Cultura
Machicidio a tres voces, Clitemnestra en la Condesa
La Condesa busca la recuperación de su vida nocturna y cultural después del terremoto del 19 de septiembre, y uno de sus caminos pasa por Un Teatro. La compañía Textos para Nada retoma la tradición en esa colonia de llevar obras a escenarios alternativos y monta Flores, frutos y espinas, un monólogo a tres voces a partir de una pieza de Marguerite Yourcenar.
Tres actrices, mucha imaginación y recursos escenográficos y de iluminación efectivos justo por su sencillez dan otra vuelta de tuerca al eterno retorno de Clitemnestra, a partir de una adaptación “libre” de Clitemnestra o el crimen, uno de los relatos incluidos en Fuegos, nueve prosas inspiradas en los mitos griegos y frutos del delirio de amor de Yourcenar por André Fraigneau.
Natalia Plascencia, Sarahi Carrillo y Cecilia Tamayo son las caras y las voces de una misma mujer que es ya mito griego, ya cultura universal y hasta del psicoanálisis: obligada por el marido a entregar a su propia hija para el sacrificio; engañada por aquél, le da muerte con ayuda del amante.
La obra se presenta sábados y domingos de noviembre a las 19 horas en el foro Un Teatro (avenida Nuevo León 46, colonia Hipódromo Condesa), un espacio que se presta más a usar la imaginación de los artistas para el montaje teatral sin la fastuosidad de recursos, y donde la luz, la oscuridad, el agua, el fuego, la música y aun el aroma a copal que recibe al público son parte de las protagonistas.
Las tres jóvenes actrices con trayectoria en cine y televisión establecen en escena diálogos esquizofrénicos -siendo una sola mujer al enfrentar el juicio popular por el asesinato de Agamenón. ¿Tres Parcas? ¿Tres Gorgonas? ¿Tres brujas de Macbeth? ¿O tres Gracias? Natalia Plascencia, también directora de escena de Flores, frutos y espinas, tres estadios de una relación amorosa, explica su decisión de fragmentar esa naturaleza femenina a partir de un mismo crimen.
“Consideré oportuno utilizar tres actrices que expresaran distintas facetas o matices de la personalidad de Clitemnestra y que dieran, además, la posibilidad de generar diálogos. Por ejemplo, en la segunda escena las tres actrices se convierten en un grupo de amigas adolescentes conversando sobre el amor y el destino bajo la sombra de un árbol”, refiere.
No obstante, las tres son Clitemnestra, futura machicida al regreso de Agamenón de Troya, juzgada por un crimen doméstico, absuelta por la literatura, condenada por la historia patriarcal.
En otra escena posterior, la autoviuda de Agamenón conversa consigo misma, Natalia con/tra Cecilia, Celicia con/tra Sarahi, Natalia con/tra Sarahi, Sarahi con/tra sí, en una alucinante encerrona con una justicia invisible, en la que los rostros pueden no ser iguales, pero las voces son la misma cara de una sola mujer enfrentándose a su decisión y destino.
“El uso de los diálogos me permitió crear un personaje sumergido en un pensamiento repetitivo. Las tres voces femeninas muestran desde diferentes ángulos la reconstrucción y confesión de los hechos”, explica Plascencia, actriz mexicana formada principalmente en España.
El título, refiere, fue extraído de la sinfonía Titán, de Gustav Mahler, De los días de la juventud, flores, frutos y espinas (Blumen, früchte und Dornenstücke).
El espectador se encuentra en la obra en plena oscuridad, pero no en pleno silencio, un público cautivo por su fascinación del misterio del crimen. Un coro guía a los ciegos al drama, a la tragedia, sonidos guturales, voces chillonas de las tres Clitemnestras en la frontera del acto sexual y el homicidio, imagen invisible que alude al arranque de Macbeth y a las hermanas fatídicas.
“Quise dotar al monólogo de una atmósfera poco luminosa dejando siempre espacio al misterio, recreando así una especie de espacio mental o limbo en el cual permanece el personaje apresado por sus propios límites y en el que no alcanzamos a percibir qué es lo que hay más allá”, añade Natalia.
Esa iluminación, fundamental en esta puesta en escena, se enriquece de una manera casi policiaca: linternas de mano con las que las actrices se encienden rostro y cuerpo, como en esas imágenes de interrogatorios judiciales. También la danza, cultura helénica al fin, está presente en la obra de manera sutil. La directora apunta que hay escenas donde “los movimientos repetitivos sugieren el paso del tiempo y las labores cotidianas durante los 10 años de ausencia de los griegos en Troya”.
La escenografía casi minimalista está a cargo de Tana Karei; la coreografía, de Tania Sierra; la iluminación, de Paolo Montiel; el vestuario, frugal también, de Merma Negra.
El agua y la oscuridad, alegoría uterina, van y vienen en Flores, frutos y espinas como augurio. La obra reproduce el ritual Klidonas de la isla de Creta de cada 24 de junio, Día de San Juan, en el cual las mujeres se reúnen para llenar una vasija de barro con agua de un pozo y, en medio del mayor silencio, calientan un pedazo de plomo para que, una vez fundido, se vierta en el agua, de donde emerge el metal sólido otra vez pero transmutado en profecía. El ritual se recrea en escena con cera.
Los hombres, en la obra, sólo son nombres; ninguna acción se les concede más que la culpa.
Las tres Clitemnestras arrancan su propia música trágica de tablas y de sus propias voces en susurros. Sólo al final puede escucharse un trágico luto que conecta la Hélade con Occidente: un lied de Henri Duparc, a partir del poema Lamento, de Teophile Gautier, el perfecto mago de las letras francesas al que Charles Baudelaire dedicó sus flores enfermas.
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