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Internacional

Traición navideña: Indulto a Alberto Fujimori

Foto: Marcial Yangali

 

 

Marcial Yangali/Lima

“¡PPK Traidor!”, gritaba medio centenar de jóvenes limeños en la esquina de la Avenida Bolívar y Paso de los Andes, a media cuadra de la Clínica Centenario Peruano Japonés. Las calles del distrito de Pueblo Libre suelen permanecer tranquilas por la noche, pero esta Navidad la noticia del indulto presidencial concedido a Alberto Fujimori impactó al Perú entero. “¡Asesino, asesino, asesino!”, coreaban los manifestantes reunidos junto a un cerco policial, cada vez más hostil, que resguardaba el recinto donde yacía internado el ex dictador que, hasta hace unas horas, cumplía una condena por crímenes de lesa humanidad.

La historia de la “traición” comenzó el 2016, cuando las elecciones presidenciales polarizaron a la sociedad peruana. Durante su campaña, una de las promesas de Pedro Pablo Kuczynski fue no conceder ningún tipo de indulto al padre de Keiko Fujimori, su principal contendiente. Con menos del uno por ciento de diferencia PPK ganó la segunda vuelta (la decisiva), pero fue Keiko quien obtuvo la bancada más numerosa en el Congreso al ganar la primera vuelta con 39 por ciento de los votos.

 

 

Las condiciones de gobernabilidad para el presidente electo eran complicadas al no tener mayoría en el Congreso, privilegio con el que los fujimoristas (el partido político Fuerza Popular) sí gozaban. Débil, PPK cambió su discurso: A mediados de 2017 el presidente declaró a favor del indulto por razones humanitarias: “Es una decisión enteramente médica”, afirmó aludiendo a la hipertensión, taquicardia, gastritis y otras enfermedades que son comunes en personas de la tercera edad (Alberto Fujimori tiene 79 años). Sin embargo, nada parecía indicar la prontitud con que se aplicaría el “perdón”.

Alberto Fujimori, presidente del Perú durante la década de los 90, fue condenado en 2009 a 25 años de prisión por ser el responsable intelectual de las matanzas de Barrios Altos en 1991 (donde fueron asesinadas 15 personas, incluyendo un niño de 8 años, erróneamente vinculados con un grupo terrorista) y La Cantuta en 1992 (cuando un profesor y nueve estudiantes universitarios fueron asesinados y sus restos incinerados). Ambos atropellos a los derechos humanos fueron realizados por el grupo Colina, una sección especial del ejército cuya acción dependía de las órdenes del ex dictador. La Sala Penal Especial de la Corte Suprema también le imputó su participación en el secuestro de un empresario y de un periodista.

En 2017 el escándalo de corrupción relacionado con el pago de sobornos por la empresa Odebrecht alcanzó a Kuczynski: Cuando era Ministro de Economía del ex presidente Alejandro Toledo, su empresa Westfield Capital recibió pagos, presuntamente irregulares, de la constructora brasileña. Las declaraciones que hizo el mandatario al respecto no lograron esclarecer su responsabilidad y la bancada fujimorista se organizó para provocar una votación que buscaba decidir la destitución de PPK por “incapacidad moral”. Se salvó: El congresista Kenji Fujimori (hermano de Keiko) desobedeció al acuerdo de su partido y reunió un grupo que votó en contra de la vacancia.
En las declaraciones de congresistas y otros políticos peruanos empezaron a correr rumores sobre una negociación entre PPK y Kenji. El móvil estipulado fue el indulto a Alberto Fujimori a cambio de los votos que eviten la vacancia presidencial. Dos días más tarde de evadir la vacancia, Kucynski también cumplía su parte del trato y de este modo confirmaba lo que antes sólo se sospechaba.
Interrumpiendo los preparativos para la cena navideña, los primeros manifestantes inconformes se asomaron a la clínica donde el ex dictador había recibido la noticia de su indulto. Un grupo de policías ya se encontraba resguardando los accesos a la entrada principal donde también permanecía, sin ser molestado, un grupo de supuestos simpatizantes fujimoristas: tenían globos y polos con un estampado que rezaba “Fujimori libre”. Este último grupo, al ver que se acercaban cinco jóvenes (cuatro mujeres y un hombre) con carteles contra el indulto corrieron a gritarles: “¡fuera terroristas!”, y otras frases que pretendían enfatizar con groserías del argot limeño.
Este primer grupo fue sofocado en menos de 15 minutos. En parte por la mayoría fujimorista y también por la hostilidad de los policías, quienes con sus escudos y a empujones orillaron a las cuatro mujeres contra las rejas de una casa. Entre lágrimas y dolor ocasionado por los golpes se silenció la protesta frente a la Clínica Centenario Peruano Japonés. En forma paralela, un grupo más numeroso de manifestantes se dirigía a la casa del presidente en el distrito de San Isidro. Los videos difundidos en redes sociales muestran la brutalidad de la represión policial durante Noche Buena contra quienes se sintieron ofendidos por el indulto otorgado a Alberto Fujimori.

Al día siguiente, 25 de diciembre, aproximadamente 50 jóvenes con letreros, tambores y puños levantados se dirigieron a la clínica. A una cuadra, los policías impidieron el acceso a los manifestantes pero no lograron silenciar sus gritos y consignas que manifestaban su rechazo al indulto, demandaban justicia para las víctimas que dejó la dictadura y exigían la renuncia de PPK. Por un lapso de más de 15 minutos las banderas ondearon libremente, los carteles permanecieron a centímetros de los policías y el sonido de los tambores retumbó en los escudos. Después, los golpes, gases lacrimógenos y violencia policial durante más de una hora.
En el cruce de la Avenida Bolivar y Paso de los Andes, los jóvenes corrían de una esquina a otra evitando la cercanía con los policías, quienes en varias ocasiones capturaron y golpearon a los manifestantes. El enfrentamiento era imparcial, unos con gritos y otros con bombas lacrimógenas, cuyo estallido inundaba los ojos del peruano indignado. Mientras más aumentaban las hostilidades, más fuertes se escuchaban las consignas: “¡Fujimori asesino¡”, “¡Justicia!”, “¡Dictadura nunca más!”, “Indulto es insulto”, “¡Fuera PPK!”, “¡Traidor, traidor, PPK traidor!”.
Las voces y tambores se fueron apagando lenta pero indignadamente. Las caras hinchadas y los carteles cabizbajos abandonaron el lugar en las últimas horas de Navidad.

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