Cultura
Rush Hour – La vida a vuelta de rueda
Rush Hour (Luciana Kaplan, 2017), galardonado con el premio a Mejor Documental en el Festival de Morelia de hace un año, llega por fin a su corrida nacional en circuitos culturales, volviendo lo conocido en descubrimiento, al retratar algo tan cotidiano como el tiempo que se pierde en el transporte hacia el trabajo y viceversa. A través de su lente, Kaplan logra captar, en su justa dimensión, cuánto se pierde de la vida tratando de ganarla.
Dividida en 3 segmentos (no sucesivos), el documental sigue a una mujer mexicana que se traslada diariamente de Ecatepec a la Ciudad para llegar a su trabajo en una estética; a una mujer de Estambul, que tiene que cruzar el Bósforo para pasar al lado europeo de Turquía y llegar a la tienda de ropa en la que trabaja; y a un hombre estadounidense que se pasa más de dos horas en la carretera para llegar a la constructora que lo emplea.
Poco más que el retrato de las vidas de estas personas hay explícitamente en el tercer largometraje de la directora mexicana. Sin embargo, a través de las rutinas de cada una, se filtran terribles verdades y temas que permiten vislumbrar las diversas problemáticas que existen alrededor del mundo en cuanto a planificación urbana, transporte y empleo, por decir algunos. Las tres personas subsisten en un círculo vicioso que los tiene secuestradas en sus propias vidas; una quisiera cambiar de empleo, pero no tiene tiempo de buscarlo; otro, intenta tener un bebé con su pareja, pero está cansado y llega muy tarde a casa (si es que regresa); otra, intenta llegar segura a su hogar, mientras anda por la calle «con los muertos encima».
Si bien en el documental no se filtra nada que el espectador promedio no sepa o no haya experimentado por sí mismo (las caras cansadas en el metro de la CDMX, las interminables filas para acceder a los vagones, los embotellamientos en las carreteras), el segmento dedicado a la mexicana evidencia un agravante que se suma a la de por sí tortuosa travesía de dos horas y media: lo peligroso que resulta ser mujer en una urbe que las violenta en cada esquina.
La cámara de Kaplan la sigue durante su retorno al hogar por la noche, en auténticas tomas sacadas de una película de horror. En un momento de la cinta, ella misma cuenta el abuso del que fue víctima, y continuamente luce su preocupación por su propia seguridad; no en vano, dado que el municipio de Ecatepec, en el Estado de México, ha sido declarado como el más peligroso para las mujeres en los últimos años. La violencia de género, así, hace su aparición como un fantasma terrible que tiene por cómplices al bajo nivel socioeconómico, la abusiva centralización y la movilidad entorpecida, entre otros representantes de la ignominia.
Asimismo, el documental deja claro cómo los dilatados recorridos al trabajo impiden establecer una dinámica familiar sana y de unión, tal como ocurre en las vidas de la mujer turca y el estadounidense. Ella enuncia su miedo de que le suceda algo a su hija y su hijo mientras no está, porque, aunque se enterara, «no podría hacer nada». Su condición económica no parece ser estrecha, por lo que puede pensarse que posee la vida más «solucionada»; no obstante, su tragedia radica en la desintegración familiar a la que se ve sometida.
El estadounidense, por su parte, encarna la frustración en su truncado sueño de ser músico. Lo vemos tocar la guitarra sentado en el sillón, como quien anhela algo que no puede tener, pues su profesión de ingeniero impide cualquier otra actividad al demandarle un traslado en carretera de más de dos horas, si es que los embotellamientos no le juegan una mala pasada y debe quedarse en un hotel a mitad de camino sin poder llegar con su esposa, con quien busca tener un bebé (aunque a final de cuentas, razona: si lo tenemos ¿tendré tiempo de estar aquí?). Su tiempo está secuestrado por la necesidad de subsistir.
Con una sencillez manejada con efectividad, Rush Hour logra capturar la demoledora esencia de la vida laboral y cotidiana contemporánea, enfrentando tres diferentes ciudades y culturas que, sin embargo, se ven hermanadas por la deshumanización de un espacio público cada vez más atiborrado por personas como las que protagonizan el documental; reflejo de una ciudadanía cansada, sometida a pasar largas horas metida en un auto o un metro que les secuestra la fuerza y el tiempo, poco a poco, de día a día y a vuelta de rueda.
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