Cultura
La Habana, 500 años de capital
La Habana se destruye, reconstruye y construye, es otra y es la misma en cada visita; a punto de celebrar sus 500 años, la ciudad más hermosa y melancólica de América ha sobrevivido a piratas, guerras, dictadores, huracanes, embargos, éxodos, periodos especiales, pero sigue su larga rebelión contra el dinero, contra el capitalismo, una batalla que ahora, cuando se pregunta cuánto cuesta un viaje a cualquiera de los cientos de taxistas estacionados a la espera de turistas o cubanos por toda la capital, parece haberse perdido a 60 años de la Revolución.
La destrucción ha tenido éxito, pero con la misma intensidad también la reconstrucción y la construcción. Gran parte de las fachadas de las casas y edificios de las zonas emblemáticas del Vedado, Centro Habana o la Habana Vieja, el rostro de una ciudad orgullosa y mil veces heroica, como sus habitantes, se mantienen, aunque a sus espaldas las viviendas sean cascajo; otras, maquilladas, son las nuevas caras sonrientes y prósperas de pequeños negocios, restaurantes o tiendas de la nueva clase social cubana, los cuentapropistas, surgida en los noventa pero que apenas a principios de la década actual obtuvo permiso de residencia por parte del gobierno de los hermanos Fidel y Raúl Castro. Cuentapropistas, disfraces o eufemismos con que se ocultan las palabras odiadas: empresarios, inversionistas, capitalistas.
Otro tipo de viviendas son las que se alquilan, ahora sí con permiso del gobierno, a extranjeros. Junto con los cuentapropistas, restauranteros, tenderos y los propietarios de taxis, en especial los taxis en que se convirtieron los antiguos modelos de autos americanos como los Chevrolet de los 50, quienes alquilan habitaciones a turistas forman parte de los nuevos emprendedores. Asombra ver fachadas de viviendas en Centro Habana o La Habana Vieja en aparente estado de pronta demolición ofrecer habitaciones, pero asombra más ver que dentro de esos edificios que simulan caerse hay departamentos en buen estado y con todos los servicios, como agua caliente 24 horas y televisión. Qué lejos quedó la época de los apagones.
A punto de cumplir sus 500 años, el próximo 16 de noviembre, La Habana se reconstruye, no sólo por los trabajos encabezados por el historiador Eusebio Leal para dar lustre a todo a lo que todavía se le puede dar lustre, como el Capitolio, los hoteles Inglaterra o Telégrafo, las casas de escritores cubanos, como la de Cintio Vitier y Fina García Marruz, el bar La Floridita, el Museo de Bellas Artes, el Teatro Alicia Alonso o la Manzana de Gómez, hoy el Gran Hotel Manzana, donde se puede hallar ropa de Armani y lencería tipo Victoria’s Secret.
La Habana también se construye. Como el hotel Paseo del Prado que a marchas forzadas se levanta en uno de los extremos del malecón con la figura de un barco cuya proa mira hacia el Castillo de los Tres Reyes del Morro y la fortaleza de San Salvador de la Punta. Un edificio cuya inauguración se busca coincida con los 500 años de La Habana y que albergará 250 habitaciones de lujo y que rivalizará en fastuosidad con los hoteles vecinos Packard y Sevilla. Los tres, en uno de los bulevares más emblemáticos de Cuba, el Paseo del Prado, donde vivió en su primera infancia el mayor de los escritores isleños del siglo XX, José Lezama Lima.
Ahí, en esa esquina en que confluyen el Paseo del Prado, el Malecón y San Lázaro, vivían amigos, sus viviendas desaparecieron, ahora serán un hotel VIP.
También se reconstruye desde sus cimientos sociales: junto a la fastuosidad de los edificios históricos en ese primer cuadro de La Habana y de Cuba, conviven los pequeños mercados de ropa, de comida, de productos agrícolas, de piratería china, los mini supermercados (valga la contradicción), con leyendas en sus entradas que especifican la propiedad de cuentapropistas. En muchos, tal vez en la mayoría, se puede pagar en pesos cubanos o en moneda convertible, el CUC, el ce u ce, la locura capitalista inventada por Fidel para desdolarizar la economía.
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Al dólar, la moneda del imperio, símbolo del embargo y el oprobio, se le castiga con una cotización ligeramente menor al CUC, aunque también se le aplica un impuesto, a diferencia de otras divisas más fuertes, como el euro. Sorprende conocer a jóvenes menores de 25 años que jamás han visto un dólar y que toda su vida han lidiado con el peso cubano y el ce u ce.
La novedad es que ahora es posible cambiar directamente pesos mexicanos en las casas de cambio en el aeropuerto José Martí o en la ciudad, a una tasa de 19 pesos por cada CUC. México sigue estando en la mira de los cubanos, dicen, ahora pueden solicitar visa a la embajada pero sólo si tienen cuenta de banco con al menos mil 800 CUC y alguna propiedad.
Debido tal vez al CUC, La Habana ahora es muy cara, en muchos aspectos más cara que Ciudad de México, Buenos Aires, Nueva York o Cartagena. Pero si uno sobrevive a la locura esquizofrénica del cambio de moneda, puede abastecerse sin problemas en comercios locales.
Aunque no ha desaparecido, el jineterismo ya no es un paisaje habitual de La Habana. Mucho habrá influido el hecho de que en todos los negocios, como restaurantes, bares o discotecas, incluso en zonas muy turísticas, ahora sí los cubanos pueden acceder libremente, eso sí, si tienen dinero para pagar, como en cualquier parte del mundo. El mercado ya no se nutre exclusivamente del turista, también capta dinero de los cubanos, que ahora son consumidores.
El cambio social y cultural en Cuba también pasa por las mascotas. La ciudad fundada por Pánfilo de Narváez ahora está invadida de gatos, una inmensa mayoría de ellos negros, por alguna razón genética que se perdió en algún sobreviviente del periodo especial.
Ahora es tan común ver a gatos ferales o domésticos que con docilidad se dejan acariciar en las calles o que dormitan junto a sus dueños en los portones de las viviendas. También por cualquier avenida o principalmente por el malecón, los habaneros pasean con sus perros. Incluso la casa de José Lezama Lima en Trocadero recuperó su gata, la de la novela Paradiso.
Cuando se pregunta a los cubanos por qué hay tantos gatos ahora en la calle, ninguno tiene una explicación, sólo ríen cuando se les recuerda que en la década de los noventa y hasta los primeros años de los 2000 no se veían ni perros y mucho menos gatos en las calles o casas.
No había ni perros ni gatos porque la gente se los comía, coinciden todos, aunque sus sonrisas dan pie a no creerles, con esa tendencia que tienen los cubanos a la hipérbole y a mitificar.
-Yo por eso nunca comía ni carne de conejo ni de cordero que no veía sacrificar -comenta El Chino para dar veracidad a la historia del presunto holocausto canino y gatuno.
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