Cultura
“Hay que quitarle la deidad, el halo de intocables a nuestros autores”: Brenda Ríos
El libro Raras. Ensayos sobre el amor, lo femenino, la voluntad creadora (Turner, 2019), de Brenda Ríos, puede leerse en principio como una revelación, una guía de campo sobre un grupo de autoras, la mayoría ya de renombre entre la academia, pero desconocidas para el público general o que han sido ignoradas en aquellas antologías literarias “preparadas por hombres para hombres sobre hombres”.
Ríos (Acapulco, 1975) retoma el placer lúdico del ensayo y escribe una carta a Clarice Lispector, la autora que la intrigó en su época estudiantil al grado de escribir una tesis sobre ella, aunque ahora no la lee por salud mental y a quien remite justamente para recomendar quitarle la deidad para hacer crítica.
Recupera a autoras mexicanas como Dolores Castro (1932), Gloria Gervitz (1943) y las desaparecidas Elena Garro e Inés Arredondo, de quien intentó escribir otra tesis, o igual descubre, gracias al azar y la curiosidad de la ensayista en las redes sociales, o más jóvenes como Verónica Bujeiro Xel-Ha López.
Por las páginas de Raras uno se reencuentra con Emily Dickinson, Anne Sexton, Anaïs Nin, María Zambrano, Clarice Lispector, Carson McCullers, Lucia Berlin. O tiene su primer acercamiento con autoras y artistas como Fátima Vélez, Assionara Souza, María Moreno, Hannah Gadsby, Sharon Olds.
Con el cuerpo y el placer femenino como leit motivs, los ensayos de Ríos no se restringen a la literatura. También abordan a artistas como las cantantes Amy Winehouse y Becky G, o Georgia O’Keeffe, cuyas flores inspiraron tanto a Yayoi Kusama para dejar Japón y mudarse a Nueva York.
–Su libro me parece una revelación de escritoras ¿Cómo encuentra a sus autoras?
–Algunas ya las conocía. Hice una tesis sobre Clarice Lispector hace muchísimos años, que se publicó como libro en 2015; luego hice otra tesis, que se quedó a medias, sobre Inés Arredondo. Por ahí va la historia de dos autoras. Y las otras las fui leyendo durante muchísimo tiempo. A muchas me las topé por casualidad; daba un taller de poesía y estábamos leyendo sobre todo poetas, y ahí están incluidas algunas de las que vimos: Sharon Olds, Anne Sexton, Anne Carson… O Fátima Vélez y Xel Há López, que son de las más jóvenes. Quise incluir esta gama de poetas que exploran principalmente el tema del cuerpo, del deseo, la cuestión del placer femenino y también la decadencia, porque Sharon Olds tiene un poema fantástico sobre envejecer, que es un tema poco abordado: la vejez femenina.
–En cierta manera usted es pionera en introducir nuevas autoras extranjeras, en descubrirnos o redescubrirnos autoras. ¿Qué importancia tiene para la crítica la importación de estas autoras contemporáneas de otras latitudes o simplemente mexicanas, pero desconocidas o ya ignoradas?
–Ahora tenemos una gran ventaja con las redes sociales. Llegué a Berta García Faet por las redes. Y cuando vino a México, hace unos dos o tres años, fui a su lectura y me regaló su libro. Pero si no hubiera sido por esos pequeños detalles del azar, quizás no habría escrito sobre ella. A mí me parece importante que al menos ciertas autoras, que son poco conocidas, se plantean ahí como puntos de partida, como plataformas para hacer preguntas. Reflexiones. Qué significa abordar a autoras que son ahora mucho más reconocidas como Anne Carson, pero que son reconocidas más por la academia que por el lector común. A mí me interesaba sacar a muchas autoras que se estudian en las facultades y traerlas al ámbito fuera de la universidad, al ámbito común, cotidiano, de poder hablar de ellas y con ellas en este diálogo en ausencia que es escribir.
–Me llaman la atención sus estilos de ensayos, por ejemplo aquel sobre Lispector, que es una carta. Es algo muy fresco para un lector que se acerca por primera vez a la crítica o en general cualquiera.
–Soy una fanática del género, el ensayo es como una masa muy moldeable y uno puede jugar con él muchísimo. Es como si fuera plastilina, que a veces puede tener consistencia de metal, otras plástica o líquida. Por eso me permito, me arriesgo, me aloco cuando hago estas cosas del ensayo como una carta, como un diálogo, o como entrevista o como poema, como prosa poética. ¿Por qué no? Si lo que funciona en el ensayo es plantear la reflexión, es plantear una idea y decir: “Esta es la idea central y todo lo demás puede ser incluso el juego, la puesta de escena o puede ser el desviarnos de la idea central nada más para ver qué pasa”. La argumentación a veces no es lo más importante. Y eso es lo que nos permite el ensayo. Es jugar con la forma, con vamos a ver hasta dónde llega esta idea loca, y eso es lo que trato no siempre, pero lo intento.
–Usted habla de gente que asiste a clases de literatura. El libro está pensado para ellos o busca también atrapar posibles lectores y lectoras, digo, sí hay una clara inclinación a que sean mujeres quienes primero se acerquen a su libro. ¿Para quién está pensado?
–Yo pensé hacer un libro legible, es decir salir de, bueno, nunca he tenido el lenguaje académico, pero sí hacerlo mucho más accesible para otras personas, incluso para aquellas que no acostumbran leer. Por eso pensamos muy bien con la editora Paola Morán en una portada que fuera atractiva. ¿Qué significa eso? Que el libro es el todo, no sólo son ideas atrabancadas o ideas simples, sino que también es que alguien que quizás no lea se tope el libro y diga: “Ay, voy a ver de qué va a ser”. Y que cuando lo hojee, pueda entenderlo, eso me ha importado muchísimo, que fuera para cualquier tipo de lector.
–En la actualidad se está revalorizando a muchas autoras mexicanas como Elena Garro, Inés Arredondo, Rosario Castellanos, algunas de las cuales usted aborda en su libro. Inés Arredondo se leía mucho cuando yo iba a la universidad y ahora está prácticamente olvidada. ¿Qué pasa? ¿Por qué ocurre esto con las escritoras, y de este nivel?
–Eso depende de la producción editorial. Rosario Castellanos, que me habría encantado tenerla, pero no está en el libro, voy a resarcir mi falla y escribiré sobre ella, es una enorme escritora y yo también la leí muy joven y la leí porque circulaba. De repente hay autoras que tienen este boom editorial. Por ejemplo, el Fondo de Cultura Economíca saca la obra completa de Elena Garro hace poco y no sé cuánto tiempo va a estar vigente, a lo mejor en diez años se les olvida que hay un tiraje, y deja de circular en librerías. El problema son las reediciones, ese es el gran problema con las editoriales. Entonces sí habría que repensar en cómo estamos haciendo circular a nuestras autoras. A Inés Arredondo la publicó primero Siglo XXI Editores y luego los derechos los compró ahora el FCE. Se revalora la obra y se circula, pero durante un tiempo determinado, porque el tiraje es limitado y hacen falta estrategias obviamente de divulgación.
–Críticas y ensayistas jóvenes que entrevisté hace un par de años a propósito de una antología de Cuadrivio se quejaban de la hegemonía de los hombres en la crítica y ensayo, porque coincidían en que éstos no tomaban en cuenta la producción de autoras. ¿Qué opina usted de esto?
–Todavía sigue pasando: ocho de cada diez antologías, los que se antologan son hombres. No vayamos lejos, acabo de ver un cartel donde se anunciaba un homenaje a José Emilio Pacheco en el Colegio Nacional, y todos, todos eran hombres. Así que todavía sigue pasando, por supuesto. La academia está conformada por hombres que hablan de hombres. Por eso hay que procurar picar las costillas en donde sea posible y mover un poquito la mesa, porque es la única manera. Por eso es importante que no sólo las mujeres lean mujeres, sino que también los hombres lean mujeres. Tenemos que acercanos a nuevas formas de sensibilidad lectora, temática y política, porque no se nos olvide que la escritura es política.
–Usted corta también con la restricción de géneros. Por ejemplo, estas escritoras de su generación subrayaban que los críticos no hablaban, por ejemplo, de literatura fantástica o de ciencia ficción nacionales y menos escrita por mujeres.
–México está lleno de muchas injusticias, pero las injusticias editoriales son casi un lujo que tenemos. En efecto, hay muchas cuentístas mexicanas, está Amparo Dávila, que es fantástica, una chica joven que acaba de ganar un premio de ciencia ficción es Gabriela Damián, Y hay muchas autoras que no se les da el reconocimiento que se merecen. Sí creo que hay que promover desde el mercado editorial, desde la escuela, desde la academia, y los que se dedican a hacer divulgación humanística. Entonces, sí, en las humanidades nos falta mucho camino que recorrer y tenemos que imaginar que sí hay que resarcir daños en la cuestión del género.
–En el panorama nacional actual, ¿a quiénes recomendaría leer y por qué?
En este libro tengo a dos contemporáneas mexicanas, que son Verónica Bujeiro y Xel Ha López, que es una poeta muy joven. También recomiendo leer a muy jóvenes, Laura Baeza, Ave Barrera, que son chicas muy emprendedores, que están saliendo en una editorial que está trabajando muchísimo como Paraíso Perdido. Verónica Gerber, que es muy talentosa; Daniela Bojórquez, que es amiga mía también y una cuentista fantástica y ahora se define como artista. ¿Y por qué? Bueno hay muchísimas autoras más, que incluso no conozco, que están enfrentándose a un sistema ya dado. Valdría la pena solo por curiosidad a un estante de libros y preguntar por curiosidad y preguntar qué autoras mexicanas tienen.
–El próximo año es el centenario de Clarice Lispector, ¿cómo ha cambiado su visión de esta autora desde la primera vez que la leyó a ahora que usted escribe sobre ella?
–La primera obra que leí de ella fue La pasión según G. H., y no le entendí nada. La leí de una sentada y me dije: “Yo tengo que entender esto”, porque uno se obliga a querer entender las cosas. Y luego la sensibilidad pasa por otro lado, pero fue el primer libro y yo nunca pensé que iba a hacer una tesis sobre ella, por ejemplo, jamás. Pero el desconcierto fue tal que me despertó mucha inquietud y decidí elaborar un ensayo largo que fue la tesis. Pero ahora ya no la leo, hace mucho que no la leo, la dejé de leer por salud mental y porque uno tiende a creer lo que lee, y entonces es muy difícil tener una capa protectora, como un teflón estético ideológico de leer con mucho cuidado a ciertas autoras. ¿Por qué? Pues es como leer a Ciorán, uno está de ánimo para leer a Ciorán todo el tiempo o a Kierkegaard. No olvidemos que Inés Arredondo, cuando entró a la facultad de Filosofía y Letras, cuando estudió Filosofía, ella era católica, y entró en una crisis espiritual horrible porque en sus clases le enseñaban que dios no existe y acabó estudiando Letras y haciendo una tesis sobre Jorge Cuesta. Un poco también por ahí va la historia, hay que quitarle la deidad a nuestros autores y quitarles el halo de intocables, místicos, llámese Edgar Allan Poe, Clarice Lispector o Dostoievsky, y de repente enfrentarnos con una obra que puede ser genial pero también puede ser imperfecta. Eso puede ser un punto de arranque.
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