lucien Castaing-Taylor)

Foto: Especial

La intimidad a flor de piel

Desde el inicio de Caniba (2017), lo que permite ver la cámara es la mitad del rostro de un hombre en desenfoque y en un primer plano extremo. Detrás de él hay otro tipo, que igualmente solo divaga con la mirada; hacia el foco o fuera del encuadre. Es todo lo que se nos permite ver durante casi la totalidad del filme, pues poco realmente importa el mundo externo; aquí, la mirada es hacia adentro.

El rostro en primer plano es de Issei Sagawa. Un hombre japonés que hace más de 30 años mató y devoró a una joven holandesa llamada Renée Hartevelt. La chica era su compañera de estudios en la Sorbona de París, donde cursaban la carrera de Literatura Comparada. Después de una invitación a cenar, Sagawa le disparó con un rifle y procedió a comerse partes de su cuerpo. Poco después tiró una maleta con los restos que no devoró, pero fue encontrada y el hombre fue juzgado, declarado como enfermo mental y recluido en una institución psiquiátrica.

No había pasado mucho tiempo cuando se le diagnosticó una enfermedad al parecer terminal, lo que lo llevó a ser repatriado gracias a las influencias de su padre, un empresario acaudalado. Una vez en Japón, fue recluido en otro psiquiátrico, pero fue liberado a los 34 meses. Evidentemente, el diagnóstico médico fue erróneo. Desde entonces vivió en libertad, e incluso llegó a convertirse en una especie de celebridad curiosa en el país nipón; escribió libros, fue invitado a programas de televisión, y hasta actuó en películas pornográficas.

De esta historia poco se cuenta en Caniba. De hecho, si algo se sabe del crimen de Sagawa, es a través de medios indirectos o por sus propias palabras, que resultan pocas. No es éste un documental centrado en el peso de su pasado o un documento moralizante/moralizado; es más bien un estudio sobre la intimidad.

En esta película, la forma es fondo. Los encuadres, repletos de desenfoques, vaivenes y filmados en close up extremo, le otorgan una dimensión contemplativa que acentúa la mirada íntima que busca transmitir. Resulta incómoda en varios pasajes porque no hay en donde perder la mirada. Los divagues de la cámara se concentran en el mismo punto, forzando de alguna manera al ojo espectador a mirar la piel, las manchas, las arrugas de los labios, la mirada perdida o de condición ambigua. No hay escape.

Es en esto donde se sostiene su particular discurso ‘amoral’, pues no busca condenar ni justificar el crimen de Sagawa, ya que se niega a retratarlo como una curiosidad antropológica (a pesar de que ambos directores presumen tal formación académica). Por esto es que el crimen canibal no ocupa ningún espacio de manera explícita; se le referencia como un punto de inflexión en la vida de este hombre, como un punto de partida para indagar en su psicología y presentar momentos alejados de los detalles escabrosos, pero que al mismo tiempo permiten entender la brutalidad de sus actos y de su gusto «fetichista», como él mismo lo llama.

Uno de esos momentos es protagonizado por un manga que escribió, donde se deja ver, a través de sus dibujos cómo es que perpetró el acto contra su compañera Renée. Su hermano es quien hojea el pequeño libro y continuamente se le escucha exclamar cuán repugnantes son las imágenes. Sin embargo, hay algo en él que le impide dejar de verlo. Quizás es el evidente trastorno que bosquejan las violentas viñetas. Quizás una curiosidad contenida pero irrefrenable por seguir viendo. Tal como Caniba se presenta a quienes la están viendo.

Sin embargo, de pronto se presenta un viraje inesperado, pues el filme decide darle voz también a su hermano, Jun. Y entonces parece que la mirada se reparte, ya que él también tiene fetiches muy particulares; es el hermano del canibal, curiosamente, quien protagoniza una de las secuencias más incómodas y difíciles de ver en toda la película debido a su contenido sadomasoquista. Los primeros planos, tan alienantes como resultan aún viendo solamente un rostro, en este momento se tornan doblemente opresivos. Sin embargo, si bien el acto no se presenta exento de un cierto ánimo polemista, quien tiene el estómago para verla, notará que está ahí por que eso sucede en la intimidad de Jun; y si existe el ánimo de presentar la intimidad al desnudo de este par de hermanos, no se puede obviar este momento que forma parte de su vida. Aunque resulte doloroso en más de un sentido, y a ambos lados de la pantalla.

Los directores Véréna Paravel y Lucien Castaing-Taylor, han logrado con Caniba, un estudio fraternal y de mirada liberal sobre la intimidad y la psicología de dos hermanos que están aislados del mundo. Ellos mismos reconocen que tienen problemas, pero parecen no tener reparos en aceptarlo y vivir con ello. Sus vidas están definidas a tal punto por una condición interiorizada, que aún estando tan cerca, parecen lejanos; un par de personas aisladas, por defecto, del mundo y sus dinámicas. Atrapados por decisión (o no), en los vaivenes de una psique compleja y enrevesada que los mantiene ajenos a lo que sucede a su alrededor, pero sin reparo en mostrar, una vez que abren la puerta, su intimidad a flor de piel.

*Nota: la película contiene escenas que pueden resultar turbadoras para personas sensibles. Tómese en consideración.

38 Foro Internacional de Cine de la Cineteca: ‘Cuervos’. (Koparnen, 2017, Jens Assur)

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