Cultura
‘Tiempo compartido’ / Morir en vida
En una escena de Tiempo compartido (Sebastián Hoffman, 2018), un personaje le pregunta al apocado y traumado Andrés (Miguel Rodarte) cuánto tiempo ha trabajado en las entrañas de “la bestia”, refiriéndose al Hotel Vistamar, complejo turístico donde laboran. Andrés contesta que mucho y su interlocutor le advierte que no hay forma de salir; el monstruo te ingiere o te expulsa. No hay de otra.
Ninguna descripción más acertada que esta, cabe para comenzar a entender de qué va este segundo largometraje del director mexicano, quien presentara como opera prima la turbia Halley (2012), en donde asistíamos al crudo y pausado retrato de un hombre, literalmente, muerto en vida.
Si en aquel trabajo utilizaba la decadencia física para representar la decadencia existencial (palpable tanto en el protagonista como en las personas que lo rodean y que ignoran su proceso de podredumbre, sumidos cada uno, se sospecha, en su propia inmovilidad), en Tiempo compartido perfila la estridencia e intromisión del buenrollismo aspiracional, como los detonantes de la «muerte en vida» y de un estado continuo de paranoia, confusión y angustia.
Pedro (Luis Gerardo Méndez), su esposa, Eva (Cassandra Ciangherroti) y su hijo llegan al citado hotel de lujo perteneciente a una cadena transnacional llamada «Everfields International», a pasar una semana «en el paraíso» como la invasiva y omnipresente publicidad no se cansa de ofrecer.
Desde las primeras miradas y comportamientos se puede intuir que algo no va bien con la pareja. Eva está enferma, nos enteramos después, pero nunca sabemos bien de qué, aunque todo apunta a una cierta depresión. No obstante, todo se va por la borda cuando la numerosa familia de Abel (Andrés Almeida) toca a la puerta y dice tener una reservación para la misma villa. Así, luego de una burocrática visita al gerente del exclusivo resort, que pide muchas disculpas pero no promete nada concreto ni resuelve la situación, Pedro se ve obligado a convivir con la extraña familia, situación que lo llevará al límite de su paciencia.
De la misma forma, en la periferia de esta trama principal se mueve Andrés, un empleado que fue «desechado» por el hotel, que se mueve por las entrañas de esta «bestia» gigantesca llamada Vistamar, cabizbajo e impredecible, mientras lucha silenciosamente contra alucinaciones, su propio sentimiento de alienación y principalmente, contra su esposa Gloria (Montserrat Marañón), quien se encuentra completamente cooptada por el discurso viciado de la supuesta superación personal y la pertenencia a la «gran familia Vistamar», influenciada fuertemente por Tom (RJ Mito), una especie de «coach» con intenciones que parecen poco bondadosas.
El largometraje de Hoffman, contrario a lo que pueda parecer con esta premisa, escapa de cualquier convencionalismo o de la salida predecible que hubiera sido convertir todo en una comedia. De hecho, uno de los mayores puntos fuertes del filme es su capacidad de metamorfosearse en la multiplicidad de tonos que posee, pasando de situaciones kafkianas a escenas trágicas o deliberadamente macabras y siniestras.
Todo esto, permisible dentro del propio espacio “alternativo” en el que transcurre Tiempo compartido. El Hotel y sus alrededores (e interiores), únicos escenarios del filme, así como las personas que lo habitan, parecen estar apartados de la vida fuera de sus límites. La pirámide central del exclusivo resort, se alza aciaga sobre el horizonte, y parece ejercer una influencia extraña, impalpable, en todos y todas. Una imagen lúgubre que realza constantemente ese aire enrarecido y ese espacio repleto de miradas sospechosas, sonrisas plásticas, y estados constantes de exaltación.
La personalidad que Hoffman imprime en su película es digna de valorarse. La manufactura es impecable, pues el director presenta un producto aún más redondo y delineado, lo que indica una madurez de uso de recursos loable. La manera en la que se amalgaman la crítica a las más rancias y trasnochadas versiones de lo «emprendedor», lo «fitness», lo «wellness», etc., con una trama interesante y exasperante, al tiempo que se delinean pinceladas de género (por momentos incluso parece ser una película de terror, del tipo home invasion o psicológico), son producto de la claridad argumentativa y la destreza que sostiene Hoffman tras la cámara.
Asimismo, cabe destacar el trabajo musical por parte del compositor Giorgio Giampà, quien propone un score estridente, incómodo, que realza las malas intenciones, el estado de exaltación constante al que son sometidos los personajes, y el misterio detrás de su propuesta.
Tiempo Compartido es una sátira a los dueños de nuestros tiempos; una farsa a la tendencia capitalista actual que busca embotellar la felicidad, capturar filosofía en slógans, vender simulacros del bienestar, e imitar en un tiempo compartido un pedazo del «paraíso»; el perdido, y que se parece más a una especie de infierno que mata en vida.
38 Foro Internacional de la Cineteca: ‘Ayer maravilla fui’. (2017, Gabriel Mariño)
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