Connect with us

Cultura

Van Gogh en la puerta de la eternidad – Tersura de pincel en la mirada

Van Gogh Puerta eternidad
Poster oficial

Vincent Van Gogh es una de esas personalidades artísticas que han fascinado y conmovido de forma importante a varias (y variadas) sensibilidades. A finales de 2017, la espléndida cinta animada Cartas de Van Gogh (Dorota Kobiela, Hugh Welchman, 2017), reconstruía el misterio alrededor de la muerte del pintor a través de los testimonios de aquellos que lo habían conocido en sus últimos meses de vida. En otro ejercicio, más longevo, el legendario director Akira Kurosawa lo retrató en un pasaje con tintes oníricos y preciosistas en su cinta Sueños (1990), donde el autor fue interpretado por Martin Scorsese.

Estos ecos resuenan hoy nuevamente con el director Julian Schnabel, quien entrega su propia visión del pintor holandés en Van Gogh a la puerta de la eternidad, en la que un diáfano, sensible Willem Dafoe encarna el extranjerismo, la sensibilidad, la fragilidad, y ansia de belleza, que se conjuntaron en la trágica vida del artista.

Willen Dafoe como Vincent van Gogh

Centrada en la estancia del pintor en Arles, Francia, a solo unos meses de su muerte, el ejercicio que presenta Schnabel se interesa más por lo que no se puede ver a simple vista, sino lo que se puede sentir; la imagen, recurso hacia fuera, busca captar el mundo interior de Van Gogh, sus continuas crisis, sus motivos para pintar, su desesperada y silenciosa búsqueda de ser eterno.

Para esto, el filme abunda en encuadres de una calidad indiscutible. La puesta en escena de Van Gogh a la puerta de la eternidad, logra inmiscuir a quien mira en el mundo interno del autor, manifestando con la alquimia de las imágenes lo que no está ahí, pero se percibe. El uso de la luz es constante y cuidadoso, esto, por ser fundamental tanto para las intenciones del director como para explicar lo que pensaba Van Gogh sobre el arte de pintar.

Te puede interesar: Roma – Sinécdoque, México

Igualmente, el manejo de la cámara está hecho con soltura, optando por un estilo desenfadado y ligero, que se mueve como siguiendo el compás de una armonía musical, más que respondiendo a un cálculo premeditado. Esto realza la delicadeza de la película, impregnando todo de la manera en la que el holandés percibía la vida: entre el espanto y la ternura.

Ahí se plasman, en una colección de fragmentos más que en una trama bien hilvanada, momentos de angustia y de tranquilidad, accesos de tristeza y momentos de fragilidad; el acaloramiento y la serenidad. Un momento en especial de demostración de amor fraterno, donde Van Gogh yace recostado en los brazos de su hermano Theo (Rupert Friend) en la cama de un psiquiátrico, ilustra perfectamente la docilidad de su existencia solitaria. Su continua búsqueda de luz, de afecto y comprensión, contrasta con la exaltación que lo lleva a cortarse una oreja ante la partida de su amigo Paul Gauguin (un correcto Oscar Isaac).

En este sentido, el trabajo de Willem Dafoe es profundo; sin él, la película perdería la mitad de su brillo. El mismo Schnabel ha declarado que no pensó en nadie más para interpretar a Van Gogh, y esa decisión se nota en cada momento; el actor entiende las simas del pintor, la fragilidad de sus sentimientos y su cabeza. Sin grandilocuencia, Dafoe es capaz de expresar todo lo que pasa por la mente del personaje con apenas una mirada, un gesto, una mueca. Su nominación al Oscar como mejor actor está más que merecida: es un trabajo de artesano.

Van Gogh en la puerta de la eternidad, es una obra que busca hacer sentir la tersura del pincel, en la mirada. Mesurada pero con la dosis justa de espontaneidad, para intentar transmitir el mundo que Van Gogh veía; no en vano los planos subjetivos están coloreados en amarillo. La luz era su continuo filtro, dice Schnabel. Pero una cosa queda clara, sobretodo a aquellas almas que a causa de las grietas son sensibles, como el pintor: tanta luz, así como ilumina, ciega.

Publicidad


Síguenos en Facebook

Publicidad

Síguenos en Twitter

Recomendaciones