Cultura
‘Las buenas maneras’ – Cuidado con las expectativas
El cine brasileño no se ha caracterizado por presentar películas de género fantástico, de terror u alguno otro parecido. Sin embargo, en los últimos años han despuntado ciertas propuestas, sobre todo del segundo, que amplían el panorama de lo que se puede esperar de la cinematografía del país.
Como parte de este nuevo boom, llega Las buenas maneras (As boas maneiras, 2018, Marco Dutra y Juliana Rojas), una espléndida cinta que, en un encuentro de géneros presentados al público solo como una película de terror, se erige como una propuesta sólida y versátil, que entrega una primera parte repleta de sensualidad y misterio, y una segunda hora más cercana al melodrama familiar, en perfecta armonía a pesar de lo disímiles que pudieran resultar.
Clara (Isabel Zuaa), una mujer que vive en las afueras de São Paulo, busca trabajo como niñera y trabajadora doméstica con la adinerada y enigmática Ana (Marjorie Estiano), quien pronto tendrá un bebé. Poco después de haber iniciado su estancia en el hogar, Clara comenzará a notar cosas extrañas, hasta que ciertos eventos la lleven a convivir de cerca con su empleadora y descubrir que posee un secreto siniestro.
Así, lentamente se van revelando detalles que tendrán repercusiones inesperadas en ambas mujeres, así como en sus vidas. Un día Clara encuentra polvo en la alfombra. Otro, capta a Ana cuando se levanta por las noches a comer un pedazo de carne a mordidas (o algo más). Las revelaciones pronto se dan, y la relación evoluciona hasta dar un giro que permite replantear todo lo visto.
Con este argumento se presenta Las buenas maneras, y se encumbra como uno de los filmes más atrevidos y arrojados que se han estrenado este año. Lo que en manos inexpertas pudo devenir en un pastiche que no trascendiera la mera pretensión referencial, en una condición de Frankenstein con las costuras de fuera, la película logra, por el contrario, derrotar las expectativas y retorcerlas; reinventa al género de terror, al mismo tiempo que lo emparenta, de manera natural y fluida, con el melodrama, el coming of age, o incluso con pinceladas de thriller psicológico en su primera mitad.
Nunca duda en moverse de un género a otro, en transitar de una estética y un tono a otros completamente diferentes, variando el estilo y las significaciones en el trayecto, incluyendo el arco de evolución mismo de los personajes; sobretodo el de Clara, que comienza envuelta en un halo de misterio, delineada primero como una mujer introvertida, con un pasado lóbrego y minimalista, aunque no exento de deseos carnales, intriga y curiosidad, y posteriormente pasa a un extremo de candidez y entrega que definitivamente choca con lo visto hasta entonces, pero que resulta creíble a la luz de que Clara nunca dejó de ser una persona, en toda la extensión de la palabra.
Esto se logra en parte por la impecable actuación de Isabel Zuaa, que dota a su personaje de los matices necesarios, en un bien logrado equilibrio. Por su parte, Marjorie Estiano tampoco demerita en ningún momento, y en la primera mitad logra sobreponerse a Zuaa, no por superioridad histriónica, sino porque Ana es un personaje igual de complejo y más «explosivo» cuando aparece. La dualidad, presente tanto en el físico como en su actitud, pronto se revela como un complemento.
Ya en su segunda mitad (que no abordaré extensamente para salvaguardar los giros), la película se entrega al mejor melodrama, con una trama que combina elementos del cine de «crecimiento», de terror, y hasta musical. Es aquí en donde se encuentran algunos de los momentos más sensibles y dulces de todo el metraje, que permiten vislumbrar los subtextos que yacen detrás de los efectos especiales y la trama aparentemente «sencilla»: la represión (o clandestinidad) de los instintos, la necesidad de la «domesticación» (sexual, literal, filial), o lo voluntariamente ciego que puede llegar a ser el amor profundo.
Asimismo, en una condición completamente deliberada de «fábula», el filme conserva durante sus dos horas de duración un toque de onirismo e irrealidad, que la vuelven fácilmente interpretable como un cuento; sin embargo, eso no es pretexto para presentar un mundo antiséptico, pues cuando la violencia o la sexualidad tienen que hacerse presentes, llegan. La película nunca oculta las consecuencias ni la forma en la que se desarrollan los sucesos más provocadores de su trama. De esta forma nada queda sin explorar; aun con los elementos fantásticos que habitan esa realidad, esta no se vuelve ajena a la tragedia o a lo mundano.
Las buenas maneras es una propuesta valiente y desenvuelta del cine de terror (pero no solo de este, sino del cine en general), que recuerda por qué hay que tener cuidado de las expectativas. Es una amalgama de géneros y sentimientos que llegan a buen puerto gracias a la personalidad que el director y la directora supieron imprimir. La historia de Ana y Clara (más de esta última), y el elemento fantástico que las habita (en más de un sentido), resulta entrañable por ser el retrato de un amor consumado que luego se sublima en una entrega incondicional, arrebatada, hacia lo que encarna la conexión perdida; no importando la maldición que aparece cada mes, como recordatorio constante de que lo más salvaje se puede esconder en lo inocente.
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