Metrópoli
Sólo con las manos se retiraban escombros
Carla Álvarez salió del edificio donde trabaja mientras el sismo golpeaba a la Ciudad de México. Se encontraba a dos cuadras de uno de los inmuebles caídos en la colonia Condesa, en Amsterdam 107.
La joven recuerda que tras el impacto inicial tomó su bicicleta para recorrer la manzana y observar los daños causados por el movimiento telúrico. A su paso, rostros confusos por el polvo que había en el ambiente. Caras de preocupación e incertidumbre.
Después de darse cuenta que en la zona había más inmuebles dañados, se unió a un grupo de ciudadanos para comenzar a remover los escombros del número 107 en Amsterdam. Sin embargo, al poco tiempo ya había mucha participación concentrada en el lugar. Escuchó que a unos kilómetros, en la calle Torreón y Viaducto, no había la ayuda necesaria para auxiliar a personas atrapadas.
Ya habían pasado más de 30 minutos del sismo cuando Carla arribó, el panorama la puso más nerviosa de lo que se encontraba porque la única ayuda venía de vecinos que comenzaban a pasar ropa de niños, mujeres y juguetes hacía el terreno baldío que estaba atrás del edificio de cinco pisos que se colapsó.
Sus manos fueron, como las de ella y los demás, el único medio para pasar las piedras, tubos, vidrios, maderas y cualquier objeto que salía de los escombros. Pero eso no importó, lo primordial eran las vidas de los atrapados.
“Llevo más de 8 horas aquí y no me pienso mover”, expresó Carla la tarde del martes con una mirada triste, pero con una fuerza corporal que demostraba al pasar cubetas rellenas de escombros a otras personas. Lo que más le daba fuerza era saber que se rescataban cuerpos con vida del edificio.
“Llegué en bici, luego, luego me formé y pasábamos las piedras con las manos, algunas pesaban y otras no. La gente comenzó a llegar y traían cubetas, ollas, macetas para poderlas llenar de escombros y así apurarnos. Los hombres se subían al edificio a picarlo para remover más material”
, describió Carla con su rostro lleno de polvo y su cabello pintado de gris por éste.
A pesar de vivir a 15 minutos de la colonia Narvarte Poniente, Carla no se comunicó con su familia pasadas unas ocho horas del sismo. “Yo me decía: ‘Ahorita les escribo, sólo que llegue más gente y así pueda salir a escribirles un mensaje´, pero con la euforia y que la gente se iba integrando se me olvidó”, mencionó.
Su rostro se emocionaba cada que se indicaba a los voluntarios elevar los brazos con los puños cerrados ya que esa era la señal para guardar “silencio” y que los rescatistas pudieran escuchar la voz de algún sobreviviente.
Carla nunca se rindió y logró ver cómo la ayuda de todos los presentes dio fruto para sacar ocho cuerpos del inmueble: cinco con vida y tres sin la misma suerte.
Llegada la noche, y con el arribo de militares logró colocarse al frente del edificio y ayudar a todas las tareas requeridas en éste. Vinieron momentos de preocupación ya que durante seis horas no se lograba rescatar al cuerpo número siete. Su rostro se veía cansado y por ratos descansaba sentada en alguna cubeta.
A las 3:46 horas de la mañana, Carla salió a tomar un café, comió una torta que voluntarios igual que ellas compartían. Se sentó en la banqueta. Escuchó los gritos y aplausos ocasionados por el rescate de una persona con vida mientras comía. Un poco más tarde se recostó en una cobija, proporcionada por los vecinos, con la convicción de volver a apoyar a los rescates cuando amaneciera.
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