Metrópoli
«Esto está muerto»: cierre de panteones por la pandemia afecta a los vendedores de flores
Trastocadas quedaron las tradiciones de Día de Muertos a causa de la Covid-19. En Ciudad de México (CDMX) no habrá desfiles de catrinas, las ofrendas son nulas en los lugares públicos y los panteones permanecerán cerrados por órdenes del gobierno local a fin de evitar aglomeraciones que puedan incrementar el riesgo de contagios en la pandemia.
Pese a ser una muestra de respeto y recuerdo, algunas familias han tomado sus prevenciones renunciando a visitar los panteones en la capital mexicana para evitar exponerse. Algunas otras han tenido la oportunidad de acudir al menos este pasado fin de semana previo al cierre de las últimas moradas de sus seres queridos.
Un recorrido el pasado sábado permitió observar que el panteón de Xoco, de la alcaldía Benito Juárez, tuvo sus puertas abiertas para recibir a algunas personas. En la entrada, no había guardas ni algún tipo de medida sanitaria. Solos o en parejas, los visitantes dedicaron algunos minutos a limpiar tumbas y adornarlas con flores que llevaban desde su casa o compraban a las afueras en un puesto.
Sin embargo, no todos tienen la misma suerte y el golpe del cierre de panteones es personal y económico. Al norte de la ciudad, cerca de sus límites con la ciudad de Naucalpan, Estado de México, y afuera del Metro Panteones se encuentran una serie de puestos de comida, mármol y flores que rodean al Panteón Americano.
La mayoría se encuentran cerrados, pero en uno de los pocos abiertos funcionan está el de Don Mario, un vendedor de 61 años, quien diariamente acude a ofrecer flores para arreglos a todos los asistentes al cementerio. Él no es vecino de la zona, sino que proviene de Xochimilco, y cuenta que ha estado ahí casi toda su vida.
De sus primeros años en el lugar evoca sus vivencias dentro del panteón y cómo desde niño sus padres le enseñaron las tradiciones de visitar a sus difuntos, hacerles honores, ponerles sus flores y veladoras. Además, recuerda que el lugar era llamado “la Glorieta de los Muertos”, no solo por los camposantos sino porque cada semana había un accidente fatal y sus respectivas apariciones fantasmales.
“La última de ellas fue hace casi 10 años, era una niña. Se sentaba en la parada del autobús o estaba paradita, muchos patrulleros que circulan en las madrugadas la vieron y aunque la buscaron nunca la pudieron encontrar”, cuenta Mario.
En lo personal, afirma haberse quedado en el puesto durante las noches escuchando cosas raras adentro del panteón, incluido “el lamento del muerto”. Considera que el miedo es algo que se le inculcó desde niño. Pese a ello, su mayor miedo es al vivo y a la situación de sus ventas debido a la pandemia.
“Dese cuenta que todo tenemos vacío y era cuando debería estar llena la florería por la temporada y tenemos todo vacío”, exclama mostrando todas sus cubetas apiladas y pocas flores ordenadas en el frente del local.
Dice no entender la decisión de mantener el panteón cerrado. Para él, la gente de pantalón largo o que despacha detrás de un escritorio no está considerando que los muertos ya no hablan ni respiran. Acepta que puede haber ser lugar propicio para sufrir de infecciones en algunas ocasiones, pero por lo que sabe del Covid-19 es que es menos riesgoso estar en lugares abiertos.
Como ejemplo pone los trabajadores a quienes incluso ha visto sin cubrebocas sin que sepa que se contagiaron.
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Por el contrario, critica que a las autoridades se preocupen más por este tipo de espacios que por la apertura de lugares cerrados como bares o recintos que albergan casi todo tipo de espectáculos. “Dentro del panteón en un sábado normal hay unas 200 personas repartidas en 8 horas, cuántas personas creen que puedan coincidir”, argumenta el comerciante.
Pese a que coincide que el 2 de noviembre el camposanto suele recibir a más visitantes de lo normal, considera que el peligro no es el planteado por las autoridades dado que son visitas en automóviles. “Sí hay gente, pero no es como en pueblos de Xochimilco, Tláhuac, que son ríos de personas, aquí no. Se llena, pero no es ni la cuarta parte de un pueblo por llamarlo así” detalla Mario mientras externa su molestia y dice no entender la situación.
“Más pandemia hay afuera de la calle, en el Metro que viene lleno que en los panteones”, declara en medio del ruido producido por unos mariachis que acompañan a una familia postrada junto a sus camionetas frente las puertas del cementerio.
Mario comparte su historia. Las personas presentes le contaron que como no pueden acudir el 2 de noviembre, a visitar a sus familiares y conocidos que descansan en el lugar, acuden días antes para pasar un rato con ellos. Por desgracia, la pandemia afectó sus planes en esta ocasión. Las visitas no son recibidas.
El pasado 17 de octubre, La Hoguera fue testigo de cómo el guardia de la puerta se limitó a informar a la gente que tampoco habría posibilidad de ingresar en Día de Muertos. Poco más de una semana después, la entrada tiene dos anuncios nuevos.
El primero de ellos una lona colgada en su muro izquierdo donde se anuncia que ante la imposibilidad de entrar transmitirán una misa en honor de sus seres queridos en redes sociales. Más discreto, aunque en medio de la puerta principal, una hoja en blanco precisa que el cierre se mantendrá hasta nuevo aviso y el único ingreso permitido será para trámites administrativos y pagos a servicios.
«No le puedo mentir. Vea la mercancía que tenemos y vea que ni un cliente se acerca, por lo mismo porque llegan, ven que está cerrado […] por ejemplo, estos señores que vinieran y me compraran uno o dos ramitos estaría padrísimo verdad, pero no, porque no pueden pasar», sostiene Mario retomando la descripción de su realidad económica.
Mario reitera que el comercio está “en la calle”, por lo que acude al lugar más con la intención de vender algún ramo de flores para quienes van al velatorio o crematorio, así como la cempaxúchitl para un altar en las casas.
El bolsillo también pesa en lo inmediato sobre lo personal asegurando que se siente devastado. Tener que alimentar a su familia lo lleva a arriesgarse incluso al contagio porque, luego de estar en su casa 4 o 5 meses, los “ahorritos” se han terminado. Su otra esperanza es que le ofrezcan algún trabajo por la calle para arreglar algún lugar.
“No hay de otra porque esto está muerto, no hay nada”, afirma en su solitario puesto.
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