Cultura
Yayoi Kusama, víctima de sexismo, racismo y plagio, según filme
Cuando en septiembre de 2014 se inauguró en el Tamayo Obsesión Infinita de Yayoi Kusama nadie imaginó que se convertiría en la más popular en la historia del museo, al grado que las interminables filas para entrar parecían extensión de la obra de la artista de 90 años, la mujer más cotizada en el arte contemporáneo y la menos valorada en sus años de mayor innovación.
Un lustro después, la rebelde del pop art, plagiada por Andy Warhol y Claes Oldenburg, vuelve en el documental Kusama: Infinity (Kusama: Infinito, 2018), guion y dirección de la estadounidense Heather Lenz, biopic que presenta a la creadora de las esculturas blandas, los espejos y lunares como paisajes eternos, en su marginalidad de mujer, artista y extranjera.
“El sistema estaba configurado para apoyar a los artistas masculinos blancos que continuaban con la tradición del modernismo (…). Kusama, una figura marginal en todos los sentidos, era mujer, era japonesa, y estaba completamente fuera de la esfera cultural occidental, no recibió el mismo tipo de apoyo que los artistas masculinos”, dice una de las entrevistadas en el filme.
Durante décadas, su genialidad fue ignorada por galerías y museos de Nueva York y Japón.
“Desde el punto de vista de alguien que crea, todo es un riesgo, un brinco hacia lo desconocido”, advierte Kusama en un auto epígrafe al arranque de la cinta de Lenz, quien tardó 17 años en toda la investigación, realización y producción del filme sobre la japonesa que propuso sexo infinito al presidente Richard Nixon si ponía fin a la guerra de Vietnam y celebró las primeras bodas gay y una orgía ante el Museo de Arte Moderno, en Nueva York.
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El documental presenta la evolución de Kusama sin pretensiones avant garde de cine de autor, más bien con una narración lineal desde el nacimiento de la protagonista en 1929, en el seno de una familia de comerciantes de semillas en la ciudad rural de Matsumoto, Japón, que en la adolescencia de su hija buscaban hallarle marido; hasta la actualidad, como la anciana de 90 años y peluca fucsia valorada en todos los grandes museos de arte contemporáneo del mundo, que sigue creando desde el hospital psiquiátrico nipón Seiwa, donde vive desde 1973.
La madre de Kusama, en lugar de promover las aptitudes artísticas de la niña, que empezó a dibujar desde los 10 años aunque mucho antes ya pintaba lo que décadas más tarde se convertiría en su icono (puntitos), la enviaba a espiar las infidelidades de su padre.
Midori Yoshimoto, profesor de Historia del Arte en la Universidad de New Jersey, apunta en el documental que atestiguar las infidelidades de su padre con otras mujeres por órdenes de su madre debió de ser una experiencia traumática para Yayoi Kusama, que detesta el sexo.
Alexandra Munroe, curadora de arte asiático del Museo Guggenheim, refiere que la madre se escondía detrás de Yayoi para quitarle el dibujo de sus manos. “Creo que era una sensación de histeria y pánico que refleja el proceso personal de Kusama de hacer arte, en el que ella trabaja muy rápido y muy frenéticamente para terminar una obra antes de que se la arranque”.
Los lienzos, dice Kusama sobre su obsesión creativa, no pueden llevarle el ritmo a sus ideas.
La rebeldía y carácter agresivo de Yayoi se manifestó desde sus primeros años; y contra las preocupaciones de su madre porque asistiera a una escuela de buenos modales y por impedirle desarrollar su talento precoz, Kusama empezó en cambio a tomar clases de arte.
En el contexto de la granja familiar, la niña Yayoi tuvo una epifanía más bien traumática, de pronto en el campo abierto se encontró rodeada de flores. “Cuando miraba a mi alrededor veía flores por todas partes, tenía la sensación de estar anulada por las flores”, dice Kusama en la cinta distribuida por Nueva Era Films, en una declaración que recuerda el sentido de su instalación para niños en Australia The Obliteration Room, de 2012, o el filme experimental Self Obliteration, escrito por la artista y filmado en 1967 por Jud Yalkut en Nueva York.
“Gran parte del arte de Kusama busca recrear esa experiencia de alguna forma. Es, literalmente, la experiencia de perderse en su entorno físico, de perder su individualidad en este espacio que se mueve y se expande rápidamente”, dice Judith E. Vida, psicoanalista y coleccionista de la obra de la japonesa, entrevistada en el documental de Heather Lenz.
“Convierto la energía de la vida en puntos del universo y esa energía, junto con el amor, vuela hacia el cielo”, expresa por su parte la artista en Kusama: Infinity.
Esa energía atrajo a más de 300 mil personas al Tamayo del 26 de septiembre de 2014 al 18 de enero de 2015, promedio tres mil visitantes por día. Según las crónicas, hasta las señoras de los tamales se formaban horas para ser parte de la instalación o performance involuntario.
La retrospectiva del Tamayo incluyó Infinity Nets, Self Obliteration; videos con sus happenings como Flower Orgy, que provocó su desalojo del MOMA en Nueva York, o instalaciones como I’m here but nothing o Infinity Mirror Room. El documental de Lenz justamente narra cómo Kusama fue evolucionando estas obras desde su partida de Japón hacia Manhattan, por la influencia que en ella ejerció la estadounidense Georgia O’Keeffe.
La pintora de Black Iris fue una gran promotora de Kusama, aunque sólo se encontró una sola vez con ella, según el documental.
Akira Ilnuma, amigo desde la juventud de la artista japonesa, recuerda la primera exposición de Kusama en el segundo piso del cine de Matsumoto, un fracaso al que nadie asistió porque nadie comprendía el arte de la joven, que decidió irse a Nueva York y odió su ciudad natal.
Helaine Posner, curadora del Museo de Arte de Neuberger, cuenta que O’Keeffe aconsejó a Yayoi Kusama mudarse a Estados Unidos, “traer su trabajo y no tener miedo a mostrarlo”.
Pero el mundo cultural estadounidense, abrumado por el pop art y el liderazgo de gente como Andy Warhol no fue muy diferente que el conservador Japón.
Kusama fue de las primeras artistas japonesas que en la posguerra se instaló en Estados Unidos y pasó en Nueva York su periodo más creativo desde su llegada en 1958 a su regreso a Japón o huida en 1973, después de intentos de suicidio tras descubrir los plagios que de sus obras hicieron Warhol, Oldenburg y Samara.
Cuenta Kusama que a su llegada a Nueva York se subió al último piso del Empire State y se prometió conquistar esa ciudad con su arte. Sin embargo, en esa época el machismo cultural no sólo le impedía que pudiera exponer en las galerías, ni siquiera la dejó entrar a ellas.
Agresiva, la artista hizo todo para exponer y tener un sitio en el ambiente cultural neoyorquino, desde buscarse un sugar daddy o mecenas, que como ella odiara el sexo, por supuesto, hasta reclamar a los galeristas por su discriminación en exposiciones sobre artistas japoneses. El filme es un recuento de los esfuerzos extra curriculares de Yayoi por ser artista.
Kusama cuenta en el documental cómo la madre de su amante putativo y sugar daddy, el artista Joseph Cornell, los encontró besándose en el jardín, y le arrojó a ella una cubeta de agua helada. Cornell, en lugar de disculparse con ella, lo hizo con su mamá, con la que vivía.
“Luché muy duro en Nueva York. Pinté mucho, hice pinturas de redes infinitas”, relata.
“Mi trabajo se basa en el desarrollo de mis problemas psicológicos a través del arte. Obsesión. La acumulación es el resultado de mi obsesión. Y esa filosofía es el tema central de mi arte. Acumulación: significa que las estrellas del universo no existen por sí mismas, que la Tierra no existe por sí misma. Es como cuando vi las flores, vi flores por todas partes, y cuando las perseguí, sentí pánico, estaba tan abrumada que quería comérmelas todas”, dice.
Narra en el documental cómo Claes Oldenburg le robó su creación de esculturas blandas, cómo Andy Warhol le plagió su repetición de imágenes de la instalación One Thousand Boats Show en la Gertrude Stein Gallery, de 1963 y cómo Lucas Samara también se apropió en 1966 de las concepciones infinitas con espejos, todo ello la deprimió y la empujó a intentar suicidarse arrojándose por la ventana, para su suerte, una bicicleta impidió su muerte.
“Kusama estaba creando obras de igual importancia y, sin embargo, no recibía el mismo respaldo. El sexismo jugó un papel muy importante en esto, y tal vez también el racismo”, dice la narradora del documental. A ello se sumaron la incomprensión en la Bienal de Venecia y del conservadurismo de Japón a su regreso, que derivaron en su ingreso a Seigwa.
La directora, Heather Lenz, cuenta que empezó a interesarse en Kusama en 1990, cuando se iba a graduar en Artes, sin embargo, en esa época sólo había un catálogo de la artista.
Dijo en una entrevista con el periodista estadounidense Daniel Schindel que desde el principio se dio cuenta que las contribuciones de Kusama al arte no habían sido entendidas o reconocidas.
Comenzó el guion para el documental en 2001, pero enfrentó problemas sexistas similares a los de Kusama, como directora. Entonces decidió hacer un documental y buscar a Kusama.
La película se estrenó en México el pasado viernes 26 de julio en cines comerciales.
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